Por: Omar Cruz Huaranga.
La brisa
salina del mar reptaba coqueta acariciando casas, calles, gentes. Al fondo, la
agonía del sol era lúgubre y sus últimos rayos doraban los techos de los edificios
y, hacían su viaje sempiterno hacia el otro lado del mundo. Entretanto, entre
cientos de personas que husmeaban en la plaza huachana, yo devoraba una tajada
de badea mirando de soslayo en una televisión –¿absorto, impasible, escéptico?–,
las imágenes de un ataque a mansalva, de un grupo de militares venezolanos a
varios estudiantes universitarios, mientras que un imperturbable y casi demente
Nicolás Maduro clamaba por la cabeza de Leopoldo López.
Acababa de
conocer la casa del laureado Poeta huachano Julio Solórzano Murga; pero me
inquietaba en extremo conocerlo personalmente y me preguntaba, ¿cómo serán los
escritores de carne y hueso?, ¿serán sensibles como Arguedas, bohemios como
Alan Poe, irreverentes como Echenique, profundos como Vallejo o Ribeyro? Quería
palpar su espíritu, su alma. Mi cita informal debía ser a las siete de la noche
y esa bola de fuego seguía muriendo lentamente sobre la ciudad, haciendo larga
la espera. Y llegó la hora y, crucé la Plaza de Armas, caminé por la ancha 28
de Julio, volteé por Mariscal Castilla y llegué nuevamente a la casa del Poeta.
Una dama de modales educados me dijo que había salido, que no demoraría mucho y
que lo esperara tranquilo. Yo seguía ansioso y pedí referencias sobre él.
Mediano, moreno, ancho y de bigote ralo, esos rasgos comenzaron a latir en mi
mente esperando abordarlo en cuanto lo viera aparecer. En efecto, luego de casi
una hora lo vi acercarse portando una enorme bolsa de polietileno. El Poeta me
recibió receloso, desconfiado y, como insistí en querer entrevistarlo me invitó
a pasar a su modesta vivienda. ¡Y oh, sorpresa! Allí estaban reunidos algunos
miembros de la flor y nata de la intelectualidad literaria huachana: Gustavo
Riquelme Martínez, Maité Flores Plaza, y Celia Ariza Mendoza, esposa del Poeta.
Yo, novato, novel, inexperto e inoportuno arribista quedé minimizado y confundido;
pero privilegiado a la vez por tamaña acogida que me brindaron mis hermanos de
oficio. Poco después, no tardaron en llegar los compañeros: Erlander Sosa Hijar
y Oscar Castillo Banda, este último, Presidente de la Sociedad de Poetas y Narradores de la Región Lima Provincias. ¿Sería
cierto lo que me estaba pasando?, yo sólo quise ir a conocer al Poeta,
estrecharle la mano y entregarle mi modesta producción literaria; pero llegué
en el momento preciso para integrarme a
un círculo por el que tanto soñé durante muchos años. Mientras compartíamos
experiencias, intercambiábamos nuestros libros y nos conocíamos poco a poco me
enteré que esa noche, y precisamente esa noche, el Poeta cumplía 55 años de
vida (17/Feb/1959). Brindamos un vino, una gaseosa y nos servimos un poco de
Pollo a la Brasa. El ágape fue modesto y opíparo y, mientras el Poeta rubricaba
mi libro para integrarlo a la colección de libros de la biblioteca de
escritores de la región, comprendí también que era admitido como un nuevo
integrante del círculo.
“Nuestro instinto
literario es fuerte y hace que busquemos a personas que realizan la misma
actividad que nosotros”, dijo Maité comprendiendo que mi búsqueda había llegado
a buen puerto y, era cierto. El trato de aquella noche caló profundo en mi alma
y fue la demostración de amistad más sublime que he visto alguna vez en un
grupo humano, ¿y a quien? Nada más y nada menos que a un extraño a quien
acababan de conocer hace pocos minutos. Esos eran mis hermanos poetas, mis
compañeros de oficio, los que perennizaban la cultura de la región Lima
Provincias a través de sus prolijas letras. Pero, qué pena no seguir
compartiendo semana tras semana sus experiencias allá en La Casa de la Cultura de la Calle Mariscal Castilla, donde todos los
sábados se reúnen atraídos por el amor y la pasión hacia las letras. Pero por
principio y convicción personal, he quedado comprometido con mi conciencia que,
como acto retributivo hacia esa legión de intelectuales, seré un peón más que buscará
enriquecer –a través de las ideas–, la cultura de la región.
Antes de
retirarme de la cita, el mismo Julio Solórzano Murga, me hizo entrega de dos buenas
obras literarias, el primero una compilación suya titulada: “Personajes en la Literatura de la Región
Lima” y, el segundo, una novela metafórica titulada: “Yerbabuena”, del antologado Raúl Gálvez Cuéllar.
Quisiera
abreviar esta alocución parafraseando a un gran poeta peruano y que resuena
como un compromiso a través de los años: “Hay
muchísimo por hacer hermanos…” y, seguro que bajo la batuta del joven y
entusiasta poeta Oscar Castillo Banda, se llegará lejos en el “II Encuentro Nacional e Internacional de
Poetas y Escritores”, evento a llevarse en el presente año en esta bella
ciudad.
Entonces, allí
nos vemos hermanos…
Huacho, 2014.
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