Larry Schwartz
Una breve introducción escrita por el traductor
El autor presenta aquí 10 escenarios posibles; en dos
de ellos describe fenómenos naturales (la erupción de un supervolcán y el
impacto en la Tierra de un asteroide de gran tamaño) en los que los seres
humanos –aparte de sufrirlos–, no tenemos nada que hacer. En el resto de los
escenarios, la actividad humana es decisiva. Quiero comentar un poco este
aspecto, el de la activad humana como responsable de la posibilidad de
extinción de la raza humana.
Hace varios cientos de millones de años una conjunción
muy casual de circunstancias –la existencia de agua, de aire y de unas
temperaturas medias benignas– permitió que en la Tierra surgiera la vida.
Desde entonces, una evolución necesariamente lenta permitió la aparición de las
especies zoológicas y botánicas como las que hoy conocemos. Eso fue posible
gracias a un equilibrio muy frágil, y siempre amenazado, de las condiciones
necesarias para la continuación de los ciclos vitales.
Ese equilibrio está a punto de romperse, si no se ha
roto ya. Hace tres días, algunos medios de prensa informaron de que un pueblo
originario que vive en Panamá, en un archipiélago de unas 35 islas, se ha
planteado evacuarlas poco a poco debido a que sus islas están siendo engullidas
por el mar. Es decir, el cambio climático –la principal amenaza global– no es
algo que quizás podría pasar en el futuro sino algo que está ocurriendo ahora
mismo.
Desde luego, nada ha contribuido tanto en la
posibilidad de la rotura de ese equilibrio como el capitalismo –depredador,
destructor de ecosistemas, dilapidador y agotador de recursos, e interesado
solo en el beneficio inmediato–, cuya ambición es el “progreso infinito”.
Progreso infinito en un entorno de recursos finitos no parece ser una ecuación
inteligente y sostenible.
Hace pocos días también, se celebró el día de la
Pachamama, que no es tanto una religión de los antepasados de los Andes
centrales de la América del Sur como una concepción del mundo, del estar en y
con él, es decir, una noción del “buen vivir”, que tiene como principales valores
el cuidado y el respeto. El cuidado y el respeto a la tierra y a todo lo que en
ella vive. Al fin y al cabo, cuidado y respeto son los principales ingredientes
de toda relación amorosa.
La serie Los muertos vivientes del
canal de TV estadounidense AMC está en lo más alto de lo que se llama “el
espíritu del tiempo”, es decir, el clima intelectual y cultural de la época: es
una de las series más populares. En la serie, un virus ha hecho estragos en la
Tierra y matado a la mayor parte de la humanidad; un día, resucitan los
cadáveres para aterrorizar a los pocas personas que aún están vivas. Aunque se
trata de un enorme entretenimiento, nos muestra el escenario más probable del
final de la raza humana. A pesar de la presencia de Dick Cheney, los zombis no
son verosímiles. Sin embargo, el final de la humanidad puede ser algo muy real.
Mientras resulta muy difícil imaginar un mundo sin “nosotros”, hay varios
escenarios que nos están contemplando, aquí mismo, ahora mismo –no es necesario
buscarlos muy lejos–, que pueden acabar con todos, o con casi todos, los seres
humanos, dejando atrás una tierra yerma para que sea reclamada por la Madre
Naturaleza. He aquí algunas de las posibles formas en que puede acabar el reino
del hombre –y la mujer–, sin necesidad de zombis. Muchos ambientalistas piensan
que ya hemos superado el punto en el que no hay retorno. Una vez que hayamos
pasado cierto límite, la Tierra seguirá calentándose aunque consigamos cortar
nuestras emisiones de CO2.
1. El cambio climático global
El cambio climático es el protagonista en todos los
escenarios en los que se termina la presencia humana en el Tierra. A pesar de
lo que puedan creer aquellos que lo niegan, el cambio climático es algo muy
real. Está provocado por los seres humanos con la pequeña ayuda de los rebaños
de vacunos que –con sus ventosidades– liberan metano, además del gigantesco
depósito de metano que está debajo del hielo del Ártico. A medida que quemamos
carbón e incrementamos el consumo de carne vacuna, más y más gases de efecto
invernadero se acumulan en la atmósfera. Es muy fácil ver el final del juego en
este escenario. Coged un telescopio y mirad Venus, un planeta con una espesa
atmósfera que atrapa el calor del Sol; en la superficie de Venus, la
temperatura es tan alta que puede derretir el plomo. Hace unas pocas décadas,
el científico que se ocupa del clima James Hanson estudió Venus y vio ciertos
paralelismos con lo que está ocurriendo en la Tierra. Lo que vio le alarmó; en
1988, habló sobre esta cuestión ante el Congreso de Estados Unidos para
advertir a nuestro gobierno de que a menos que cambiáramos nuestros hábitos
ligados a la combustión del carbón, íbamos directamente hacia el desastre.
Hanson solo fue escuchado por un senador: Al Gore.
Mientras tanto, continuó quemándose carbón y el CO2 siguió
aumentando; el resultado de ello es un lento aumento de la temperatura media
del planeta, a pesar de las ocasionales heladas invernales. En promedio, la
temperatura de la Tierra viene aumentando paulatinamente desde que la
Revolución Industrial dio lugar a un frenético incremento de la quema de
carbón. Los años más calientes de la historia han sido los de la última década.
El escritor y activista del medio ambiente Hill
McKibben describe la situación: “El hielo del casquete polar del Ártico se está
derritiendo (y liberando más gas de efecto invernadero), el enorme glaciar que
cubre Groenlandia está perdiendo espesor; ambas circunstancias se dan a un
ritmo que no esperábamos y nos desconcierta. Ha aumentado la acidez de los
océanos y su nivel está creciendo… Ha aumentado la potencia de las tempestades,
huracanes y ciclones en el planeta… Las fuertes lluvias ácidas en la Amazonia
están secando las zonas marginales… Los extensos bosques boreales de América
del Norte se están muriendo en los últimos años… [El] nuevo planeta tiene más o
menos el aspecto que le conocíamos, pero claramente ya no es el mismo”.
Muchos ambientalistas piensan que ya hemos superado el
punto en el que no hay retorno. Una vez que hayamos pasado cierto límite, la
Tierra seguirá calentándose aunque consigamos cortar nuestras emisiones de CO2.
Lo que sabemos es que si no empezamos a reducir la cantidad de CO2 que
ponemos en el aire, y al menos minimizamos el daño, el desastre de dimensión
planetaria está asegurado.
2. La pérdida de biodiversidad
Si no contribuimos a nuestra propia extinción, otro
camino para llegar al final de los tiempos es un subproducto del cambio
climático: la pérdida de la biodiversidad. La actividad humana es responsable
de la extinción de innumerables especies que viven en el planeta Tierra. El
Servicio de Noticias Medioambientales ya en 1999 informó de que “el índice de
extinción actual se está aproximando a 1.000 veces el índice del entorno [lo
que sería considerado el índice normal de extinción] y podría subir a 10.000
veces el índice del entorno durante los próximos 100 años, si continúa la
tendencia actual [resultando en] una pérdida que podría igualar a la de las
extinciones del pasado”.
La Evaluación del Ecosistema del Milenio, un
importante informe ambiental publicado en 2005, informó de que entre el 10 y el
30 por ciento de los mamíferos, aves y reptiles del planeta están en peligro de
extinción debido a la actividad humana, actividad que incluye la deforestación
(con la consiguiente destrucción de hábitats), las emisiones de CO2 (lluvias
ácidas), la sobreexplotación (por ejemplo, la excesiva pesca en los mares) y la
introducción de especies exóticas (como la boa constrictora en Everglades,
Florida). “Es muy probable que estas rápidas extinciones precipiten el colapso
de ecosistemas a escala mundial”, dijo Jann Suurkula, director de Físicos y
Científicos por la Aplicación Responsable de la Ciencia y la Tecnología. “Se
prevé que esto produzca problemas agrícolas a gran escala, con la consecuente
amenaza de la disponibilidad de alimentos para cientos de millones de personas.
Esta predicción ecológica no tiene en cuenta los efectos del calentamiento
global, que no harán más que agravar la situación”.
Los reptiles, como los sapos y las salamandras, están
considerados como las “especies indicadoras”, es decir, que aportan importantes
señales sobre la salud de un ecosistema. Ahora mismo, la población de sapos,
como de otros reptiles está declinando rápidamente. En cualquier ecosistema, la
desaparición de una especie afecta a las demás, que dependían de la especie
extinguida para su alimentación y quizás otras necesidades vitales. Cuando se
da una extinción súbita y masiva de varias especies, se produce una reacción en
cadena de catastróficas consecuencias. Hasta ahora ha habido cinco enormes
extinciones en la historia de la Tierra; muchos científicos dicen que estamos
en medio de la sexta extinción planetaria. “Estamos entrando en un territorio desconocido
de cambio del ecosistema marino y exponiendo a muchas criaturas a una
intolerable presión evolutiva”, declara el Informe sobre el Estado de los
Océanos (IPSO, por sus siglas en inglés), que se publica cada dos años. Puede
que la próxima extinción masiva ya haya comenzado. ¿Qué puede pasar? Bueno, en
la peor de ellas, hace 250 millones de años, desapareció el 96 por ciento de la
vida marina y murió el 70 por ciento de la vida terrestre. ¿Qué podemos esperar
de la sexta extinción masiva? Seguramente, preferiríamos no tener que
averiguarlo.
3. La desaparición de las abejas
Las abejas se están muriendo; muchísimas de ellas,
debido al “trastorno del colapso de las colonias” (CCD, por sus siglas en
inglés). “Un tercio de lo que comemos los habitantes de la Tierra depende de
los agentes polinizadores –entre ellos, las abejas–; para unas cosechas
provechosas hacen falta las abejas”, dice Elizabeth Grossman, autora de Chasing
Molecules: Poisonous Products, Human Health. Para producir alimentos, las
plantas dependen de la dispersión del polen de sus flores. Las abejas se ocupan
eso, de polinizar. Si no hay abejas, no hay comida (o al menos, toda la
necesaria). En los últimos 10 años, tanto como el 50 por ciento de las colmenas
de Estados Unidos y Europa ha muerto. Se sospecha que la muerte de las abejas
se debe a un agente químico llamado neonicotinoide, un componente de los
pesticidas utilizados a gran escala en la agricultura comercial. Se cree que el
agente químico afecta al sentido de orientación de las abejas, lo que les
impide regresar a su colmena.
Si hay menos polen en las colmenas, se producen menos
reinas y finalmente la colonia se muere. Después de que la Agencia Europea de
Seguridad Alimentaria concluyera que estos pesticidas plantean un “alto riesgo”
para la abeja melífera, la Comisión Europea los ha prohibido. Sin embargo,
Estados Unidos ha declinado unirse a Europa en la prohibición de los
neonicotinoides y ha insinuado otras posibles causas para el CCD, incluyendo
los parásitos. Mientras tanto, Nerón sigue tocando el violín y Roma se quema; y
las abejas están desapareciendo rápidamente. No resulta difícil imaginar un
escenario en el que una grave escasez de alimentos provoque grandes hambrunas,
guerras y la extinción del ser humano.
4. La desaparición de los murciélagos
Las abejas no son los únicos polinizadores que se
están muriendo. Los murciélagos también están cayendo como moscas. Como
resultado de la deforestación, la destrucción de hábitats y la caza, combinado
todo con la dispersión de una micosis llamada “síndrome del hocico blanco”, los
murciélagos están desapareciendo a un ritmo alarmante. Además de su
contribución en la crisis de la polinización, la declinante población de
murciélagos anticipa otro escenario de posible extinción de la vida humana.
Según sus hábitats son destruidos, cada vez más los murciélagos y los seres
humanos cruzan sus caminos en la búsqueda de alimento y cobijo. Y con los
murciélagos vienen los virus de los murciélagos. “Es muy fácil ver cómo los
agentes patógenos pueden saltar desde los animales a los seres humanos”, dice
Jon Epstein en la EcoHealth Alliance, una organización sin ánimo de lucro
dedicada a la conservación de la biodiversidad. En promedio, cada año surgen
cinco nuevas enfermedades infecciosas y alrededor del 75 por ciento de ellas
provienen de los animales. Ya se sospecha que males mortales, como el ébola, se
han originado entre los murciélagos. ¿Podría algún nuevo patógeno –mortal para
el ser humano– mutar desde los murciélagos y diezmar la humanidad?
5. Las pandemias
El punto anterior nos lleva a un escenario de
extinción que está relacionado: una pandemia de alcance mundial. Cada día
aparecen nuevas enfermedades; algunas de ellas tienen la capacidad potencial de
devastar la población. En 1918, una cepa de gripe se extendió por todo el mundo
y mató a entre 20 y 50 millones de personas, más que las que habían muerto en
la Primera Guerra Mundial. En 2002-2003, el síndrome respiratorio agudo y grave
(SARS, por sus siglas en inglés) estuvo cerca de convertirse en una pandemia de
alcance mundial; no es inconcebible que en tiempos en los que se hacen tantos
desplazamientos aéreos y el mundo está tan interconectado, pudieran presentarse
otros gérmenes infecciosos con una virulencia y capacidad de transmisión como
para diezmar, si no aniquilar, la población humana. “Ningún virus está
interesado en la muerte de todos sus anfitriones, por lo tanto es improbable
que un virus acabe con la raza humana”, dice María Zambón una viróloga del
Laboratorio de la Agencia de Protección Contra la Gripe, “pero puede provocar
un infortunio que dure unos cuantos años. Nunca podemos estar completamente
preparados para enfrentar los avatares de la naturaleza: la naturaleza es el
peor bioterrorista.
6. El terrorismo biológico o nuclear
En el ínterin, hay muchos terroristas –algunos más
desinhibidos, otros más corrientes– cuya máxima aspiración es hacerse con un
arma de destrucción masiva, como un artefacto nuclear o una ampolla de virus de
la gripe. “La sociedad de hoy es más vulnerable al terrorismo porque es fácil
que un grupo con malas intenciones pueda conseguir los materiales, la
tecnología y la pericia necesarios para fabricar una arma de destrucción
masiva”, dice Paul Wilkinson, director del consejo asesor del Centro de
Estudios sobre el Terrorismo y la Violencia Política de la Universidad de St.
Andrew. “Lo más probable es que, ahora mismo, un ataque terrorista a gran
escala capaz de producir una mortandad masiva utilice un arma química o
biológica. La liberación a gran escala de algo como el ántrax, el virus de la
gripe o la peste, tendría un efecto formidable, y las comunicaciones modernas
lo convertirían muy pronto en un problema que no respetaría ninguna frontera.
Existe una elevada posibilidad de que, en el término de nuestra vida, ocurra un
ataque importante en algún lugar del mundo.”
En lo que respecta a un ataque nuclear, con el
incremento del número de países poco estables como Pakistán o Norcorea, que
poseen armas nucleares, la posibilidad de que alguna de ellas caiga en manos de
un grupo terrorista es solo una cuestión de tiempo.
7. Los supervolcanes
Existen los volcanes, y también existen los
supervolcanes. “En la Tierra, un supervolcán entra en erupción más o menos cada
50.000 años. Más de mil kilómetros cuadrados de tierra pueden quedar arrasadas
por ríos de lava piroclástica, mucha más superficie aún a su alrededor pude
quedar cubierta de ceniza y liberarse en la atmósfera toneladas y toneladas de
gases sulfurosos que crean un velo de ácido sulfúrico alrededor de todo el
planeta; este velo rechazaría los rayos del sol durante años. En las horas
diurnas no habría más luz que hay en una noche de luna llena.”
Este encantador escenario nos lo trae Hill McGuire,
director del Centro Benfield de Investigación de Riesgos del University College
de Londres. Hace unos 74.000 años la erupción más violenta de un supervolcán se
produjo en Indonesia, en la región de Toba, cerca del Ecuador; esto hizo que
los gases se extendieran pronto por ambos hemisferios. La luz del Sol no
llegaba a la Tierra, y las temperaturas bajaron en todo el mundo durante los
cinco o seis años siguientes, incluso por debajo del punto de congelación en
las regiones tropicales. Estadísticamente, la probabilidad de la erupción de un
supervolcán supera 12 veces a la del impacto de un asteroide. Los supervolcanes
conocidos están en el parque Nacional de Yellowstone, EEUU, y en la región de
Toba, Sumatra, Indonesia. También están los que no conocemos…
8. El impacto de asteroides
Películas recientes, como Impacto profundo o Armageddon,
han hecho un espectáculo de este escenario de la extinción humana: un asteroide
que golpea la Tierra. Holywood es Holywood, pero en 2013, sin previo aviso, un
asteroide de verdad cayó sobre Chalyabinsk, Rusia. De unos 20 metros, penetró
en la atmósfera terrestre a más de 64.000 kilómetros por hora. Gracias a su
tamaño, relativamente pequeño, y al ángulo con que llegó, los daños fueron
menores. Pero ¿qué hubiera pasado si un asteroide –nada fuera de lo común– de
un kilómetro y medio de diámetro hubiera tocado la Tierra a esa velocidad? Es
posible que hubiera acabado con la raza humana. La terrible explosión
sobrevenida hubiera producido una nube de polvo tan espesa que la luz del Sol
habría quedado bloqueada, la vida vegetal y las cosechas habrían muerto y los
trozos incandescentes del pedrusco habrían causado tormentas de fuego en todo
el planeta.
Esto ya ha pasado al menos una vez. La razón más
probable de que ya no veamos dinosaurios entre nosotros es que fueron barridos
por un fenómeno de esta naturaleza. Donald Yeomans, de la NASA, dice: “Creemos
que, en promedio, un acontecimiento como ese puede ocurrir cada millón de años”.
9. La presencia de la máquina
Para presentar nuestro próximo escenario regresamos a
Holywood. Las películas de la serie Terminator nos entretienen con sus
androides asesinos propios de un futuro en el que la guerra ha sido dejada en
manos de máquinas superinteligentes. Muy bien, eso todavía no ha llegado, pero
a medida que contamos con programas que incrementan la “inteligencia” de
nuestras computadoras, aumentando cada año exponencialmente su capacidad, la
posibilidad de que se conviertan en más listas que nosotros solo es una
cuestión de tiempo. Hoy día ya confiamos a las computadoras la gestión de los
stocks de mercaderías, del aterrizaje de los aviones, la corrección de nuestros
escritos, la búsqueda de los temas que nos interesan y el cálculo de la propina
que dejamos en el restaurante. En su desarrollo, los robots tienen el mismo
aspecto que nosotros, hablan como nosotros y, como nosotros, son capaces de
reconocer los rasgos faciales. En la medida que les incorporamos los
pensamientos y recuerdos que llevamos en nuestro disco rígido, es decir,
nuestra “singularidad”, ¿cuánto tiempo falta para que nos suplanten?, ¿cuánto
falta para que esas máquinas tengan su propia conciencia?
Ray Kurzwell, escritor interesado por la futurología,
cree que hacia 2029 los ordenadores serán tan inteligentes como nosotros y que
en 2045 serán muchísimo más inteligentes que los seres humanos. Y entonces,
¿qué? ¿Podrían decidir que ya no nos necesitan? También puede suceder que
seamos nosotros quienes decidamos. Parece demasiada anticipación, pero hay
personas muy inteligentes que se mueven es este escenario; personas como el
genial físico Stephen Hawkin, que dice: “El peligro de que [los
súper-ordenadores] puedan desarrollar inteligencia es real”.
10. El apocalipsis de los zombis
Lo sé. Dije que los zombis no existen. Pero hay un
parásito llamado Toxoplasma gondii. Este pequeño bichejo infecta a
las ratas, pero solo es capaz de reproducirse en los intestinos de los gatos,
entonces ha desarrollado un ingenioso ardid y tomado el control del cerebro de
la rata para obligarla a moverse cerca de un gato. Naturalmente, el gato se
come a la rata y se siente feliz. El parásito también se siente feliz porque
consigue reproducirse en el intestino del gato. ¿Y la rata? La rata no se
siente tan feliz, como es de suponer. ¿Por qué tendríamos que preocuparnos por
la felicidad de las ratas? Porque, en realidad, las ratas y los seres humanos
son muy similares, y esta es la razón por la cual utilizamos ratas para los
experimentos médicos. Y los seres humanos se infectan con el Toxoplasma
gondii. De hecho, la mitad de la población de la Tierra está infectada con
este parásito. Pero sucede que el Toxoplasma gondii no afecta
a los seres humanos como afecta a la rata. Pero, ¿y si le afectara?; los virus
mutan. En los laboratorios de armas biológicas se manipulan virus. De pronto,
la mitad de la población no sería inmune a ellos. La mitad de la población
infectada e incapaz de pensar racionalmente. De pronto, algo muy similar a lo
de los zombis. “No; es imposible que pase”, nos decimos. Pero, ¿y si pasara?
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