Por:
Nelson Manrrique
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Aparte
de los delitos de los que fue acusado por su primer gobierno, ante los cuales
se acogió a la prescripción, Alan García tiene el récord de ser el presidente
que ha liberado en su segundo gobierno a la mayor cantidad de reos sentenciados
por narcotráfico en la historia de la humanidad: 3,242, de los cuales 400
fueron condenados por narcotráfico agravado. Alrededor de 200 ya están
nuevamente tras las rejas por reincidentes y han dejado tras de sí una larga
estela de crímenes y violaciones como saldo de sus vacaciones útiles. Estos,
claro está, son los que se dejaron atrapar, salvo que alguien crea que los
narcotraficantes pagan por su libertad para luego convertirse en catequistas.
Aparte, García liberó alrededor de 1,500 delincuentes de alta peligrosidad,
condenados por robo agravado, figura legal que incluye lesiones y asesinatos,
para después, en un alarde de exquisito cinismo, hacer la promesa electoral de
solucionar la misma crisis de inseguridad ciudadana que él tan decisivamente ha
contribuido a crear.
Es
tedioso recontar la lista de tropelías cometidas por el Apra desde el poder
(colegios emblemáticos, reconstrucción de Pisco, petroaudios, negociados en
agua, salud, propiedades inmobiliarias del Estado, etc., etc.). Pero un daño
imperdonable es la corrupción del sistema judicial, convertido a estas alturas
en una máquina de garantizar impunidad. Aparte del papel de los compañeros del
foro en librar a García de todas las acusaciones por corrupción, obsérvese la
lógica operativa de algunas de las bandas delincuenciales más cercanas al Apra
(Orellana, Oropeza) y se tendrá una mejor visión de cómo se articula la
economía criminal y el control de las instituciones de fiscalización del
estado. A estas alturas parece imposible que el Poder Judicial pueda reformarse
a sí mismo y cualquier candidato que aspire a la presidencia debiera tener una
propuesta plausible para afrontar la emergencia. Todos los especialistas
coinciden en que solo se puede construir un sistema democrático consistente
allí donde hay un sistema judicial imparcial, que goce de la confianza de los
ciudadanos, algo hoy por supuesto inexistente.
En
una anterior oportunidad califiqué a Lourdes Flores como “la princesa que no
sabía elegir”, por el papel nefasto que ciertos hombres han jugado en su vida.
Todo comenzó en la campaña presidencial del 2001, el momento en que Lourdes
estuvo más cerca de llegar a la presidencia, hasta que su papá tuvo la feliz
idea de calificar a Alejandro Toledo de “auquénido de Harvard”, quitándole a su
hija los puntos suficientes para que perdiera las elecciones. Vino después papá
Dionisio Romero, que patrocinó su candidatura el 2006 y, como todo marchaba muy
bien, decidió imponerle a Arturo Woodman –un fiel operador– en la plancha
presidencial. Alan García aprovechó y le cargó el remoquete de “candidata de
los ricos” y le ganó las elecciones. Encima, Woodman la abandonó apenas fue
derrotada y se fue con García.
Luego
vino César Cataño, que nació como Adolfo Carhuallanqui Porras y cambió
dolosamente su nombre y el de sus padres cuando fue capturado con 100 kg de
cocaína y fue acusado de narcotráfico junto con su madre, doña María Porras,
inscrita en el padrón del PPC y que aportó 6 camionetas para la campaña de
Lourdes, según afirmó. Luego el expediente de Carhuallanqui-Cataño fue
oportunamente extraviado en Junín y la acusación prescribió (¿suena conocido?).
Pasado el tiempo, Lourdes Flores fue su abogada, presidió el directorio de su
aerolínea Peruvian Airlines y, ante las críticas por los sospechosos
antecedentes de su patrón, afirmó que ponía las manos al fuego por él. Lourdes
terminó renunciando a la presidencia de la aerolínea de Carhuallanqui-Cataño
porque el escándalo crecía, pero, según aceptó en el programa televisivo de
Rosa María Palacios, no cortó sus relaciones laborales con él y un par de meses
antes de la contienda municipal en la que participaba seguía cobrándole 10 mil
dólares mensuales.
La
boda de hoy termina de sellar pues una trayectoria que de un tiempo a esta
parte ya andaba descaminada. Es triste que Lourdes Flores termine su carrera
política de esta manera.
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