Nació
en la ciudad de Huacho el 24 de noviembre de 1958, autora del libro
de cuentos infantiles “Konticuentos” que contiene: El Árbol del
Deseo, Tony y la Gatita Blanquita, Rabito la Iguana Rebelde, El
Hechicero Ambicioso, La Estrella Dorada, Fido en el Circo, entre
otros.
Como
editora ha sido la responsable de las ediciones de los poemarios:
“Poemas del Alma” en CD para multimedia, “Sueños” “Ámbar
Historia y Poesía” y Hualmay y Santa María eternamente huáchanos
del poeta y escritor Julio Solórzano Murga,
“Agonías
del Recuerdo” de la poeta Manuela González Vallarino, poemario
“Mi Jornada Siguiente” del poeta de Caral – Supe Isaac
Rodríguez Villanueva, poemario “Sentimientos” de la poeta Zita
Mitrani de Barba, “Poesía en alta Mar” del poeta de Ámbar
Erlander Sosa Hijar. "Uno y más Cuentos de Don Ernesto
Phillips" del Poeta Rodolfo Gallegos Estupiñán.
Así
mismo fue la editora de la Antología Poética “Huacho Cuna de
Poetas” de la sociedad de Poetas y Narradores de la Región Lima
Provincias, Creadora y Directora de la Pagina WEB de la Sociedad de
Poetas, es editora de la revista Virtual Internacional Arte Regresivo
que dirige el poeta José Pablo Quevedo desde Alemania, directora de
las revistas virtuales Literatura Huachana y Regional y Lugares
Turísticos Región Lima.
En
el año 2008 fue reconocida por la Municipalidad Distrital de Huaura
como la mejor Web Master de la Región Lima. Actualmente ejerce la
secretaria general de la Sociedad de Poetas y Narradores de la Región
Lima.
MI
PRIMERA MASCOTA
La
mañana en que llegó a casa prendido del brazo de mi padre, no sólo
causó evidente sorpresa en el rostro de mi madre, sino también gran
temor en mí, que me encontraba en el afán de armar mi quinto avión
de papel. De inmediato escuché a mi progenitora preguntar con
fastidio si era de verdad o un sólo un adorno de plástico. La total
rigidez de su cuerpo color verde brillante de donde colgaba una larga
cola rayada, hacía presumir esa posibilidad. La duda provenía de la
sonrisita irónica que mostraba mi padre. La respuesta a la pregunta
llegó de inmediato, la dio el propio animalito al abrir la boca y
dejar escuchar un resoplido apenas perceptible a los oídos, pero lo
suficientemente claro para indicar que era mucho más que un simple
adorno.
—
¡Llévatelo! ¡No lo quiero!
¡Llévatelo! —Gritó mi madre con muecas de desagrado contrariada
por la nueva visita. ¡Vamos, llévatelo ya! Siguió vociferando con
voz autoritaria. Sus gritos sin embargo, no lograban romper el trance
hipnótico en el que parecía estar sumido mi padre. Su rostro moreno
no dejaba de sonreír, ni sus dedos de acariciar al extraño
animalito extendido en su brazo, desde la cabeza hasta la cola, una y
otra vez.
—Yo,
arrinconado en una esquina de la sala, donde había corrido por el
susto, con voz muy bajita hacía eco a las palabras de mi madre. Por
primera vez en mis cortos años tomaba partido a favor de ella,
deseaba de corazón que su voluntad prevaleciera como solía suceder
siempre. Pero, justo esta vez sería la excepción. Mi padre
permanecía en silencio sin oír nada, ni los gritos amenazantes de
mi madre, ni mis lánguidos pedidos, más aún parecía “disfrutar”
de la situación. Cuando levantó la mirada fue para exclamar con
fuerza:
-
¡Esta iguana se queda! Le miramos sorprendidos, mi madre enmudeció por completo. No parecía él, estaba totalmente transformado, su voz enérgica sonaba tan extraña en sus labios siempre sumisos. —“¡Será la iguana de Tito!”— sentenció con la misma voz. Yo pasé del temor al terror, mis piernas flaquitas me empezaron a temblar, pero no me atreví a protestar. Mi padre retiró la iguana cómodamente recostada en su brazo y ajena a todo el lío que había originado, para soltarla muy suave como si pudiera romperla en su diván preferido. Y sin mirarnos se volvió a marchar diciendo:
-
“¡He dicho!”.
-
Sin saber qué hacer miré con angustia a mi madre.
-
—Ya escuchaste, ahora es tu mascota— me dijo, intentando suavizar sus palabras.
-
-
II
-
Así llegó mi primera mascota a casa, luego de aparecerse a mi padre huyendo de alguien aún más feo que él; en una calurosa mañana en que mi desazón fue mayor al tener la sospecha de que papá había perdido la razón. Por suerte a su regreso, volvió a ser el mismo de siempre, silencioso, cabizbajo y sumiso. Su falta de carácter me importaba poco porque yo lo amaba tal como era. Él hacia que todo me resultara fácil y sencillo, era como un mago que tenía siempre un truco bajo la manga que facilitaba mi aprendizaje, con las palabras mágicas para comprender y aceptar el mundo que me rodeaba, inclusive las cosas más insólitas como perder el miedo que sentía por mi propia mascota.
—Es
fácil querer las cosas bellas —me dijo para quebrar mi temor—.
Lo valioso hijo, es querer lo que ante nuestros ojos se muestran
desagradables. Míralo fijo con mucha atención usa los ojos del alma
¿no te parece hermoso? Yo observaba al reptil con los únicos ojos
que me conocía, y aunque seguía pareciéndome horriblemente feo,
movía la cabeza afirmativamente ya que el tono apacible de mi padre
me daba seguridad.
La
iguana estuvo con nosotros durante un año, en ese tiempo su cuerpo
creció bastante y se llenó de escamas cristalinas que le
fortalecieron. Me gustaba observar su cabeza altanera y su porte
erguido que parecía imitar a una esfinge egipcia, una esfinge
alargada, con espinas en el dorso, ojos fulgurantes y robusta cola. Y
si en esos momentos al observarla le decía que era increíblemente
bella, ya no le mentía.
Un
mañana, el lugar preferido de mi mascota amaneció vacío. Busqué a
mi madre en la cocina para preguntarle, al verme se apresuró
acariciar mi cabello y a decirme en tono compasivo ¡tienes que
conformarte, hijo!
—
¡Nunca!, le respondí. Y
corrí en busca de mi padre, el único que podría ayudarme a
buscarlo, el único que querría hacerlo. Entré a su cuarto y lo
encontré de pie frente a la ventana abierta, ni cuenta se dio que
había entrado. Iba a suplicar su ayuda, cuando creí reconocer en su
rostro, aquella sonrisita de tiempo atrás. El corazón me dio un
vuelco, me quedé en silencio, observándole conmovido. Una de sus
manos empezó a sacudir su ropa y revolver su cabello por demás
desordenados, pedazos de yerbitas comenzaron a caer al suelo. Abrí
los ojos inmensos al sentir en esas ramitas caídas en esos tallitos
desprendidos, el inconfundible olor del campo.
—Dime
que no te la llevaste, papá, dime que no lo hiciste —supliqué con
angustia. Me miró, pero como un extraño, de su garganta salió
nuevamente esa voz grave y odiosa:
—¡Lo
hice en honor de la libertad!
—Pero
si aquí era libre, papá, era libre —le dije.
—Si
hubieras visto, cómo se llenó de energía cuando lo solté en el
campo. Empezó a saltar sobre la hierba húmeda, a bañarse con el
rocío de la madrugada, parecía emborracharse con el aroma de los
arbustos, de los pinos, de los recios algarrobos. Escaló a una copa
frondosa, se fue deslizando locamente entre las ramas, como un mono
verde y travieso cuyo árbol era demasiado poco para la libertad que
tenía. Lo dejé ahí, oculto entre las hojas verdes y las nubes del
cielo. Su libertad no tiene paredes, está donde debe estar, ¡He
dicho! —me subrayó, señalándome la puerta.
Salí
en silencio, con la bronca de que a mi padre le haya regresado la
locura, o quizá otra repentina lucidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario