HUAURA: NUESTRO GLORIOSO ESPACIO TIEMPO HISTÓRICO
JOSÉ FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Muchas veces la historia bien escrita no es siempre accesible al común de las personas, ante la abrumadora y persistente historiografía oficial/escolar. Menos aun cuando trata de un pro-ceso eminentemente controvertido, como el caso de nuestra mal contada independencia en el Perú. Donde los intereses políticos e ideológicos responden a sectores abierta como soterrada-mente enfrentados, sobre todo cuando nos referimos, como en el presente caso, a los criollos y chapetones, por un lado, y la llamada castas: indios, mestizos y negros, por el otro.
Entre los primeros: a. Los adictos y usufructuarios del sistema monopólico colonial, sobre todo limeños. b. Los pocos, liberales, separatistas de la madre patria, predilectos del libre comercio pero socialmente también defensores del status quo virreinal, la mayoría provincianos. Ambos, beneficiarios del poder político, económico, social y cultural de la sociedad virreinal. Y entre los segundos (el 85% de un total de 1’400,000 habitantes) conformada por la gran masa de indígenas, mestizos y negros; víctimas de este sistema, sometidos, discriminados, marginados y explotados, pero que a su vez, con su trabajo y su tributo económicamente sostenedores de dicho sistema.
Sin embargo, la historiografía referida a estos años de crisis independentista, se basa ma-yormente en documentos oficiales de los bandos contendores, así como de informantes viajeros de las potencias europeas, interesadas en expulsar a España de sus colonias y así regularizar su expansiva e ilegal ingerencia comercial en los dilatados mercados y rutas hispanoamericanos, que ya el contrabando y el libre comercio estaban mellando con el apoyo de los fidelistas criollo, que pronto devinieron en patriotas por conveniencia, en la medida que el mercantilismo les era rentable, y siempre y cuando no afecten sus intereses y estatus social.
Y es precisamente que esta impostada historia de la independencia fue consumada y escrita por este sector, el menos revolucionario y calculadamente patriota, con un doble discurso liberal: Uno, referido a las masas de provincianos y campesinos (indios, negros y mestizos), para engrosar sus tropas regulares, montoneras, guerrillas y auxiliares; idealista, con sesgo social de liberación y justicia. Y otro discurso más pragmático, de carácter económico y aristocrático, para, disuadir y apurar a la élite criolla a cambiarse al bando patriota.
Por tanto, el pueblo peruano que intervino directamente en las principales acciones de guerra no tenía quien le escriba. Las fuentes documentales son foráneas, escasas y desper-digadas. Apenas se han logrado salvar algunas provenientes de la tradición oral. Pero, la mayoría de los documentos trabajados tienen un barniz discriminante, con premeditado olvido del aporte del pueblo en esta contienda. Pues, en todo caso, la independencia fue con el pueblo, pero no para el pueblo.
Si bien la “historia se hace con documentos, cuando ellos existen, también se hace con la venerable historia oral o tradición oral de pasadas generaciones. Entonces, nuestra historia -independentista- debe ser la reconstrucción del pasado captado en toda su amplitud y en toda su complejidad” (1). Sólo así podremos incorporar en la historia, la vida entera, tan rica y aun inexplorada historia regional.
Así, la historia, nuestra historia, amigo lector, debe servir “para el goce y la hazaña del saber, hay un encanto en la curiosidad por nuestro pasado, de aprender las cosas singulares, en el enriquecimiento del universo interior al revivir la experiencia humana. Porque la historia tiene en sí una eterna seducción que le es propia. Pues ese saber, que es revivir, evocar, comprender, juzgar o interpretar, no es fácil salvo un exigente y metódica labor científica y pedagógica”. (2)
Entonces. mientras que los precavidos historiadores oficiosos, en términos muy genéricos narran que la independencia fue obtenida “en un marco de representaciones a la disidencia y de expectativas de los sectores dominantes, cuando San Martín llegó con la expedición chilena-ar-gentina a nuestras costas…El Perú, como país heterogéneo respondió de diversas maneras a los diferentes estímulos independentistas. Lima era la capi-tal, pero su conducta determinó la suerte del país entero. En todo caso, fue más por defecto que por efecto” (3).
Pero para nosotros, esas costas tienen nombres muy propios: Huacho, Carquín, Huaura, Mazo, Végueta. Obviamente, quienes querían realmente la independencia del Perú, no eran pre-cisamente los limeños, que llegaron tarde, pero terminaron apropiándose y cosechando los méritos y beneficios. Recordemos entonces que el Norte Chico fue el efecto, del estímulo independentista. Limpia y generosamente nosotros nos compramos el problema, sin cálculos, mezquindades ni subterfugios. Porque el costo y la carga de esta gesta libertadora la asumieron nuestros pueblos, villas, caletas, haciendas y fundos, unos más y permanentemente que otros, según sus recursos.
Mientras la indecisión de San Martín no le permitía la acción rotunda y definitiva sobre los monar-quistas, que se pertrechaba y organizaba en la sierra, nosotros prodigábamos apoyo entusiastamente al ejército patriota a lo largo y ancho de todos los valles, desde el Santa hasta Chancay. Aunque la tesis monarquista de San Martín primaba en su estrategia política, el ejército patriota se preparaba para una larga contienda de desgaste. Por eso, el discurso-proclama de la independencia que se escuchara en Huaura en noviembre de 1820 sería controversial a lo que planteaba San Martín a los monarquistas en Miraflores (con Pezuela) y Punchauca (con La Serna).
En tanto, las avanzadas y partidas de montonero y guerrillas que acosaban a los penin-sulares que se retiraban a la sierra o querían incursionar hacia el norte, el puñado de limeños criollos y españoles, temerosos al estar desamparados a expensas del arrebato de la plebe (indios y negros), se apresuraron a solicitar a San Martín se avenga a la capital para mantener el orden. Quien entra en Lima de noche y en secreto. No fue pues una entrada triunfal, sino a pedido del conde de San Isidro, alcalde de Lima.
San Martín, consternado por tanta generosidad y animosidad de los pueblos, que habían sufrían la opresión colonial, y también para asegurar el pleno respaldo popular, con entusiasmo e ingenuidad, se inclinaría a decretar leyes sociales en perjuicio de los intereses de los criollos y españoles suprimiendo el tributo de indígena y liberando a los esclavos negros, y entre otras co-sas, un himno, una biblioteca, una bandera. Pero también, propuso a los peninsulares una monar-quía al estilo brasileño. Por eso, que no logró ni lo uno ni lo otro, porque su proyecto no estaba dentro de los planes de los masones liberales para Hispanoamérica bajo la batuta de Londres.
Otro historiador. al hablarnos que “la especial ubicación del Cuartel General de San Martín impidió las comunicaciones entre Lima y las poblaciones de más al norte, que así se vieron libres de la coacción virreinal. Esto permitió –dice Roel- que se produjera la Jura de la Independencia de Lambayeque, Trujillo…” (4) Para nosotros, la versión es mucho más concatenante y real. La im-portancia de la antigua provincia de Chancay, no se reduce a una simple y circunstancial estrategia y táctica militar. Las grandezas del ejemplo más puro de patriotismo fueron absolutamente con-trarias a las miserias de los criollos limeños que cambiaban de bando según las tropas que ocupaban Lima. Ora monarquistas, ora patriotas; un hijo en el ejército realista y otro en el patriota No olvidemos, que los primeros mártires de esta guerra fueron nuestros indios huachanos, fusilados por el jefe realista Ceballos por socorrer a la escuadra libertadora de Lord Cochrane el 7 abril de 1919.
Antes que el Generalísimo San Martín llegara a nuestras costas, ya el cabildo del pueblo de Supe deponiendo al alcalde español (el 5 de abril de 1819) proclamaba su independencia -el pri-mero de la historia patria- a despecho de los dubitativos y temerosos señoritos limeños, leales a la corona española, El 19 de noviembre de 1820, San Martín instala la infantería y su cuartel general en Supe, hasta el 7 de diciembre. Pero antes, el 27 de noviembre del mismo año Supe reitera su independencia, y al año siguiente (16 de diciembre) Supe Jura la Independencia por tercera vez. (5)
Mientras San Martín se dirigía hacia el norte a mediados de octubre 1820, por el fervor patriótico, muchos pueblos siguen inclinándose en favor de la causa libertaria. Guayaquil proclama la independencia el 9 de octubre, Nazca el 15 e Ica el 21 del mismo mes. Huamanga el 1 y Huancayo el 20 de noviembre, Jauja el 22, Barranca y Pativilca el 26 de noviembre, Pativilca reitera su juramento 12 meses después; en diciembre de 1820 hacen lo mismo: Pasco el 7, Huánuco el 15, en Trujillo el 24, en Lambayeque el 27 y Tarma el 28. Chancay jura la indepen-dencia el 1 de enero de 1821. En Piura el 4, Tumbes el 7 y en Cajamarca el 8 del mismo enero. En Jaén y Quito el 4 de junio. La Universidad de San Marcos jura la independencia el 29 de junio, Moyobamba el 19 de agosto de 1821. Luego Lamas, Tarapoto y Cumbaza juraron también entre 26 y 28 de agosto del mismo año. Saposoa hizo lo mismo el 18 de setiembre de 1821. Chacha-poyas, y así sucesivamente. Son tiempos de gran fervor libertario de los pueblos del interior de naciente Perú. Mientras Lima se convertía en el reducto de la más execrable reacción monarquista de todo el continente. (6)
Estas proclamas, unas más espontáneas y populares que otras, coinciden en audacia e ímpetu de las primeras acciones militares de la expedición libertadora, destacan Lord Cochrane, Álvarez de Arenales y Miller, con el aporte de un selecto puñado de valientes colaboradores y paisanos nuestros, entre otros: Francisco Vidal, Andrés Pérez, Juan Franco, Juan Aranda, Manuel Villanueva (Supanos), el padre Cayetano Requena (huachano), Andrés Reyes, Lorenzo Buitrón, Eugenio Iberico, Manuel Julián de la Sota y José Caparroz (chancayanos), Remigio Silva, Domingo y Francisco Aranda (Huaurinos), Juan Francisco y Pedro Sayán Reyes (barranquinos), José González (sayanero), Domingo Orué (de Pativilca), Toribio de Luzuriaga, (ancashino), padre Pedro de la Hoz (de Huarmey), entre otros. Obviamente, al lado de legendarios y valerosos líderes guerrilleros y montoneros que aislaron a Lima por varios meses. (7)
Nada prueba tanto la generalizada movilización de los nuestros, como la prontitud con que montaron la caballería, a pesar de las amenazas del virrey, que a los 6 días del desembarco de la expedición en Huacho, los regimientos de Granaderos y Cazadores ya estaban bien montados: todos con dos y muchos con tres caballos por persona. Pero lo esencial fue el permanente en-rolamiento de cientos de paisanos en las filas patriotas.
El aporte también consistió en donaciones de dinero, alimento, aperos, vituallas, armas, maestranzas y medicinas venidas desde los más recónditos pueblos, haciendas, fundos, caseríos, chacras, vaquerías y potreros, de nuestros valles. Incluso, parte de la tropa tuvo que ser atendida en los hospitales de campaña debido a la peste terciana, que asoló el norte. Tan es así que es significativa la queja del propio virrey Pezuela, al afirmar que en el norte, desde Santa a Chancay “no hay dos docenas de habitantes fieles al Rey”.(8) Se refería al pueblo, mayormente indios, negros, mestizos y algunos criollos; entre hacendados, campesinos, pescadores, esclavos libertos, curas, comerciantes, empleados, etc.
En tanto las partidas de montonero y guerrillas acosaban a los realistas que se retiraban a la sierra, los aristócratas criollo, temerosos de ser despojados de sus riquezas, según un ob-servador inglés -citado por Macera- “no sólo temían a los esclavos y a la chusma; con más razón temían a los indios armados que rodeaban la ciudad, los cuales, bajo las órdenes de los oficiales de San Martín, eran tropas salvajes e indisciplinadas”. (9) De ahí –como ya se dijo- que se apresuraron a solicitar a San Martín se avenga a la capital para mantener el orden y la ley. Quien entra en Lima por Carmen de la Legua, en vistoso y marcial desfile para tranquilidad de los citadinos, y a los 15 días, entre condes y marqueses proclamar también la independencia en Lima.
“El aporte del pueblo en las guerrillas y montoneras es evidentemente y muy importante, conformaron las partidas campesinos pobres, mineros arrieros, pequeños comerciantes y peque-ños propietarios, esclavos cimarrones. En lo fundamental, en los pobladores de origen étnico indígenas sus reivindicaciones sociales y económicas eran más o menos claras. Los dirigentes, en cambio, fueron más bien criollos y mestizos de clase media y modesta fortuna. Una guerra de posiciones como ésta, tuvo que contar, de ambos lados con fuerzas informales. Aparte de las dos batallas decisorias (Junín y Ayacucho), casi toda la guerra fue llevada (o soportada) fundamen-talmente por las guerrillas y pequeños destacamentos de tropas regulares de ambos bandos”. (10)
Finalmente, un significativo gesto que adquiere actualidad es lo que sucedió durante la corta estadía de la Expedición Libertadora en Pisco, por cuanto era indispensable reemplazar los símbolos del yugo colonial, San Martín decreta la creación de la primera bandera nacional, el 21 de octubre de 1820, para ser usada como distintivo militar en todo el territorio liberado; la misma que enarboló 36 días después en la Jura de la independencia en Huaura (27 de noviembre).
Si nos preguntamos qué hubiese sido las tropas auxiliares, montoneros y guerrillas, enarbolando con amor la bandera creada por San Martín hubiesen cerrado el paso y batido al virrey La serna en su evacuación de Lima hacia el Real Felipe y luego hacia Huancayo, por las quebradas de Cieneguilla. Posiblemente, la campaña de la sierra. A cargo de las fuerzas regulares hubiese sido más óptima y rápida, si firmada la rendición incluía la expulsión inmediata de los realistas y sus socios los criollos monarquistas. De igual forma, ya no hubiese sido necesaria la presencia de la expedición del norte con Bolívar y Sucre.
Inútil y triste destino de la primera bandera, que fue reformada por el Supremo Delegado Bernardo Torre Tagle el 15 de marzo de 1822. Luego, tres años después, rediseñada por el Libertador Simón Bolívar, símbolo que hasta ahora sigue vigente. Hasta aquí, hemos visto los hechos históricos acaecidos en los valles al norte de Lima, durante la contienda militar del libertador argentino, y la primera e inopinada bandera en su pequeñez histórica, y dos veces robada del Museo Histórico de Huaura.
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REFERENCIA:
(1) Lucien Febvre. Combats pour l’Histoire. París. Armand Colin, 1953. p. 428. Citado por Jorge Basadre, op. Cit. P. XXXVII.
(2) Basadre, Jorge. Reflexiones sobre la historiografía. En: Historia de la República del Perú. T. 1. Editorial Universitaria. pp. XV-XVI.
(3) Francisco Quiroz Chueca. De la colonia a la república independiente. En. Historia del Perú. Editorial Lexus. Barcelona, 2000. pp. 734-735.
(4) Virgilio Roel Pineda. El Perú en el siglo XIX. Idea. Lima, 1986. p. 37.
(5) Emilio Rosas Cuadros. La provincia de Chancay en la colonia y emancipación. Editorial Gráfica Industrial. Lima, 1977. p. 147.
(6) José Fernández Sánchez. Hechos memorables durante la guerra de la independencia en el Perú. Ediciones Ugartinas, GUE Alfonso Ugarte. Lima, 1978.
(7) Arnaldo Arámbulo La Rosa. Huacho en la historia del Perú. Rapad Print. Lima, 1980.
(8) Rosas Cuadros. Op. Cit. p. 141.
(9) Pablo Macera Dall’ortho. Historia del Perú 3. Independencia y República. Editorial Bruño. P. 81. Lima, s/f.
(10) Ricardo Cavero-Egúsquiza. Páginas de la historia Sanmartiniana en el Perú.
Antología: 1820-1822. Instituto Sanmartiniano del Perú. Lima, 1970. pp. 139-140.
JOSÉ FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
Muchas veces la historia bien escrita no es siempre accesible al común de las personas, ante la abrumadora y persistente historiografía oficial/escolar. Menos aun cuando trata de un pro-ceso eminentemente controvertido, como el caso de nuestra mal contada independencia en el Perú. Donde los intereses políticos e ideológicos responden a sectores abierta como soterrada-mente enfrentados, sobre todo cuando nos referimos, como en el presente caso, a los criollos y chapetones, por un lado, y la llamada castas: indios, mestizos y negros, por el otro.
Entre los primeros: a. Los adictos y usufructuarios del sistema monopólico colonial, sobre todo limeños. b. Los pocos, liberales, separatistas de la madre patria, predilectos del libre comercio pero socialmente también defensores del status quo virreinal, la mayoría provincianos. Ambos, beneficiarios del poder político, económico, social y cultural de la sociedad virreinal. Y entre los segundos (el 85% de un total de 1’400,000 habitantes) conformada por la gran masa de indígenas, mestizos y negros; víctimas de este sistema, sometidos, discriminados, marginados y explotados, pero que a su vez, con su trabajo y su tributo económicamente sostenedores de dicho sistema.
Sin embargo, la historiografía referida a estos años de crisis independentista, se basa ma-yormente en documentos oficiales de los bandos contendores, así como de informantes viajeros de las potencias europeas, interesadas en expulsar a España de sus colonias y así regularizar su expansiva e ilegal ingerencia comercial en los dilatados mercados y rutas hispanoamericanos, que ya el contrabando y el libre comercio estaban mellando con el apoyo de los fidelistas criollo, que pronto devinieron en patriotas por conveniencia, en la medida que el mercantilismo les era rentable, y siempre y cuando no afecten sus intereses y estatus social.
Y es precisamente que esta impostada historia de la independencia fue consumada y escrita por este sector, el menos revolucionario y calculadamente patriota, con un doble discurso liberal: Uno, referido a las masas de provincianos y campesinos (indios, negros y mestizos), para engrosar sus tropas regulares, montoneras, guerrillas y auxiliares; idealista, con sesgo social de liberación y justicia. Y otro discurso más pragmático, de carácter económico y aristocrático, para, disuadir y apurar a la élite criolla a cambiarse al bando patriota.
Por tanto, el pueblo peruano que intervino directamente en las principales acciones de guerra no tenía quien le escriba. Las fuentes documentales son foráneas, escasas y desper-digadas. Apenas se han logrado salvar algunas provenientes de la tradición oral. Pero, la mayoría de los documentos trabajados tienen un barniz discriminante, con premeditado olvido del aporte del pueblo en esta contienda. Pues, en todo caso, la independencia fue con el pueblo, pero no para el pueblo.
Si bien la “historia se hace con documentos, cuando ellos existen, también se hace con la venerable historia oral o tradición oral de pasadas generaciones. Entonces, nuestra historia -independentista- debe ser la reconstrucción del pasado captado en toda su amplitud y en toda su complejidad” (1). Sólo así podremos incorporar en la historia, la vida entera, tan rica y aun inexplorada historia regional.
Así, la historia, nuestra historia, amigo lector, debe servir “para el goce y la hazaña del saber, hay un encanto en la curiosidad por nuestro pasado, de aprender las cosas singulares, en el enriquecimiento del universo interior al revivir la experiencia humana. Porque la historia tiene en sí una eterna seducción que le es propia. Pues ese saber, que es revivir, evocar, comprender, juzgar o interpretar, no es fácil salvo un exigente y metódica labor científica y pedagógica”. (2)
Entonces. mientras que los precavidos historiadores oficiosos, en términos muy genéricos narran que la independencia fue obtenida “en un marco de representaciones a la disidencia y de expectativas de los sectores dominantes, cuando San Martín llegó con la expedición chilena-ar-gentina a nuestras costas…El Perú, como país heterogéneo respondió de diversas maneras a los diferentes estímulos independentistas. Lima era la capi-tal, pero su conducta determinó la suerte del país entero. En todo caso, fue más por defecto que por efecto” (3).
Pero para nosotros, esas costas tienen nombres muy propios: Huacho, Carquín, Huaura, Mazo, Végueta. Obviamente, quienes querían realmente la independencia del Perú, no eran pre-cisamente los limeños, que llegaron tarde, pero terminaron apropiándose y cosechando los méritos y beneficios. Recordemos entonces que el Norte Chico fue el efecto, del estímulo independentista. Limpia y generosamente nosotros nos compramos el problema, sin cálculos, mezquindades ni subterfugios. Porque el costo y la carga de esta gesta libertadora la asumieron nuestros pueblos, villas, caletas, haciendas y fundos, unos más y permanentemente que otros, según sus recursos.
Mientras la indecisión de San Martín no le permitía la acción rotunda y definitiva sobre los monar-quistas, que se pertrechaba y organizaba en la sierra, nosotros prodigábamos apoyo entusiastamente al ejército patriota a lo largo y ancho de todos los valles, desde el Santa hasta Chancay. Aunque la tesis monarquista de San Martín primaba en su estrategia política, el ejército patriota se preparaba para una larga contienda de desgaste. Por eso, el discurso-proclama de la independencia que se escuchara en Huaura en noviembre de 1820 sería controversial a lo que planteaba San Martín a los monarquistas en Miraflores (con Pezuela) y Punchauca (con La Serna).
En tanto, las avanzadas y partidas de montonero y guerrillas que acosaban a los penin-sulares que se retiraban a la sierra o querían incursionar hacia el norte, el puñado de limeños criollos y españoles, temerosos al estar desamparados a expensas del arrebato de la plebe (indios y negros), se apresuraron a solicitar a San Martín se avenga a la capital para mantener el orden. Quien entra en Lima de noche y en secreto. No fue pues una entrada triunfal, sino a pedido del conde de San Isidro, alcalde de Lima.
San Martín, consternado por tanta generosidad y animosidad de los pueblos, que habían sufrían la opresión colonial, y también para asegurar el pleno respaldo popular, con entusiasmo e ingenuidad, se inclinaría a decretar leyes sociales en perjuicio de los intereses de los criollos y españoles suprimiendo el tributo de indígena y liberando a los esclavos negros, y entre otras co-sas, un himno, una biblioteca, una bandera. Pero también, propuso a los peninsulares una monar-quía al estilo brasileño. Por eso, que no logró ni lo uno ni lo otro, porque su proyecto no estaba dentro de los planes de los masones liberales para Hispanoamérica bajo la batuta de Londres.
Otro historiador. al hablarnos que “la especial ubicación del Cuartel General de San Martín impidió las comunicaciones entre Lima y las poblaciones de más al norte, que así se vieron libres de la coacción virreinal. Esto permitió –dice Roel- que se produjera la Jura de la Independencia de Lambayeque, Trujillo…” (4) Para nosotros, la versión es mucho más concatenante y real. La im-portancia de la antigua provincia de Chancay, no se reduce a una simple y circunstancial estrategia y táctica militar. Las grandezas del ejemplo más puro de patriotismo fueron absolutamente con-trarias a las miserias de los criollos limeños que cambiaban de bando según las tropas que ocupaban Lima. Ora monarquistas, ora patriotas; un hijo en el ejército realista y otro en el patriota No olvidemos, que los primeros mártires de esta guerra fueron nuestros indios huachanos, fusilados por el jefe realista Ceballos por socorrer a la escuadra libertadora de Lord Cochrane el 7 abril de 1919.
Antes que el Generalísimo San Martín llegara a nuestras costas, ya el cabildo del pueblo de Supe deponiendo al alcalde español (el 5 de abril de 1819) proclamaba su independencia -el pri-mero de la historia patria- a despecho de los dubitativos y temerosos señoritos limeños, leales a la corona española, El 19 de noviembre de 1820, San Martín instala la infantería y su cuartel general en Supe, hasta el 7 de diciembre. Pero antes, el 27 de noviembre del mismo año Supe reitera su independencia, y al año siguiente (16 de diciembre) Supe Jura la Independencia por tercera vez. (5)
Mientras San Martín se dirigía hacia el norte a mediados de octubre 1820, por el fervor patriótico, muchos pueblos siguen inclinándose en favor de la causa libertaria. Guayaquil proclama la independencia el 9 de octubre, Nazca el 15 e Ica el 21 del mismo mes. Huamanga el 1 y Huancayo el 20 de noviembre, Jauja el 22, Barranca y Pativilca el 26 de noviembre, Pativilca reitera su juramento 12 meses después; en diciembre de 1820 hacen lo mismo: Pasco el 7, Huánuco el 15, en Trujillo el 24, en Lambayeque el 27 y Tarma el 28. Chancay jura la indepen-dencia el 1 de enero de 1821. En Piura el 4, Tumbes el 7 y en Cajamarca el 8 del mismo enero. En Jaén y Quito el 4 de junio. La Universidad de San Marcos jura la independencia el 29 de junio, Moyobamba el 19 de agosto de 1821. Luego Lamas, Tarapoto y Cumbaza juraron también entre 26 y 28 de agosto del mismo año. Saposoa hizo lo mismo el 18 de setiembre de 1821. Chacha-poyas, y así sucesivamente. Son tiempos de gran fervor libertario de los pueblos del interior de naciente Perú. Mientras Lima se convertía en el reducto de la más execrable reacción monarquista de todo el continente. (6)
Estas proclamas, unas más espontáneas y populares que otras, coinciden en audacia e ímpetu de las primeras acciones militares de la expedición libertadora, destacan Lord Cochrane, Álvarez de Arenales y Miller, con el aporte de un selecto puñado de valientes colaboradores y paisanos nuestros, entre otros: Francisco Vidal, Andrés Pérez, Juan Franco, Juan Aranda, Manuel Villanueva (Supanos), el padre Cayetano Requena (huachano), Andrés Reyes, Lorenzo Buitrón, Eugenio Iberico, Manuel Julián de la Sota y José Caparroz (chancayanos), Remigio Silva, Domingo y Francisco Aranda (Huaurinos), Juan Francisco y Pedro Sayán Reyes (barranquinos), José González (sayanero), Domingo Orué (de Pativilca), Toribio de Luzuriaga, (ancashino), padre Pedro de la Hoz (de Huarmey), entre otros. Obviamente, al lado de legendarios y valerosos líderes guerrilleros y montoneros que aislaron a Lima por varios meses. (7)
Nada prueba tanto la generalizada movilización de los nuestros, como la prontitud con que montaron la caballería, a pesar de las amenazas del virrey, que a los 6 días del desembarco de la expedición en Huacho, los regimientos de Granaderos y Cazadores ya estaban bien montados: todos con dos y muchos con tres caballos por persona. Pero lo esencial fue el permanente en-rolamiento de cientos de paisanos en las filas patriotas.
El aporte también consistió en donaciones de dinero, alimento, aperos, vituallas, armas, maestranzas y medicinas venidas desde los más recónditos pueblos, haciendas, fundos, caseríos, chacras, vaquerías y potreros, de nuestros valles. Incluso, parte de la tropa tuvo que ser atendida en los hospitales de campaña debido a la peste terciana, que asoló el norte. Tan es así que es significativa la queja del propio virrey Pezuela, al afirmar que en el norte, desde Santa a Chancay “no hay dos docenas de habitantes fieles al Rey”.(8) Se refería al pueblo, mayormente indios, negros, mestizos y algunos criollos; entre hacendados, campesinos, pescadores, esclavos libertos, curas, comerciantes, empleados, etc.
En tanto las partidas de montonero y guerrillas acosaban a los realistas que se retiraban a la sierra, los aristócratas criollo, temerosos de ser despojados de sus riquezas, según un ob-servador inglés -citado por Macera- “no sólo temían a los esclavos y a la chusma; con más razón temían a los indios armados que rodeaban la ciudad, los cuales, bajo las órdenes de los oficiales de San Martín, eran tropas salvajes e indisciplinadas”. (9) De ahí –como ya se dijo- que se apresuraron a solicitar a San Martín se avenga a la capital para mantener el orden y la ley. Quien entra en Lima por Carmen de la Legua, en vistoso y marcial desfile para tranquilidad de los citadinos, y a los 15 días, entre condes y marqueses proclamar también la independencia en Lima.
“El aporte del pueblo en las guerrillas y montoneras es evidentemente y muy importante, conformaron las partidas campesinos pobres, mineros arrieros, pequeños comerciantes y peque-ños propietarios, esclavos cimarrones. En lo fundamental, en los pobladores de origen étnico indígenas sus reivindicaciones sociales y económicas eran más o menos claras. Los dirigentes, en cambio, fueron más bien criollos y mestizos de clase media y modesta fortuna. Una guerra de posiciones como ésta, tuvo que contar, de ambos lados con fuerzas informales. Aparte de las dos batallas decisorias (Junín y Ayacucho), casi toda la guerra fue llevada (o soportada) fundamen-talmente por las guerrillas y pequeños destacamentos de tropas regulares de ambos bandos”. (10)
Finalmente, un significativo gesto que adquiere actualidad es lo que sucedió durante la corta estadía de la Expedición Libertadora en Pisco, por cuanto era indispensable reemplazar los símbolos del yugo colonial, San Martín decreta la creación de la primera bandera nacional, el 21 de octubre de 1820, para ser usada como distintivo militar en todo el territorio liberado; la misma que enarboló 36 días después en la Jura de la independencia en Huaura (27 de noviembre).
Si nos preguntamos qué hubiese sido las tropas auxiliares, montoneros y guerrillas, enarbolando con amor la bandera creada por San Martín hubiesen cerrado el paso y batido al virrey La serna en su evacuación de Lima hacia el Real Felipe y luego hacia Huancayo, por las quebradas de Cieneguilla. Posiblemente, la campaña de la sierra. A cargo de las fuerzas regulares hubiese sido más óptima y rápida, si firmada la rendición incluía la expulsión inmediata de los realistas y sus socios los criollos monarquistas. De igual forma, ya no hubiese sido necesaria la presencia de la expedición del norte con Bolívar y Sucre.
Inútil y triste destino de la primera bandera, que fue reformada por el Supremo Delegado Bernardo Torre Tagle el 15 de marzo de 1822. Luego, tres años después, rediseñada por el Libertador Simón Bolívar, símbolo que hasta ahora sigue vigente. Hasta aquí, hemos visto los hechos históricos acaecidos en los valles al norte de Lima, durante la contienda militar del libertador argentino, y la primera e inopinada bandera en su pequeñez histórica, y dos veces robada del Museo Histórico de Huaura.
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REFERENCIA:
(1) Lucien Febvre. Combats pour l’Histoire. París. Armand Colin, 1953. p. 428. Citado por Jorge Basadre, op. Cit. P. XXXVII.
(2) Basadre, Jorge. Reflexiones sobre la historiografía. En: Historia de la República del Perú. T. 1. Editorial Universitaria. pp. XV-XVI.
(3) Francisco Quiroz Chueca. De la colonia a la república independiente. En. Historia del Perú. Editorial Lexus. Barcelona, 2000. pp. 734-735.
(4) Virgilio Roel Pineda. El Perú en el siglo XIX. Idea. Lima, 1986. p. 37.
(5) Emilio Rosas Cuadros. La provincia de Chancay en la colonia y emancipación. Editorial Gráfica Industrial. Lima, 1977. p. 147.
(6) José Fernández Sánchez. Hechos memorables durante la guerra de la independencia en el Perú. Ediciones Ugartinas, GUE Alfonso Ugarte. Lima, 1978.
(7) Arnaldo Arámbulo La Rosa. Huacho en la historia del Perú. Rapad Print. Lima, 1980.
(8) Rosas Cuadros. Op. Cit. p. 141.
(9) Pablo Macera Dall’ortho. Historia del Perú 3. Independencia y República. Editorial Bruño. P. 81. Lima, s/f.
(10) Ricardo Cavero-Egúsquiza. Páginas de la historia Sanmartiniana en el Perú.
Antología: 1820-1822. Instituto Sanmartiniano del Perú. Lima, 1970. pp. 139-140.
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