Por: Fransiles Gallardo
A los cúbicos:
Bethoven Medina, Angel Gavidia
Manuel Alcalde, Darío Estrada y Wálter Terrones,
Con afecto y admiración, siempre.
Bethoven Medina, Angel Gavidia
Manuel Alcalde, Darío Estrada y Wálter Terrones,
Con afecto y admiración, siempre.
Al terminar mi secundaria en el colegio mixto de mi pueblo, del cual soy fundador, tenía la certeza que sería médico; tanto así que desde tercero de secundaria estaba suscrito a una revista médica.
La estrechez económica de mi padre, un modesto agricultor magdalenino y dos hermanos mayores que concluían sus estudios profesionales, impidieron viajar a Lima o Trujillo para hacerme médico.
Dos años antes habían cerrado la Facultad de Medicina de la Universidad Técnica de Cajamarca.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; avatares diría mi padre.
.
Se planteó la disyuntiva: Esperar un año o ir a Cajamarca a ver que pasaba.
Si me hubiese quedado en mi pueblo; ahora sería un próspero agricultor, dueño de un trapiche y Alcalde o bien, el aguardiente de los alambiques de mi tierra, me habría sancochado el hígado.
Así que subí la cuesta del Gavilán, tanteando, tanteando.
Con mi Premio de Excelencia, Primer alumno, medalla de oro de mi promoción e ingreso libre a la Universidad; me matriculé en Ingeniería Civil de la UTC.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; el destino diría mi madre.
En los años 70 ser revolucionario y socialista era una obligación y en la actualidad también “pero no para quitarle la riqueza a los que lo tienen y repartirla entre los que no tienen; sino para generar riqueza y compartirla con los que colaboraron a realizarla”.
Así que, con todo lo leído, incursiono en la política.
En el segundo año de estudios ya era Subsecretario General de mi Facultad, Secretario del Interior de la Federación de Estudiantes de Cajamarca, delegado al Comedor Universitario en representación de los “charoleros” de mi Facultad y miembro del FER y Patria Roja.
Era la época de emular al Che Guevara, Luis de la Puente Uceda, Hugo Blanco, Sierra Maestra, analizar Los Siete Ensayos y leer los poemas y el sacrificio de Javier Heraud.
Aún recuerdo los interminables debates con el Apra con silletazos incluidos, las marchas por las calles de Cajamarca y los recesos universitarios que postergaban el término de nuestras carreras.
Muchos de los cuales, con los que debatíamos han sido después; alcaldes, congresistas, autoridades y hasta candidatos presidenciales.
Nuestro mayor logro fue derrocar a la dictadura militar para dar paso a la democracia.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; terminarás preso, diría mi hermana.
Frente a mi cuarto de alquiler en la calle Dos de mayo en Cajamarca vivía el maestro Manuel Ibáñez Rosazza, premio Poeta Joven del Perú y yo, miraba transitar su larga figura por la vereda de enfrente; hasta que una mañana me acerqué con un empastado verde de mis primeros poemas.
Ya sabía del gran “colorao” por mi profesor de Análisis Matemático el ingeniero Carlos Esparza Díaz, “el churro”; quien en una noche de bohemia rompió su tesis de graduación “porque había nacido para poeta y no para ingeniero”.
En el segundo encuentro llevé medio millar de papel periódico para editar una revista. Y salió Letras, de la cual, con una generosidad sin nombre, “el colorao” me hizo Codirector. Salieron cuatro números.
El Departamento de Literatura se volvió un lugar cotidiano y es allí, donde el maestro Manuel Ibáñez Rosazza me presenta a Bethoven Medina y su extensa trayectoria de premios y publicaciones en su maleta de estudiante de 17 años.
En mi cuarto y con un café nace Raíz Cúbica junto a Manuel Alcalde, siguiendo la ruta de Hora Zero de Pimentel, de Kloaka de Róger Santiváñez y de los grupos de Arequipa, Huancayo y Trujillo.
Luego aparcó su melancolía el secigrista en medicina Ángel Gavidia, con dos poemarios sanmarquinos a cuestas y después de un debate literario en un recital poético en el complejo Belén y varios cafés, se unió al grupo.
No soy teórico literario. No lo seré; pero cuánto aprendí de estas interminables tertulias.
Después llegaron Darío Estrada, trujillano estudiante de Ingeniería Civil y Wálter Terrones, estudiante de Educación.
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Se planteó la disyuntiva: Esperar un año o ir a Cajamarca a ver que pasaba.
Si me hubiese quedado en mi pueblo; ahora sería un próspero agricultor, dueño de un trapiche y Alcalde o bien, el aguardiente de los alambiques de mi tierra, me habría sancochado el hígado.
Así que subí la cuesta del Gavilán, tanteando, tanteando.
Con mi Premio de Excelencia, Primer alumno, medalla de oro de mi promoción e ingreso libre a la Universidad; me matriculé en Ingeniería Civil de la UTC.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; el destino diría mi madre.
En los años 70 ser revolucionario y socialista era una obligación y en la actualidad también “pero no para quitarle la riqueza a los que lo tienen y repartirla entre los que no tienen; sino para generar riqueza y compartirla con los que colaboraron a realizarla”.
Así que, con todo lo leído, incursiono en la política.
En el segundo año de estudios ya era Subsecretario General de mi Facultad, Secretario del Interior de la Federación de Estudiantes de Cajamarca, delegado al Comedor Universitario en representación de los “charoleros” de mi Facultad y miembro del FER y Patria Roja.
Era la época de emular al Che Guevara, Luis de la Puente Uceda, Hugo Blanco, Sierra Maestra, analizar Los Siete Ensayos y leer los poemas y el sacrificio de Javier Heraud.
Aún recuerdo los interminables debates con el Apra con silletazos incluidos, las marchas por las calles de Cajamarca y los recesos universitarios que postergaban el término de nuestras carreras.
Muchos de los cuales, con los que debatíamos han sido después; alcaldes, congresistas, autoridades y hasta candidatos presidenciales.
Nuestro mayor logro fue derrocar a la dictadura militar para dar paso a la democracia.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; terminarás preso, diría mi hermana.
Frente a mi cuarto de alquiler en la calle Dos de mayo en Cajamarca vivía el maestro Manuel Ibáñez Rosazza, premio Poeta Joven del Perú y yo, miraba transitar su larga figura por la vereda de enfrente; hasta que una mañana me acerqué con un empastado verde de mis primeros poemas.
Ya sabía del gran “colorao” por mi profesor de Análisis Matemático el ingeniero Carlos Esparza Díaz, “el churro”; quien en una noche de bohemia rompió su tesis de graduación “porque había nacido para poeta y no para ingeniero”.
En el segundo encuentro llevé medio millar de papel periódico para editar una revista. Y salió Letras, de la cual, con una generosidad sin nombre, “el colorao” me hizo Codirector. Salieron cuatro números.
El Departamento de Literatura se volvió un lugar cotidiano y es allí, donde el maestro Manuel Ibáñez Rosazza me presenta a Bethoven Medina y su extensa trayectoria de premios y publicaciones en su maleta de estudiante de 17 años.
En mi cuarto y con un café nace Raíz Cúbica junto a Manuel Alcalde, siguiendo la ruta de Hora Zero de Pimentel, de Kloaka de Róger Santiváñez y de los grupos de Arequipa, Huancayo y Trujillo.
Luego aparcó su melancolía el secigrista en medicina Ángel Gavidia, con dos poemarios sanmarquinos a cuestas y después de un debate literario en un recital poético en el complejo Belén y varios cafés, se unió al grupo.
No soy teórico literario. No lo seré; pero cuánto aprendí de estas interminables tertulias.
Después llegaron Darío Estrada, trujillano estudiante de Ingeniería Civil y Wálter Terrones, estudiante de Educación.
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Fue la época en que Bethoven Medina publicó su Antología poética y su “Necesario silencio para que las hojas conversen”; Wálter Terrones gana el Premio por el Sesquicentenario del Colegio San Ramón y yo, el Premio Departamental de Poesía Mario Florián.
Y seguíamos dándole a los números, los cálculos y las estructuras en la Facultad. Había que hacerse Ingeniero, si o si.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; cuando terminas, diría un vecino que vivía por la Plaza de armas.
Una mañana fuimos a Radio Cajamarca para una entrevista y terminé quedándome como Redactor Principal y Entrevistador del noticiero del mediodía “Sucesos”, bajo la dirección de Carlos Cabrera y de “Punto político” una vez por semana, a las 10 de la noche.
Tuve el honor y la satisfacción de conversar con brillantes personalidades como Armando Villanueva, León de Vivero, Hugo Blanco, Javier Alva, Alfonso Barrantes y a todos los candidatos a diputados, senadores, alcaldes o a quien quería postular a cualquier cosa, en y por Cajamarca.
El grupo tuvo su programa de radio “Un café, la noche y tú”. Buenos tiempos con Ángel y Bethoven.
Tuve el privilegio de ser el primer Relacionista Público de la Municipalidad de Cajamarca y abrir su Salón de Actos a la literatura.
En 1981 termino la carrera de Ingeniería Civil y viajo a Lima, me caso con Blanca Aurora Castro Quiroz, mi compañera de siempre, médico de profesión “a ver si por ósmosis me trasmitía su saber médico” y me transplanto a Lima.
Veinticinco años dejé la literatura para dedicarme a mi carrera profesional como Ingeniero Civil y al cumplimiento de mis obligaciones familiares.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; necesidades, diría mi suegra.
Después de 25 años he retornado a la literatura.
Con la ilusión del bisoño magdalenino que subió hasta Cajamarca; pero con la disciplina de un Ingeniero.
En estos veinticinco años como Ingeniero Civil he recorrido el Perú y su agreste topografía, dejando nuestra huella constructiva en los lugares mas apartados de la patria nuestra.
Y seguíamos dándole a los números, los cálculos y las estructuras en la Facultad. Había que hacerse Ingeniero, si o si.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; cuando terminas, diría un vecino que vivía por la Plaza de armas.
Una mañana fuimos a Radio Cajamarca para una entrevista y terminé quedándome como Redactor Principal y Entrevistador del noticiero del mediodía “Sucesos”, bajo la dirección de Carlos Cabrera y de “Punto político” una vez por semana, a las 10 de la noche.
Tuve el honor y la satisfacción de conversar con brillantes personalidades como Armando Villanueva, León de Vivero, Hugo Blanco, Javier Alva, Alfonso Barrantes y a todos los candidatos a diputados, senadores, alcaldes o a quien quería postular a cualquier cosa, en y por Cajamarca.
El grupo tuvo su programa de radio “Un café, la noche y tú”. Buenos tiempos con Ángel y Bethoven.
Tuve el privilegio de ser el primer Relacionista Público de la Municipalidad de Cajamarca y abrir su Salón de Actos a la literatura.
En 1981 termino la carrera de Ingeniería Civil y viajo a Lima, me caso con Blanca Aurora Castro Quiroz, mi compañera de siempre, médico de profesión “a ver si por ósmosis me trasmitía su saber médico” y me transplanto a Lima.
Veinticinco años dejé la literatura para dedicarme a mi carrera profesional como Ingeniero Civil y al cumplimiento de mis obligaciones familiares.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; necesidades, diría mi suegra.
Después de 25 años he retornado a la literatura.
Con la ilusión del bisoño magdalenino que subió hasta Cajamarca; pero con la disciplina de un Ingeniero.
En estos veinticinco años como Ingeniero Civil he recorrido el Perú y su agreste topografía, dejando nuestra huella constructiva en los lugares mas apartados de la patria nuestra.
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Circunstancias, diría Ortega y Gasset; “pata de perro, cuando vayas a morir, cuánto va a tener que caminar tu almita”, diría mi abuela.
Gracias al empeño de Bethoven y la persistencia de Ángel; entrañables camaradas de viaje poético, cantamos el retorno y al cumplir mis 50 años me regalé mi primer libro.
Circunstancias, diría Ortega y Gasset; “pata de perro, cuando vayas a morir, cuánto va a tener que caminar tu almita”, diría mi abuela.
Gracias al empeño de Bethoven y la persistencia de Ángel; entrañables camaradas de viaje poético, cantamos el retorno y al cumplir mis 50 años me regalé mi primer libro.
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Y comenzó la confusión.
Los ingenieros dicen:”Que hace un poeta metido en la ingeniería” y los literatos: Que hace un ingeniero metido en la poesía”.
No se si sea un poeta de la ingeniería civil; pero sospecho que estoy en el camino de ser, un ingeniero civil de la poesía.
Y comenzó la confusión.
Los ingenieros dicen:”Que hace un poeta metido en la ingeniería” y los literatos: Que hace un ingeniero metido en la poesía”.
No se si sea un poeta de la ingeniería civil; pero sospecho que estoy en el camino de ser, un ingeniero civil de la poesía.
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Circunstancias, diría Ortega y Gasset; creo que tiene razón, maestro: El hombre es él y su circunstancia.
Y aquí estamos en la brega. Haciendo construcciones y literatura; literatura y construcciones.
Construyo edificaciones para que me quieran. Construyo versos para que me amen y me recuerden; aunque sea un poquito.
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Circunstancias, diría Ortega y Gasset; creo que tiene razón, maestro: El hombre es él y su circunstancia.
Y aquí estamos en la brega. Haciendo construcciones y literatura; literatura y construcciones.
Construyo edificaciones para que me quieran. Construyo versos para que me amen y me recuerden; aunque sea un poquito.
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Manuel Alcalde, Darío Estrada, Manuel Ibáñez, Bethoven Medina y Fransiles Gallardo;
Cuando éramos “felices e indocumentados”.
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