No
hay derecho. Y menos este expresidente tiene derecho
alguno para poner al país en la mira del mundo por una inexistente
persecución política, con los daños de imagen que esto ocasiona,
ahora que, por segunda vez (la primera fue con el presidente
Paniagua), la justicia peruana trata de
aproximarse, precisamente, a su esencia: ser justicia.
Algunas
empresas brasileras han expuesto a la vista pública cómo
sobornaban, en nuestro país, a políticos y funcionarios con
cantidades que luego recuperaban multiplicadas, y quien debía
pagarlas era, como siempre, el pueblo pobre del Perú,
incluyendo, claro, los habitantes del Cerro San Cosme, el
cerro que tose, como tan propiamente calificó un colega nuestro a
ese emporio de tuberculosis multidrogo resistente. Y,
desgraciadamente, hay sospechas muy serias que recaen en este
expresidente. En el Perú no hay persecución política, hay
investigación a políticos, sí, y los políticos deben, ante la
justicia, ser tan iguales como aquel pájaro frutero al que se
investiga por haber arranchado una cartera; claro que en el pájaro
frutero el monto sospechado es de cincuenta soles y en
el político que nos ocupa de "algunos" millones de
dólares.
Por
otra parte, hace mal Uruguay si considera que su tradición de
dar asilo a los perseguidos políticos lo obliga a ser cómplice de
la impunidad. Eso no es contribuir a la mejor tradición del asilo
político; es hacer, del asilo, un túnel para la fuga, no de
hombres que defienden sus ideas, si no de los que defienden , por
decirlo eufemísticamente, otras cosas. Uruguay puede
desprestigiar esta institución tan latinoamericana y, en su
tiempo, tan útil, la del asilo, si no distingue con severidad entre
quien es un perseguido político y quien es un investigado por la
justicia.
Cuando
supe que García se había refugiado en la embajada uruguaya pensé
que el partido aprista iba a deslindar con esta actitud. Aún
espero, quizás ilusamente, que lo haga. Espero también que las
universidades de mi país hagan sentir su voz. El Perú vive un
tiempo de erupción volcánica cuyas lavas candentes son
precisamente los descubrimientos de hasta donde ha llegado la
corrupción y a cuanto asciende. Pueden los involucrados con dichos
actos sabotear el proceso de investigación que nos lleve a la
justicia. Y García ha demostrado que no interesa el país, no
interesa el gobierno, no interesa la tan cacareada democracia con tal
de salvarse, si es que salvarse es vivir ( solo físicamente,
queda claro) con este nuevo estigma. Debemos por lo tanto
organizarnos en torno a la defensa de la legalidad y la justicia.
Angel
Gavidia Ruiz
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