Gran
parte de las tradiciones orales de nuestros pueblos son las
tardiciones, constunbres e historia, que siempre nustros antepasados
nos contaban, hoy en día todo estas narraciones forman parte del
testimonio cultural y literario de nustros pueblos.
La
escritora oyonense Janet Rea Manchego, es una de las cultoras y
difusoras de las leyendas del pueblo de Oyón.
KASHACUSMÁN
Y LA BELLA RAYHUANA
Leyenda.
Arriba,
en uno de los cerros de Patón, se encuentra una enorme piedra en
forma de hombre, como si estuviera mirando hacia las aguas verdosas
de la laguna de Patón. Ahí está hace cien años, mirando y mirando
las verdosas aguas de la laguna; cuando crece con las lluvias, cuando
baja en el verano, cuando brilla con el sol y cuando se ennegrece en
las noches.
Hace
mucho tiempo, esa piedra era un humilde pastor, dueño de una mano de
alpacas y una choza de palos de quinuales cubierta con ichu. Vivía
apartado del pueblo luego que su esposa muriera de una enfermedad
desconocida. Era callado, triste y solitario; sólo iba al pueblo una
vez por mes a cambiar su carne, queso y papa con sal y azúcar que
ahí vendían.
Un
día, al regresar del pueblo, notó su casa muy ordenada, sus ropas
más limpias que nunca, en los alrededores ni un desperdicio, y en la
olla de barro una exquisita sopa de trigo con charqui. Sorprendido se
dijo: “¿Quién hizo todo esto?” Y su respuesta fue el silencio.
Muy pronto se olvidó de este hecho; pero al mes siguiente ocurrió
lo mismo, y lo mismo en los otros meses.
Un
día quiso saber quién hacía todo eso. Entonces fingió ir al
pueblo, como siempre; pero volteando la quebrada se escondió tras
una piedra grande. Desde ahí miraba de rato en rato. Así pasaron
varias horas. Cuando ya se disponía ir al pueblo, cansado de no ver
al misterioso personaje, vio sorprendido que una hermosa mujer salía
de las aguas de la laguna de Patón. En absoluto silencio miraba cómo
aquella hermosa mujer limpiaba el patio, lavaba la ropa y preparaba
la comida. Entonces empezó a caminar lentamente hacia su choza, con
mucho cuidado, sin que ella se diera cuenta; por ratos se escondía
tras las piedras, por ratos saltaba en puntillas, para no hacer
ruido, como el zorro de las punas. De pronto abrió la puerta; y la
mujer sorprendida y enmudecida se quedó como una estatua, mirándolo.
-
¿Qué hace una mujer tan hermosa en mi choza? – dijo el humilde
pastor. -
Quiero
devolverte la felicidad, buen hombre; admiro tu nobleza y tu bondad.
Si tú deseas puedo ser tu esposa – contestó ella con delicadeza.
-
Bella mujer, no tengo riquezas que ofrecerte ¿Cómo te puedes fijar
en mí? – volvió a preguntar.
-
Para mí, la mayor riqueza es tu bondad y tu nobleza. Si tú
quisieras, podemos vivir felices aquí. La única condición es que
guardes por siempre este secreto; nadie debe saber que vivo aquí,
contigo - respondió ella.
El
noble pastor aceptó la condición, creyendo y no creyendo lo que
veía, creyendo y no creyendo lo que escuchaba. A partir de ese día
volvió la felicidad a su rostro, sus animales aumentaron, tuvo que
contratar otros pastores y mandó edificar una gran casa. En poco
tiempo se convirtió en un hombre distinguido y admirado en el
pueblo. Pero esto no duró mucho tiempo.
Un
día, cuando bajó al pueblo de Oyón, que está a unas diez leguas
desde su estancia, se encontró con unos amigos con quienes bebió en
exceso. Muy emocionado empezó a contar, sin que nadie le preguntara,
que tenía a la mujer más hermosa del mundo como esposa, y que ella
era la causa de su fortuna.
-
Ya pues Kashacusmán, no seas tacaño, comparte con los pobres –
Dijo uno de ellos entre broma y broma.
-
¡Una ronda de calentado para todos, doña Gloria! – ordenó con
voz enérgica, haciéndose escuchar por todos los presentes.
-
¡Bravo! ¡Viva Kashacusmán! ¡Viva el nuevo patrón! – coreaban
los presentes, levantando el espíritu de Kashacusmán.
Así
estuvieron durante buen rato. Luego, poco a poco se fueron y dejaron
casi vacío la chingana, hasta que la dueña, doña Gloria, le dijo
“Ya, señor, ya es tarde, vaya a su casa”. En ese instante se le
fue toda la borrachera al noble Kashacusmán y la tristeza volvió a
su rostro.
El
pobre pastor, consciente de su falta, salió del pueblo; caminó y
caminó hacia la puna. Cuando llegó a su casa, ella lo estaba
esperando, muy enojada.
-
¿Cómo has faltado a nuestro secreto? ¿Por qué lo hiciste noble
Kashacusmán? – replicaba ella sollozando.
-
¡Perdóname, Rayhuana! ¡Perdóname por favor! – suplicaba él.
Sin esperar más, la bella Rayhuana volvió a brillar, como la
primera vez que la vio, se elevó un poco y se encaminó hacia la
laguna. En un dos por tres desapareció en las profundidades de la
laguna.
El
noble Kashacusmán descuidó por completo su rebaño. Permanecía
sentado a la orilla de la laguna, llorando y llamando ¡Rayhuanaaaa!
¡Rayhuanaaaa!
La
gente que pasaba por ahí pensaban que Kashacusmán se había vuelto
loco; algunos niños le tiraban piedras, hasta los perros le ladraban
sin ningún por qué.
En
poco tiempo se acabó su ganado; como no pagaba a sus trabajadores,
ellos se apropiaron de sus casa y de sus cosas dejándole solamente
una mano de alpacas, como al principio. Y él seguía esperando que
su felicidad salga de la laguna.
Una
tarde, el cansancio venció al noble Kashacusmán, quien se quedó
profundamente dormido. En su sueño se le apareció la bella
Rayhuana. Él, emocionado, corrió hacia ella sin poder alcanzarla.
Ella también corría al encuentro de Kashacusmán, pero no se podían
alcanzar ni el uno ni el otro. Entonces ella, llorando le dijo que no
era posible volverse a unir; que los dioses no lo permitían, porque
él había incumplido el acuerdo; pero que podían estar juntos para
siempre, si él se dirigía hacia lo alto del cerro y desde ahí
observara todo lo ancho de la laguna. Y así como se apareció, la
bella Rayhuana desapareció de su sueño, dejando al buen Kashacusmán
llamándola a gritos “Rayhuanaaaa, Rayhuanaaaaa”.
Cuando
despertó, aún tenía los ojos humedecidos. Se levantó, caminó
hacia la laguna y empezó a recorrer la orilla. Ese día Kashacusmán
vio el agua más cristalina que nunca; por ratos parecía ver el
hermoso rostro de Rayhuana; por ratos los colores jugaban en el agua.
Entonces Kashacusmán comprendió el mensaje de su sueño; llenó sus
cosas en una talega y subió a lo alto del cerro. Desde ahí pudo
observar todo lo largo y todo lo ancho de la laguna. Y ahí se quedó
durante mucho tiempo, esperando que la bella Rayhuana salga de esa
laguna.
Kashacusmán
no se cansaba de esperar. No se rendía, a pesar que el sol le
quemaba el rostro, a pesar que frío le helaba hasta la punta de los
dedos de sus pies, a pesar que el viento le secaba los labios,
partiéndolos. Y seguía mirando, con sus ojos fijos, todo el ancho
de la laguna. Así seguía estando hasta que un día se quedó
convertido en piedra, inmóvil, en forma de hombre.
Desde
ese día, el noble Kashacusmán contempla sin descanso la hermosa
laguna de Patón, donde las aguas reflejan variados colores, donde la
hermosa Rayhuana siente la mirada sincera de su amado Kashacusmán
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