Violencia

07 marzo 2013

Por: César Hildebrandt


"Lima es una ciudad peligrosa", dicen los fujimoristas, que hicieron del Perú un país sometido al terror.

"Lima da miedo, los ladrones y las bandas hacen de las suyas", dicen los apristas, que desde hace años son dirigidos por un encumbradísimo asaltante.

"La televisión no tiene culpa de nada", dice un directivo de esa TV que pudre almas y roe niños y escupe mierda.

Así que, de pronto, sólo la Policía peruana es la culpable.

Y claro que es culpable. Pero en ello se van años de desidia, de presupuestos magros, de corrupción consentida, de "segundos ingresos" lindantes con la ilegalidad, de días francos vendidos a la banca, de jefazos pestíferos respaldados por el poder político.

La violencia verdadera no es la que vemos en la tele, narrada por locutoras que fingen empatía y buscadores de rating que salivan con cada sangre derramada.

La violencia es estructural en un país donde las leyes se burlan, los impuestos se evaden, las licitaciones se amañan, las obras públicas se venden bajo oscuras mesas, los congresistas se suben el sueldo sin merecerlo.

Es violento que el mayor partido político sea dirigido por un asesino y ladrón que jamás estuvo en prisión.

Es violento que la infección fujimorista se haya vuelto crónica y amenace con otra sepsis nacional.

Es violento que la prensa mienta cuando se trata de los grandes intereses y nos haga creer que este modelo del saqueo y de la no-planificación es el único que debemos seguir.

Hay violencia en la Sociedad Nacional de Pesquería cuando driblea las normas y depreda el mar que no considera ni peruano ni suyo.

Son violentos el taxista animalizado, el emprendedor que "la hace" sin pagar un solo impuesto, el notario que avala una perrada, el empresario que concierta con sus pares alzas dignas de un cartel, el microbusero que mató a Ivo Dutra (el que seguirá matando), el trámite que se inventa para hacerle más difícil la vida a la gente, el médico que desatiende a sus pacientes en los hospitales privados y en los públicos.

Violentas son la raspadilla con tifoidea, la impunidad de los traficantes de terrenos, la burla diaria que padece la Constitución, la promesa electoral que se deshonró. Es violencia el abogado que coimea al juez coimeable, el presidente regional archipodrido que se sigue llenando los bolsillos. Violenta es la estupidez. Violenta y estentórea.

Violencia es llenar la televisión de monos calatos que se insultan y se manosean en los horarios infantiles. Violento es que el diario de mayor circulación del país sea un desagüe.

Violencia es la ignorancia generalizada, la falta de civismo, la incapacidad casi genética de pensar en los demás. Violencia es llamar a los bomberos por gusto y violento es jamás respetar los pasos de peatón. La imbecilidad moral es particularmente violenta.

Violento es arrojar una cáscara de mandarina desde un auto (Tico o BMW, elija usted), no respetar una cola, obtener un brevete comprándolo, donar plata en el colegio para que nadie se atreva a calificar a un hijo como se lo merece.

Violento es mearse en las bermas, hacer fiestas de mandriles excitados hasta las 5 de la mañana, no pagar los tributos del municipio y luego quejarse porque la basura no se recoge.

Violencia es escribir en los periódicos que las empresas privadas no deben ser reguladas por nadie, que las empresas estatales tienen que desaparecer (eso es doctrina), que Chile es nuestro comparador natural (eso es memoria civilista), que el orden mundial vigente "civiliza", que el terrorismo islámico es el único enemigo y que la revolución tecnológica ha traído más cultura a todo el mundo.

Violencia es vivir en un país que siempre parece acéfalo y que es anómico por vocación y comodidad. Un país inconcluso gracias a una plutocracia a la que le convino vivir en esta tierra de nadie donde, al final, el orden lo restablecían los máuseres.

Violencia es decir que en la notaría Paino ocurrió algo insólito. Violencia es decir que las cámaras de seguridad nos han mostrado lo que no sabíamos, lo que -inocentes- ignorábamos, lo que -buenos muchachos- jamás supimos que estaba ocurriendo. No me jodan con tanta mentira.


César Augusto Hildebrandt Pérez-Treviño
Nació en Lima, Perú el 7 de agosto de 1948. Desde muy joven trabajó en el semanario de circulación nacional Caretas y en diversos medios de comunicación como columnista. Estudió Educación con especialidad de Lengua y Literatura, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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