Las sombras caen en la comarca como cóndor malherido. En el jardín las luciérnagas empiezan a colorear las matas de verbena. Bajo el alero desfallece la luz crepuscular. Cornelio acaba de informarle a su amada sobre su destaque a una escuelita rural. Dos días más y saldrá de viaje al interior de la provincia donde permanecerá seis meses. Se aman tanto que separarse es muy doloroso para los dos.
Ellos se conocieron en un instituto pedagógico de la Costa. Con el paso de los meses se hicieron enamorados, luego convivientes, y desde hace tres años laboran en el pueblo como maestros de escuela.
Cornelio se pone de pie, y susurra:
- Entremos mi amor, hace frío.
Ellos se conocieron en un instituto pedagógico de la Costa. Con el paso de los meses se hicieron enamorados, luego convivientes, y desde hace tres años laboran en el pueblo como maestros de escuela.
Cornelio se pone de pie, y susurra:
- Entremos mi amor, hace frío.
Julia Dora camina cabizbaja junto a él. En la habitación se desnuda tentadora. Se recuesta en el lecho y abraza a su marido. La pasión perdura hasta el amanecer...
* * *
Al tercer mes de ausencia Cornelio recibe la orden de retornar para recibir una semana de capacitación en el taller zonal de educación. Muy contento alista su equipaje, y esa misma mañana emprende viaje surcando los contrafuertes, llegando a su casa a las 11 de la noche. Ingresa a hurtadillas para darle una sorpresa a Julia Dora, no hallándola. La ceniza del fogón todavía está caliente.
Aguarda impaciente una hora...
Tanta espera comprime su alma. A la medianoche el reloj marca doce campanadas.
- ¿Dónde estará? –se pregunta preocupado, y sale a buscarla.
Después de caminar varias calles opta por tocar la puerta de uno de sus vecinos, luego de otro y otro sin resultado, hasta que uno de ellos le comenta:
- Estimado Cornelio, por favor no me tome por una persona ligera de palabras, pero es mi deber decirle, que aprovechando la oscuridad en el vecindario dos veces por semana, después de las diez de la noche, su esposa entra a la casa de Roberto, el maestro que lo relevó en el colegio -Cornelio hace lo imposible por serenarse y se despide.
- ¿Dónde estará? –se pregunta preocupado, y sale a buscarla.
Después de caminar varias calles opta por tocar la puerta de uno de sus vecinos, luego de otro y otro sin resultado, hasta que uno de ellos le comenta:
- Estimado Cornelio, por favor no me tome por una persona ligera de palabras, pero es mi deber decirle, que aprovechando la oscuridad en el vecindario dos veces por semana, después de las diez de la noche, su esposa entra a la casa de Roberto, el maestro que lo relevó en el colegio -Cornelio hace lo imposible por serenarse y se despide.
Rodea la manzana, trepa la pirca de la casa de Roberto y se introduce en el patio, desde donde observa la luz que sale por el marco de la puerta; se acerca, y mira a través del ojo de la cerradura. Preso de ira empuja la puerta. Roberto salta desnudo de la cama, replegándose contra la pared. Julia Dora se queda atónita. La ropa interior regada en el piso la delata. Cornelio frena en seco, y sin pedir explicación se marcha apretando los labios. Aún viéndola así no quiere perderla.
Al cabo de unos minutos Julia Dora retorna a su casa e ingresa al dormitorio, encontrando a Cornelio con la mirada perdida.
- Perdóname amor –le dice abrazándolo. Él hace el ademán de apartarla.
- ¿Por qué lo hiciste? –le pregunta; pero al sentir sus labios recorriendo su piel, ebrio de deseo se deja tentar, y cede una vez más al placer que Julia Dora aviva.
- ¿Por qué lo hiciste? –le pregunta; pero al sentir sus labios recorriendo su piel, ebrio de deseo se deja tentar, y cede una vez más al placer que Julia Dora aviva.
* * *
Cornelio despierta con los primeros rayos del sol y vuelve a la cruda realidad. Sabe que es imposible caer más bajo. Se viste en silencio, toma del velador una fotografía de su amada que duerme desnuda, y musita: "Ni con Julia Dora, ni sin ella", y sin escuchar la voz del deseo abandona la casa donde pasó tres años felices. Mientras camina siente en carne viva la mirada de los vecinos en la calle, y abandona el pueblo para salvar la poca dignidad que le queda.
* * *
Desde aquel día nada se sabe de Cornelio, solamente comentan que unos arrieros lo vieron contemplando el río desde lo alto de una angosta cañada.
Tomado del Libro Relatos Campesinos.
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