A nosotros, que erguidos caminamos
como si en ese gesto se ocultara el sino de nuestra condición,
no el animal que avanza a ras de tierra hacia lo Abierto,
un atrás y adelante en el acontecer del infinito;
no el árbol que enraizado
–la boca entre la tierra,
el sexo contra el viento–
habita el puro espacio de su inmovilidad;
no el ángel, demasiado perfecto en su belleza,
esencia fabricada de espacioave de luz suspendida en lo eterno;
sino nosotros que avanzamos a tientas
entre el cielo y la tierra, aterrados de muerte,
excavados de huecos;
a nosotros, viatores
–que a la vez anhelamos la tierra y lo celestey no estamos en paz con nosotros mismos–,
sólo el amor nos salva de la angustiosa fuga hacia adelante,
como si en los contornos de lo amado lo Abierto se cerraray el hueco de la carne encontrara el reposo en lo creado
y no viera la muerte,
sino un allá anunciado,
contenido en los límites del cuerpo.
Los amantes lo saben,
ellos que tan cercanos uno al otro
se miran asombrados en lo Abierto que sus ojos descubren en sus ojos.
Mas ni el uno ni el otro lo franquean
y regresan al mundo.
¿Será tal vez el miedo al llamado infinito
o la dulce nostalgia de quedarse por siempre en lo creado
que nunca los retiene?
O quizás ese sea nuestro sitio,
el lugar de lo eterno que nos corresponde:
contemplar y sentir el infinito arropado en la carne,
en ese mutuo darse el uno al otro,
mientras la lenta fuga hacia lo Abierto nos permite habitar la duración,ese ya, pero aún no
que lo amantes viven al rozarse la piel;
esa eterna presenciaque nos hace presentes en el tiempo inasiblecomo una tenue grieta
en la alba porcelana de lo Abierto.
no el animal que avanza a ras de tierra hacia lo Abierto,
un atrás y adelante en el acontecer del infinito;
no el árbol que enraizado
–la boca entre la tierra,
el sexo contra el viento–
habita el puro espacio de su inmovilidad;
no el ángel, demasiado perfecto en su belleza,
esencia fabricada de espacioave de luz suspendida en lo eterno;
sino nosotros que avanzamos a tientas
entre el cielo y la tierra, aterrados de muerte,
excavados de huecos;
a nosotros, viatores
–que a la vez anhelamos la tierra y lo celestey no estamos en paz con nosotros mismos–,
sólo el amor nos salva de la angustiosa fuga hacia adelante,
como si en los contornos de lo amado lo Abierto se cerraray el hueco de la carne encontrara el reposo en lo creado
y no viera la muerte,
sino un allá anunciado,
contenido en los límites del cuerpo.
Los amantes lo saben,
ellos que tan cercanos uno al otro
se miran asombrados en lo Abierto que sus ojos descubren en sus ojos.
Mas ni el uno ni el otro lo franquean
y regresan al mundo.
¿Será tal vez el miedo al llamado infinito
o la dulce nostalgia de quedarse por siempre en lo creado
que nunca los retiene?
O quizás ese sea nuestro sitio,
el lugar de lo eterno que nos corresponde:
contemplar y sentir el infinito arropado en la carne,
en ese mutuo darse el uno al otro,
mientras la lenta fuga hacia lo Abierto nos permite habitar la duración,ese ya, pero aún no
que lo amantes viven al rozarse la piel;
esa eterna presenciaque nos hace presentes en el tiempo inasiblecomo una tenue grieta
en la alba porcelana de lo Abierto.
Del libro Tríptico del desierto. Premio de Poesía Aguascalientes 2009.
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