CELIA ARIZA MENDOZA: EL GANSITO SOÑADOR

06 diciembre 2017

EL GANSITO SOÑADOR

apo era un gansito de plumas blanquísimas como la nieve, su pico y sus patas eran de
color amarillo como todos los gansitos con quienes vivía en un amplio corral, todos
eran tan iguales que era imposible diferenciarlos; pero a pesar de todo, Papo era
diferente.
Era el único que se aislaba en un rincón con los ojos cerrados, en completo silencio, ajeno
a todo, mientras los demás no se cansaban de graznar y graznar todo el día. Esto por supuesto
alarmó a mamá gansa, quien pensó que quizás su crío era sordo, pero al llamarlo corría de
inmediato hacia ella. Luego supuso que no veía bien y tirando con su pico la bandeja de comida
lo cambiaba de lugar, mas el gansito al sentir hambre encontraba el alimento sin dificultad. Ante
esta situación los demás gansos no tardaron en dar su opinión.
-¡Se comporta así porque está débil! Sentenciaron las gansas más viejas del corral. Pero
su apariencia mejoraba cada día, era de fuerte y sano mucho más que los demás.
Cansados de preguntarse del motivo de su extraño comportamiento se acostumbraron de
ver a Papo siempre en su esquina, meditabundo, con los ojos cerrados, gesticulando de manera
extraña, y cada día emitiendo nuevos graznidos raros de todas tonalidades.
Sucedió un día que llegó al corral un visitante inesperado, era un ganso flaco y viejo, con
las plumas que parecían, se les escapaban desordenadamente del cuerpo. Entró volando al corral
y se detuvo orgulloso en el centro, sacudiendo sus deslucidas alas con tal fuerza que el viento
barrió por los aires las plumas secas esparcidas en el suelo.
En el corral no cayó bien esta visita, les pareció un despropósito que un ganso tuviera esa
libertad de llegar e irse cuando quisiera, así que decidieron no hacer amistad con aquel tipo
extraño y rebelde. Estuvo sólo un rato en el corral, lo suficiente como para observar todo el lugar
con un sólo movimiento de cabeza y decir con tono arrogante:
—Bah, ¡Todo sigue igual!
Luego viendo a Papo que indiferente a todo seguía sentadito en un rincón, exclamó:
—¡Oh! pero qué es lo que veo, ¡Un soñador!
Al oír esto, todos se le acercaron intrigados, empezando por la mamá gansa para preguntar
en coro:
—¿Un soñador?
—Sí, un soñador, repitió con seguridad.
—¿Y qué es un soñador? -Preguntaron todos
—Oh, es aquel que vive de fantasías, es el que imagina cosas grandiosas, ¡Sí, muy
grandiosas! Luego mirando a sus oyentes añadió con euforia: «Sin moverte de tu sitio, tu mente
remontará a lugares extraños, muy lejanos; serás lo que quieras ser porque la imaginación no
tiene límites ¡No las tiene! Rescatarás princesas, libertarás pueblos, pelearás con monstruos
malvados muchos más grandes que tú y siempre vencerás, ¡Sí!, ¡Siempre vencerás! ¡Siempre!»
terminó de decir con exaltado entusiasmo.
P
Luego de unos segundos de pausa, mirando a Papo añadió más sereno:
—Llegará el día en que se canse de soñar, ese día se irá. Entretanto, en vez de lamentarse
de él, pueden disfrutar de sus fantasías.
—¿Y tú cómo sabes todo eso? -preguntó fastidiada mamá gansa.
—Porque alguna vez… fui como él —dijo con cierta nostalgia— luego golpeando
nuevamente sus viejas y negrecidas alas con gran fuerza, levantó vuelo, perdiéndose de vista en
poco tiempo.
-Qué tipo tan extravagante –decían- Que disparate era aquello de imaginar cosas grandiosas
¿Fantasías, dijo? ¿Qué es eso? No les resultaba fácil entender nada. En ellos toda su imaginación
se limitaba a graznar cuando tenían hambre, graznar cuando tenían sed, graznar por diversión y
graznar otras tantas sólo por aburrimiento.
—¡Ese pato viejo está loco! –dijo mamá gansa- tratando de dar por finalizado el dilema.
Unos días después todo el corral se sobresaltó. Papo saltó de su esquina batiendo una de
sus alitas con movimientos continuados, mientras avanzaba y retrocedía a largos pasos con gran
agitación, saltando de vez en cuando como esquivando algo y bajando la cabeza otras veces con
sobresalto. Estos movimientos incomprensibles duraron largo rato notándosele sumamente
cansado, hasta que al fin emitiendo un graznido que se escuchó hasta los otros corrales, estiró su
alita y apuntando con fuerza hacia el suelo gritó ¡vencido!
Al rato cuando abrió los ojos, descubrió que todos los gansos se habían reunido alrededor
de él y le miraban desconcertados, preocupados de su desenfreno. Sin embargo, mamá gansa con
mucha ternura y curiosidad le preguntó. ¿Papo que has soñado? cuéntanos.
Con ojitos que brillaban de emoción, empezó su narración:
“Yo era capitán de un barco grande, mi tripulación era numerosa, navegábamos en altamar
(el mar es como aquel lago que se ve desde aquí pero sin fin, explicó) tenía en la cabeza un
sombrero amplio adornado con plumas. En la cintura llevaba sujeta una espada larga con
empuñadura de oro, digno de un capitán. De pronto apoyados por la oscuridad nos atacaron los
piratas haciendo colisionar su barco con el nuestro, querían por supuesto robarnos nuestro oro”.
Se detuvo, quedó pensativo.
—¡Continua Papo! -gritaron todos impacientes.
Reaccionando prosiguió el relato: “De inmediato iniciamos la defensa de nuestro barco,
luchamos con mucho valor. Con tristeza vi caer algunos de mis amigos más
valientes, pero muchos más eran los enemigos que caían vencidos por
nuestro coraje. Yo sabía que si vencía al capitán de ellos los demás se
rendirían, entonces fui a buscarlo. Al verme me enfrentó con fiereza, pude
esquivar varios golpes suyos bajando rápido la cabeza. La lucha fue cruenta,
sabia defenderse muy bien, pero en un descuido suyo, me lancé sobre él
hiriéndole gravemente con mi espada. Al verlo caído estiré la espada, se lo
puse en el pecho y le obligué a rendirse. Los demás al ver a su capitán
vencido, huyeron tirándose al mar desordenadamente. Así nos libramos de
esos piratas enemigos”.
Hubo un gran mutismo. Todos estaban fascinados, era una historia
increíble, jamás habían escuchado algo igual en su vida. Nunca en sus mentes ociosas habían
cruzado tantas imágenes que se movían, hablaban, luchaban, y ahora de pronto se imaginaban a
un barco que flotaba, un pirata que luchaba, un lago inmenso sin fin llamado mar. Los gansos de
aquel corral estuvieron en silencio durante mucho tiempo, algo rarísimo en ellos.
A partir de ese día cuando veían a Papo, gesticulando raro, moviéndose y saltando en el
aire, lo rodeaban con gran interés, deseando que salga bien librado de la aventura y esperando
que terminara su fantasía para luego pedir con ansiedad:
—Cuéntanos tus fantasías, vamos, cuéntanos.
Papo complacido les narraba una y mil aventuras que disfrutaban con alegría y a veces
con tristeza. Un día quedaron enternecidos cuando se imaginó que era un duende bueno con
pantaloncillos y botines de color verde, que visitaba las casas de los niños más pobres para
dejarles regalos. Pero también a veces terminaban eufóricos, como en la ocasión en que imaginó
era un buzo y se sumergía en el mar profundo buscando tesoros ocultos, llegando a encontrar un
cofre lleno de oro, que repartía entre todos sus compañeros del corral, quienes gritaron
entusiasmados:
—Bravo, Papo, así se hace, que te acuerdes de tus amigos. ¡Somos
ricos! ¡Somos ricos!
Y es que muchas veces envueltos por la magia de la fantasía, todos,
incluyendo los gansos más viejos, por unos instantes terminaban creyéndolo
parte de su realidad.
La fama del pequeño gansito soñador llegó hasta otros corrales,
quienes también corrían ansiosos a escuchar sus fantasías.
Pasó el tiempo hasta que un día Papo se vio grande y fuerte, se había
convertido en un hermoso ganso, entonces mirando a su mamá gansa y a los demás dijo:
—Me voy.
Todos sorprendidos lo miraron en silencio, no comprendiendo.
— Me cansé de soñar. Me voy.
— ¿Adónde vas?, preguntó alguien.
—A cualquier sitio. Ahora quiero vivir mis aventuras -respondió mirando el horizonte.
Lo miraron con tristeza, todos, incluyendo la vieja mamá gansa. Ellos lo sabían desde
aquel día en se los dijo el viejo ganso. Sabían que ocurriría en cualquier momento. Que
levantaría vuelo y se marcharía a vivir en libertad, igual que el extraño.
Papo continúo mirando el horizonte, las luces del sol eran intensas y brillantes en esa
hermosa mañana, había un mundo misterioso, inmenso, fuera de las rejas del corral que le atraía
de sobremanera. Entonces sin pensarlo más, desplegó sus magnificas alas blanquísimas, y
batiéndolos en el aire con fuerza increíble, alzó vuelo saliendo del corral, para remontar a tierras
extrañas y lejanas.
Papo iba feliz, con esa felicidad que sólo da la libertad. Giró su cabeza para dar una
última mirada de despedida a su viejo corral y a su vieja mamá gansa. Luego mirando la lejanía
siguió batiendo sus alas resplandecientes, en busca de sus propias aventuras que de seguro serían
muchas, ya que se había cansado de imaginarlas.

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