Nacido
en Laredo,
un pequeño pueblo al este de Trujillo.
Su madre Paula Varas Soto, peruana, de origen serrano y su padre
Harumi Watanabe Kawano, japonés de
quien cuenta aprendió el arte del haiku.
Watanabe
tuvo una infancia muy pobre, sus padres trabajaban como campesinos en
una hacienda azucarera al norte del país hasta que el destino les
jugó una buena pasada: ganaron la lotería de Lima y Callao y
viajaron a Trujillo, la capital de la provincia. Luego José migró
hacia Lima para seguir estudios superiores, pero el recuerdo de
Laredo quedaría siempre en su memoria, por lo cual muchos de sus
poemas se ubican espacialmente ahí, un Laredo que hoy sólo existe,
con sus cuatro calles, en el imaginario creado por el poeta.
En Lima
estudió los primeros años de la carrera de Arquitectura en
la Universidad
Nacional Federico Villarreal pero la abandonó después de
casi dos años. Su formación fue esencialmente autodidacta y
no sólo se desarrolló como poeta sino también como guionista
de cine y documentales,
estuvo muy involucrado en el medio televisivo e hizo una adaptación
de Antígona de Sófocles para
el grupo de teatro Yuyachkani.
Watanabe es
una de las voces más propias entre los poetas
peruanos del 70, una generación caracterizada por sus
experimentos con el coloquialismo, su ruptura con la tradición
poética peruana anterior a ellos, y su radicalismo ideológico.
También fue una generación gregaria, en la cual, en su primera
fase, primaron más los grupos que las individualidades. El grupo más
activo y beligerante fue Hora Zero, pródigo en manifiestos,
recitales y publicación de revistas mimeografiadas. En esta etapa,
con Watanabe destacaron otros poetas como Abelardo Sánchez León,
Enrique Verástegui, María Emilia Cornejo, Jorge Pimentel, Juan
Ramírez Ruíz y Vladimir Herrera. En una fase posterior, que
trascendió a los grupos y se volcó más al formalismo, la
generación de poetas peruanos del 70 dio admirables frutos con las
obras de Luis Alberto Castillo, Luis La Hoz, Juan Carlos Lázaro,
Carlos López Degregori y Mario Montalbetti. Watanabe, sin ser
considerado integrante de alguno de estos círculos literarios,
compartió mucho de su juventud con su generación, especialmente los
vinculados a la revista Estación Reunida (Tulio Mora, Oscar Málaga,
Elqui Burgos, etc.). Su literatura se mantuvo independiente de todo
el trajín político que
afectaba a su país, lo cuál se hace evidente en su poesía. En
ella, las preocupaciones de la época si aparecen, pasan
inadvertidas. Es más bien producto y gracias a sus vivencias e
íntima forma de escribir que gana en 1970 el primer premio del
concurso Joven Poeta del Perú con el poemario Álbum de
familia.
También
llamado poeta sabio,
Watanabe busca trascender en su poesía.
De su padre,
no sólo aprendió el control de las manifestaciones emocionales, que
llama refrenamiento;
sino también y sobre todo la forma poética del haiku,
la expresión mejor lograda de la mirada oriental del
mundo que, por los senderos del budismo
zen y el taoísmo,
busca a la naturaleza pura
y real irradiando su misterio en cada observación. Es a través de
este miramiento desinteresado, sereno y simplemente testimonial, que
el poeta describe los fenómenos que percibe en su belleza inocente
de toda prisa por vivir, de toda ideología y
de toda pasión. Análogamente al refrenamiento, el haiku expresa
esta voluntad de dejar que las cosas vivan y se den mientras el poeta
queda inerte en la inacción, en solo la contemplación. Se convierte
en solo ojos para ver y para nada más.
El haiku es
además la vía hacia el satori de
la tradición zen o
la iluminación. Esto es la fusión entre el sujeto y el universo,
que lo lleva a la comprensión absoluta de la verdad, y a una gran
paz silenciosa e inexplicable, que en el hinduismo es
llamado samādhi.
Este misticismo que no pertenece a ningún grupo social en particular
sino a la humanidad toda,
es lo que hace que uno se aproxime a la literatura de José Watanabe
como a un clásico, que a través de sus sucintas frases nos hace
unificar nuestros sentidos y vivir el aquí-ahora de sus ensoñaciones
descriptivas y completas para extraer de estos momentos vacuos y
delicados una enseñanza, que cada quién encuentra como un abismo.
Pero
nuestro autor no solo es heredero oriental de este laconismo
contemplativo sino también cabe resaltar una tradición hispana en
el uso de la palabra y en su humor criollo,
que nos puede sorprender para lograr una sonrisa desprevenida con una
de sus palabras que desmitifican al cuerpo del tabú y
que rompen con el tono solemne, como en El baño “si yo hubiera
tenido tetas / serían / como las tuyas” o como en Canción “Pichi
de mujer / no es pichi de hombre”.
Sus poemas
no pueden ser considerados haikus, aunque su efecto sea parecido.
Sino que son más bien parábolas,
breves narraciones que alegorizan situaciones humanas en las que
cualquiera puede reconocerse y que trabajan muy bien el clásico
tópico del carpe
diem. También se ha señalado que bajo los nombres de Stéphane
Mallarmé y Paul
Verlaine, Watanabe se dejó influenciar la
poesía simbolista francesa por
la musicalidad de sus versos y la facilidad para la sugerencia, que
no cae en moraleja sino
en leve señalamiento implícito en el comportamiento y actitudes de
sus personajes narradores.
-
Álbum de familia (Lima, 1971).
-
El huso de la palabra (Lima, 1989).
-
Historia natural (Lima, 1994).
-
Cosas del cuerpo (Lima, 1999).
-
Habitó entre nosotros (Lima, 2002).
-
Lo que queda (Monte Ávila, Caracas, 2005, antología)
-
La piedra alada (Pre-Textos, Valencia, 2005-Peisa, Lima, 2005)
-
Banderas detrás de la niebla (Pre-Textos, Valencia, 2006-Peisa, Lima, 2006).
Nacimiento: 17 de marzo de 1945; Perú, Trujillo
Fallecimiento: 25 de abril de 2007, 62 años
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