Cuando llegaste, yo pensé que estabas
poniendo a prueba mi pasión o enojo.
Te vi avanzar con mucho de sonrojo
y una pizca de insulto en la mirada.
Te dije: “Hola, me gustas enojada;
aunque prefiero verte en son de risa”.
Y tú, como quien anda muy de prisa,
me dijiste que todo eso te llegaba…
“Guarda allá –dije, en plan conciliador–:
Qué pasa con los ángeles del cielo
que vienen sin su pulcro buen humor…”
Dispuesto estaba a comprender recelos
y hasta odio, por –supuesto– desamor.
Más no un puñete ni un jalón de pelos.
Y solo dije: “Adiós. Murió la flor”.
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