Obra escrita y dirigida por Alfonso Santisteban. Obra en un acto. La
acción de la obra transcurre en Lima en 2010 y en 1975.
La tarde del 25 de agosto reciente celebramos los 9 años de mi nieta
Luana. En Barranco platiqué un ratito con Odette Vélez, mientras
preparaba bocaditos, ella presta sacó el catálogo de La puerta del
cielo, obra escrita y dirigida por Alfonso Santisteban. -Ahí trabaja
Malena, comentó entusiasta. Entre el barullo y el olor a hogar eché un
ojito a la publicación, resultó atractiva. Mi hija enfatizó: -No es
una obra común, te va a interesar mucho, anda con Ostolaza. Quedé
pensativa. La verdad, hace mucho que no salimos a ver una puesta en
escena en nuestra propia ciudad. Entre la salud vulnerable y las
“vacas flacas”, no es fácil. Pero, a veces los ángeles asoman cerca al
mar. Así el domingo dejó su traje pálido y nos vestimos como Dios
manda. Carlos no pisaba Larco Mar alrededor de diez años. La última vez
fue cuando compartimos lonche con Milena por su santo. Bueno, tras
beber un cafecito e ir a la boletería, bajamos al hall, nos topamos
con el actor Raúl García, de nuestra generación setentera y los tres
conversamos un rato de Dalí, García Lorca y Buñuel. Al tercer silbato
bajamos y nos ubicamos. Me tocó sentarme al lado de un joven de la
collera de Milena. Me reconoció. ¿Cómo? Los rasgos, arguyó. Ello me
reanimó. Ya cuando empieza la obra me abstraigo.
Alfonso Santisteban
A varios espectadores el título de la obra resulta la ilusión de una
vida frustrada y soportada como casi todas las que nos cercan, a veces
la nuestra. Pero no necesariamente es así. Lentamente las escenas y
sus momentos de tensión dramática, de humor y cierta ternura tornan la
obra auténtica, innegable, dinámica, con su monotonía real como la de
muchos hogares de Lima, la Lima popular, la Lima de La Victoria.
Alfonso Santisteban, gran actor, ha sabido convocar un elenco de
calidad. En la historia se encuentran dos polos sociales: Manuel
Carhuana (Humberto Cavero) antiguo personaje habitando en el barrio
popular de La Victoria y Javier Aliaga (Alberto Isola) quien vivió en
el extranjero y creció en el distrito “pituco” de San Isidro. Se
suman: Mercedes Palomino (Malena Romero), Manuel –joven-(Emilram
Cossío), Lizzy (Jane Yogi). Y, AS ha sabido hallar una historia que
contar.
La obra está pensada y cargada de una serie de contradicciones
sociales, culturales, manifiesta necesidades concretas, emocionales y
reveses, aspiraciones incumplidas y existencias reprimidas. Es una
puesta que expresa lo cotidiano que somos y que no deseamos ser, que
descubre al ser mismo, a nuestros sentimientos por reales, que hiere
sensibilidades cuando se actúa negando a los demás con prejuicios
étnicos y de clase. Es una obra que resulta contestataria y, por
ende, rebelde. De un lado el personaje Rosa Palomino (Alicia
Olivares), defiende al General Juan Velasco Alvarado, militar
reformista. Ella, mujer con valores, ética, honrada, alegre, vital.
Los personajes masculinos ironizan a la política y a sus
representantes a quienes consideran que los de abajo, pobres,
“negros”, no sólo son un estorbo, sino que hay que marginarlos,
excluirlos, sacarlos del panorama citadino y nacional. La política en
sí puede parecer “mala”, pero los procesos políticos pueden devenir en
positivos, justos, igualitarios.
Cuando se dio el Golpe del 3 de octubre de 1968, la mayoría de los
jóvenes radicales de entonces lo recibimos distorsionadamente, el
presidente fue militar y nosotros éramos antimilitares. Años después,
el 29 de agosto de 1975 con la traición de Francisco Morales Bermúdez,
se pudo develar, descubrir el meollo de la cuestión. Pues se
retrocedió y los sectores populares fueron agredidos, violentados. Hoy
al 2010, esta cronista estima que, a pesar de los vacíos y las
limitaciones, uno de los mejores presidentes que ha tenido la
República peruana fue Velasco, aportó con hechos visibles en varios
campos, ejemplo el educativo. En ese sentido la obra, por instantes en
voz baja silba la verdad, en otros le pone el punto a la i. Es más, la
obra murmura hechos reales como las desapariciones ocurridas durantes
las últimas décadas y denunciadas por la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR). Y uno piensa ¿estoy alucinando en plena sala? o,
todavía existe dignidad entre los dramaturgos. Acertó Tony Zapata al
escribir: con toda naturalidad se pertenece a varios tiempos a la vez.
[1] La identidad, a veces resulta subconsciente. Esta obra busca
construir la memoria que abra las puertas del cielo a los individuos
que vivimos en el Perú contemporáneo. [2]
La obra se extiende alrededor de dos horas, pero fluye, cautiva,
“engancha” al espectador (a). El contendido, los mensajes sutiles, la
historia simple y la energía de los actores y actrices las sentimos,
sus gestos, sus actitudes, sus modos de caminar, reír, llorar,
coexistir habitualmente. La salsa, como género musical de fondo juega
un papel clave. Congratulamos al director, a los actores y actrices,
y a quienes dieron su granito de arena para lograr una obra peruana
que estimula repensar nuestro país.
acción de la obra transcurre en Lima en 2010 y en 1975.
La tarde del 25 de agosto reciente celebramos los 9 años de mi nieta
Luana. En Barranco platiqué un ratito con Odette Vélez, mientras
preparaba bocaditos, ella presta sacó el catálogo de La puerta del
cielo, obra escrita y dirigida por Alfonso Santisteban. -Ahí trabaja
Malena, comentó entusiasta. Entre el barullo y el olor a hogar eché un
ojito a la publicación, resultó atractiva. Mi hija enfatizó: -No es
una obra común, te va a interesar mucho, anda con Ostolaza. Quedé
pensativa. La verdad, hace mucho que no salimos a ver una puesta en
escena en nuestra propia ciudad. Entre la salud vulnerable y las
“vacas flacas”, no es fácil. Pero, a veces los ángeles asoman cerca al
mar. Así el domingo dejó su traje pálido y nos vestimos como Dios
manda. Carlos no pisaba Larco Mar alrededor de diez años. La última vez
fue cuando compartimos lonche con Milena por su santo. Bueno, tras
beber un cafecito e ir a la boletería, bajamos al hall, nos topamos
con el actor Raúl García, de nuestra generación setentera y los tres
conversamos un rato de Dalí, García Lorca y Buñuel. Al tercer silbato
bajamos y nos ubicamos. Me tocó sentarme al lado de un joven de la
collera de Milena. Me reconoció. ¿Cómo? Los rasgos, arguyó. Ello me
reanimó. Ya cuando empieza la obra me abstraigo.
A varios espectadores el título de la obra resulta la ilusión de una
vida frustrada y soportada como casi todas las que nos cercan, a veces
la nuestra. Pero no necesariamente es así. Lentamente las escenas y
sus momentos de tensión dramática, de humor y cierta ternura tornan la
obra auténtica, innegable, dinámica, con su monotonía real como la de
muchos hogares de Lima, la Lima popular, la Lima de La Victoria.
Alfonso Santisteban, gran actor, ha sabido convocar un elenco de
calidad. En la historia se encuentran dos polos sociales: Manuel
Carhuana (Humberto Cavero) antiguo personaje habitando en el barrio
popular de La Victoria y Javier Aliaga (Alberto Isola) quien vivió en
el extranjero y creció en el distrito “pituco” de San Isidro. Se
suman: Mercedes Palomino (Malena Romero), Manuel –joven-(Emilram
Cossío), Lizzy (Jane Yogi). Y, AS ha sabido hallar una historia que
contar.
La obra está pensada y cargada de una serie de contradicciones
sociales, culturales, manifiesta necesidades concretas, emocionales y
reveses, aspiraciones incumplidas y existencias reprimidas. Es una
puesta que expresa lo cotidiano que somos y que no deseamos ser, que
descubre al ser mismo, a nuestros sentimientos por reales, que hiere
sensibilidades cuando se actúa negando a los demás con prejuicios
étnicos y de clase. Es una obra que resulta contestataria y, por
ende, rebelde. De un lado el personaje Rosa Palomino (Alicia
Olivares), defiende al General Juan Velasco Alvarado, militar
reformista. Ella, mujer con valores, ética, honrada, alegre, vital.
Los personajes masculinos ironizan a la política y a sus
representantes a quienes consideran que los de abajo, pobres,
“negros”, no sólo son un estorbo, sino que hay que marginarlos,
excluirlos, sacarlos del panorama citadino y nacional. La política en
sí puede parecer “mala”, pero los procesos políticos pueden devenir en
positivos, justos, igualitarios.
Cuando se dio el Golpe del 3 de octubre de 1968, la mayoría de los
jóvenes radicales de entonces lo recibimos distorsionadamente, el
presidente fue militar y nosotros éramos antimilitares. Años después,
el 29 de agosto de 1975 con la traición de Francisco Morales Bermúdez,
se pudo develar, descubrir el meollo de la cuestión. Pues se
retrocedió y los sectores populares fueron agredidos, violentados. Hoy
al 2010, esta cronista estima que, a pesar de los vacíos y las
limitaciones, uno de los mejores presidentes que ha tenido la
República peruana fue Velasco, aportó con hechos visibles en varios
campos, ejemplo el educativo. En ese sentido la obra, por instantes en
voz baja silba la verdad, en otros le pone el punto a la i. Es más, la
obra murmura hechos reales como las desapariciones ocurridas durantes
las últimas décadas y denunciadas por la Comisión de la Verdad y
Reconciliación (CVR). Y uno piensa ¿estoy alucinando en plena sala? o,
todavía existe dignidad entre los dramaturgos. Acertó Tony Zapata al
escribir: con toda naturalidad se pertenece a varios tiempos a la vez.
[1] La identidad, a veces resulta subconsciente. Esta obra busca
construir la memoria que abra las puertas del cielo a los individuos
que vivimos en el Perú contemporáneo. [2]
La obra se extiende alrededor de dos horas, pero fluye, cautiva,
“engancha” al espectador (a). El contendido, los mensajes sutiles, la
historia simple y la energía de los actores y actrices las sentimos,
sus gestos, sus actitudes, sus modos de caminar, reír, llorar,
coexistir habitualmente. La salsa, como género musical de fondo juega
un papel clave. Congratulamos al director, a los actores y actrices,
y a quienes dieron su granito de arena para lograr una obra peruana
que estimula repensar nuestro país.
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