EL DOCTOR RAÚL
Por Julio Acosta Toledo
El doctor Raúl Porras Barrenechea, fue padrino de matrimonio de mis padres. La señora Juanita, madre del doctor, recomendaba a mi padre cuidara a su hijo, dándole instrucciones para cuando viajaban, a la ciudad de Pisco. La preocupación y el cariño que se profesaban, era recíproco, ya que el doctor, andaba siempre pendiente de la salud de su madre. Pese a los extremos cuidados, la señora Juanita fallece, dejando sumido en una profunda tristeza a su hijo. Mi padre, sabedor del dolor que agobiaba al doctor, ponía las situaciones tristes dentro de un marco aceptable, pues, los días siguientes a la muerte, fueron teñidos de mucha congoja y tristeza dentro de la casa. El rostro del doctor Raúl, tenía grabado un sentir doloroso, sus ojos, enrojecidos por el llanto, miraban al vacío. Sus colaboradores acompañaban todos los días con su presencia, así no pudieran hablar con el maestro. La señora Juanita, era una menuda dama, muy amable y cariñosa. La recuerdo siempre ofreciéndome algo de comer. Julio- le indicaba a mi padre - dale a tu hijo el postre que ha preparado Margarita (la cocinera) o una fruta que le guste. ¿Cómo estas hijo? ¿cómo está tu mamá? bien señora, la saludas.
La casa quedaba en la calle Colina, en Miraflores, tenía una puerta lateral que daba a un corredor, por donde entraba mi padre, llegando a la cocina, pasando antes, por un purificador de agua, que filtraba de una piedra, llenando un recipiente. Había un cucharón de madera que se utilizaba para servirse, siempre me daba a beber, me decía era “agua pura, muy buena”. Cierto día entré a la biblioteca, y el doctor Raúl sentado revisaba unos apuntes, me acerqué, saludándolo, para luego, pararme frente a los libros.
¿Qué es lo que quieres leer? No sé – contesté - cualquier libro.
¿Cómo estás en el colegio?, ¿ aprendes? - Sí -. ¿Te gusta estudiar? – Si-cuando necesites algún libro, me pides. Tenía en su mano una revista, y hacía una nota con una letra chiquita.
Los años de vivir al lado de tan ilustre personaje, hicieron de mi padre un hombre culto, entendido en materia de historia, ya que por leídas y oídas, era testigo excepcional de los descubrimientos, y hallazgos de la cultura Paracas.
Mi padre era un hombre sano, tanto físicamente, como espiritualmente , quería mucho a mi madre, cuidaba que nada faltara en casa, se esforzaba para darnos el alimento diario.
Yo por ser el hijo mayor, tenía la responsabilidad, y por lo tanto, mi padre me guiaba, digamos, con más empeño, con más interés. Siempre que podía me llevaba a donde iba y ahí aprovechaba para enseñarme algo, por ejemplo, la vez que me hizo ver la cárcel, ubicada en donde es ahora el hotel Sheraton, entramos como quien visita algún preso y me dijo: “Observa, como es el pago, por una mala acción. Estas personas que han delinquido, la Ley les aplica su encierro. Son como animales peligrosos, tú nunca vayas a robar, ni matar, ten presente lo que estas viendo, y prométeme que ”NUNCA VAS A DESOBEDECER A LA LEY”. Aprendí a trabajar con honradez, lealtad y sacrificio.
Yo vivía en Barranco, y la primera vez que vi al Doctor Raúl, fue cuando llegó a la puerta de mi casa en su carro, manejado por mi padre. Me acerqué subiéndome al estribo, haciendo muecas al señor sentado en la parte trasera, bajó la luna y con su mano me palmeó la cabeza, tenía la mirada suave. Era un hombre de tez blanca, ojos azules, cabello rubio, la barbilla en punta, me miraba intrigado y me observaba con interés. ¡Hola señor !- lo saludé-¡Hola hijo! - me contestó- mirándome siempre con mucho interés. Entré a mi casa para ver a mi padre, me cargó ¿ Qué haces? - me preguntó- nada - le dije- mi madre me tomó en brazos, y mi padre se despidió.
Antes de que yo naciera, cuenta mi madre que llegaron a mi casa miembros de Seguridad del Estado, haciendo preguntas acerca del paradero de mi padre.
Epoca difícil para los que no simpatizaban con el gobierno, registraron todas las habitaciones, levantando todo lo que creían sospechoso. A mi madre le preguntaron, cuál era la relación con el doctor Raúl Porras, ella indicaba ser su ahijada, y mi padre su empleado. Dejaron la casa un desastre y se retiraron. Llegó una tarde a mi casa una dama, indicando que tenía una nota escrita, y que la leyera, era la letra de mi padre, decía que le entregara las llaves duplicadas del carro del doctor Raúl. Aseguró que mi padre estaba bien, junto con el doctor, en la casa del conde Canevaro. La dama entregó a mi madre un sobre con dinero, para su manutención, mientras dure la clandestinidad, pasaron largos días de incertidumbre y acecho, que mi madre relata. La señorita en mención, le decía a mi madre, que Julio era un hombre valiente, y con mucha decisión para enfrentar a sus perseguidores. Se encontraba en el mismo lugar escondido, don Víctor Raúl Haya De La Torre. Pasado los días de estar oculto, vino la etapa de estar tachado para conseguir trabajo. Eran tiempos difíciles, que enfrentó realizando toda clase de trabajos.
El doctor Raúl, es elegido Senador de la República, llevando a mi padre a trabajar a su lado. Nombrado Canciller, lo incluye en la planilla del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Llegando de uno de sus viajes el doctor Raúl, me trajo un juego de tren eléctrico para armar, que lo pusimos en la sala de mi casa, fue el primer regalo que nos ofreció, de los muchos que vinieron después; disfrutaba como un niño y gozaba del regalo tanto como nosotros. Era un hombre digno de haber sido padre, fuimos la familia Acosta su familia.
En mi casa escuchaba comentarios acerca de la labor brillante del doctor Porras, la lucidez de sus planteamientos, cuando tomaba la palabra en el Congreso. Las reuniones y conversaciones con los señores Hoyos Osores, Cisneros Sánchez, su tío, el poeta José Gálvez, los señores diplomáticos Félix Alvarez, García Bedoya, Alberto Ulloa, Luis Alvarado Garrido, Morelli, Carlos Alzamora, así como el joven doctor Hugo Neira, Jorge Puccinelli, Pablo Macera.
Mi padre, preocupado por la salud del maestro, conversa con mi madre y ruega no se agrave, pues había viajado a la reunión de Cancilleres en Costa Rica, y su posición política frente a Cuba, era la de no intervención en sus asuntos internos, además, de no estar de acuerdo en aislar a dicho país del bloque regional americano. La visión futura predicha por el doctor Porras - ahora comprobada- políticamente una falla histórica. En el cubileteo político, el gobierno decide quitarle representación, era indeclinable la posición del doctor Porras. Escuchaba de mi padre, expresiones de desaliento y cólera, por el trato que le estaban dando en una causa tan justa. Cuando retorna a Lima, mi padre lo recoge del aeropuerto, lo saluda con fuerte apretón de manos, diciéndole: “EL PERU ESTA CON USTED”.Su físico muy deteriorado, preocupa, lo ve mal, hay que prepararse para un desenlace; a partir de ése momento, mi padre estaba las 24 horas en casa del doctor.
Llega el 27 de setiembre de 1960 eran las 9 de la noche, muere el maestro. Mi padre único acompañante en ese momento, le cierra los ojos. En mi casa, mi madre recibe la noticia y hecha a llorar desconsoladamente, diciendo: “Dios lo tenga en su gloria”.
Testamentariamente los bienes del doctor fueron entregados, según los deseos expresados en vida, tanto sus libros como la casa. El Embajador Félix Alvarez Brun, dando cumplimiento a la voluntad del maestro, entregó el automóvil marca Dodge a mi padre.
Han pasado 53 años de su muerte y en mi familia, seguimos recordando como ayer, al padre, al protector, al noble ser humano, que fue, el doctor RAÚL PORRAS BARRENECHEA.
Raúl Porras Barrenechea - Imagen: Nalo Alvarado Balarezo
Fuente: http://nalochiquian.blogspot.com/2013/04/el-doctor-raul-por-julio-acosta-toledo.html
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