A Violeta Carnero de Valcárcel, la conocí personalmente –si mal no
recuerdo– allá por el año 2006. A pesar de haber vivido yo en Lima por
un espacio de veinte años (1966-1986), nunca tuve la oportunidad de ni
siquiera conversar con ella, aunque la conocía de vista y de lejos
cuando asistió con Gustavo Valcárcel al Primer Encuentro de Poetas
realizado en Chiclayo (conservo un libro de poemas autografiado por el
poeta). O sea que con Gustavo tampoco hubo una cercanía amical.
Producto también de mis aprehensiones cívicas (por entonces era –y
creo seguir siéndolo– un tanto renuente a acercarme a los poetas
consagrados). Incluso con la hija de ambos, Rosina Valcárcel (también
consagrada poeta), tuve muy pocas oportunidades de tratarla durante mi
permanencia en Lima, pese a habernos encontrado en eventos populares o
de haber compartido un premio de poesía (en los años setenta). Pero,
allá por el año de 1999, tuvo que pasarme la desgracia de tener un
problema judicial (de injusticia laboral, cometida –por supuesto–
contra mí) para que se diera la oportunidad de acercarnos amicalmente.
Rosina, con esa generosidad que la caracteriza me apoyó con una nota
periodística, con un desprendimiento inusual y sin ningún compromiso,
pues ni siquiera habíamos cultivado hasta entonces una mínima amistad.
Pero esa circunstancia me llevó a buscarla en su domicilio para
manifestarle mi gratitud. Y desde entonces hemos edificado una amistad
de la que no sólo me siento orgulloso, sino que cuido como si en
realidad se tratase de cultivar una rosa (como la rosa de Martí).
Entonces, cada vez que voy a Lima lo primero que hago es telefonear a
mi amiga Rosina. Y ella, siempre generosa, reserva un lapso de su
tiempo para vernos y conversar e intercambiar libros y abrazos y
besos. Y, a propósito de besos, en uno de esos encuentros, acordamos
con Rosina ir un día a visitar a Violeta. Y, al momento de saludarnos
con un beso en la mejilla, se generó un lapsus y nos besamos en los
labios. Es una anécdota maravillosa. Y allí pude constatar que,
definitivamente, la sabiduría popular es totalmente acertada, comprobé
en esa ocasión que “de tal palo, tal astilla”: Rosina es un reflejo
del inmenso afecto que irradiaba Violeta. Cada quien con su propia
personalidad, pero ambas unidas por una calidad humana singularísima.
Violeta Carnero era un amor de persona. Me recibió con una
demostración de aprecio que pocas veces he experimentado. Y con una
sinceridad a prueba de cualquier duda. Y en los últimos años la he
llamado muchas veces desde Piura para saludarla y recibir con su
cálida voz la seguridad de que a mujeres y madres como ella muy bien
les viene la expresión vallejiana de “Muerta inmortal”. Al día
siguiente de recibir la noticia de su pase a la inmortalidad (a donde
ha ido a encontrarse con su amado Gustavo), volví a difundir un poema
que escribí el mismo día que la conocí en su casa. Al poco tiempo
volví a dedicarle otro poema que ahora quiero –de manera virtual–
hacerle llegar a Gustavo Valcárcel, como expresión de mi rendido
reconocimiento al gran aporte que ambos le han hecho al pueblo peruano
con su vida feraz.
CARTA ABIERTA A GUSTAVO VALCÁRCEL
Le robé un beso a tu esposa,
Inmenso poeta, Gustavo
(Un pétalo más a la rosa
No le hace menoscabo).
Pero sabes que ese beso
Tiene el don de carta abierta:
Como el fruto del cerezo
Llega a toda voz despierta.
Y a miles veo en soslayo
Dando besos a Violeta,
Convertidos en vasallos
De sus lágrimas discretas,
Pues no deja de haber mayo
Que no llore a su poeta.
recuerdo– allá por el año 2006. A pesar de haber vivido yo en Lima por
un espacio de veinte años (1966-1986), nunca tuve la oportunidad de ni
siquiera conversar con ella, aunque la conocía de vista y de lejos
cuando asistió con Gustavo Valcárcel al Primer Encuentro de Poetas
realizado en Chiclayo (conservo un libro de poemas autografiado por el
poeta). O sea que con Gustavo tampoco hubo una cercanía amical.
Producto también de mis aprehensiones cívicas (por entonces era –y
creo seguir siéndolo– un tanto renuente a acercarme a los poetas
consagrados). Incluso con la hija de ambos, Rosina Valcárcel (también
consagrada poeta), tuve muy pocas oportunidades de tratarla durante mi
permanencia en Lima, pese a habernos encontrado en eventos populares o
de haber compartido un premio de poesía (en los años setenta). Pero,
allá por el año de 1999, tuvo que pasarme la desgracia de tener un
problema judicial (de injusticia laboral, cometida –por supuesto–
contra mí) para que se diera la oportunidad de acercarnos amicalmente.
Rosina, con esa generosidad que la caracteriza me apoyó con una nota
periodística, con un desprendimiento inusual y sin ningún compromiso,
pues ni siquiera habíamos cultivado hasta entonces una mínima amistad.
Pero esa circunstancia me llevó a buscarla en su domicilio para
manifestarle mi gratitud. Y desde entonces hemos edificado una amistad
de la que no sólo me siento orgulloso, sino que cuido como si en
realidad se tratase de cultivar una rosa (como la rosa de Martí).
Entonces, cada vez que voy a Lima lo primero que hago es telefonear a
mi amiga Rosina. Y ella, siempre generosa, reserva un lapso de su
tiempo para vernos y conversar e intercambiar libros y abrazos y
besos. Y, a propósito de besos, en uno de esos encuentros, acordamos
con Rosina ir un día a visitar a Violeta. Y, al momento de saludarnos
con un beso en la mejilla, se generó un lapsus y nos besamos en los
labios. Es una anécdota maravillosa. Y allí pude constatar que,
definitivamente, la sabiduría popular es totalmente acertada, comprobé
en esa ocasión que “de tal palo, tal astilla”: Rosina es un reflejo
del inmenso afecto que irradiaba Violeta. Cada quien con su propia
personalidad, pero ambas unidas por una calidad humana singularísima.
Violeta Carnero era un amor de persona. Me recibió con una
demostración de aprecio que pocas veces he experimentado. Y con una
sinceridad a prueba de cualquier duda. Y en los últimos años la he
llamado muchas veces desde Piura para saludarla y recibir con su
cálida voz la seguridad de que a mujeres y madres como ella muy bien
les viene la expresión vallejiana de “Muerta inmortal”. Al día
siguiente de recibir la noticia de su pase a la inmortalidad (a donde
ha ido a encontrarse con su amado Gustavo), volví a difundir un poema
que escribí el mismo día que la conocí en su casa. Al poco tiempo
volví a dedicarle otro poema que ahora quiero –de manera virtual–
hacerle llegar a Gustavo Valcárcel, como expresión de mi rendido
reconocimiento al gran aporte que ambos le han hecho al pueblo peruano
con su vida feraz.
CARTA ABIERTA A GUSTAVO VALCÁRCEL
Le robé un beso a tu esposa,
Inmenso poeta, Gustavo
(Un pétalo más a la rosa
No le hace menoscabo).
Pero sabes que ese beso
Tiene el don de carta abierta:
Como el fruto del cerezo
Llega a toda voz despierta.
Y a miles veo en soslayo
Dando besos a Violeta,
Convertidos en vasallos
De sus lágrimas discretas,
Pues no deja de haber mayo
Que no llore a su poeta.
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