Jaime Quezada "JOSÉ MARTÍ A 160 AÑOS DE SU NACIMIENTO CON TODOS Y PARA EL BIEN DE TODOS" Salón de Honor Universidad de Chile Santiago 28 de Enero de 2003
Con todos y para el bien de todos.
(Martí)
I
“¿En qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América?”, se preguntaba Martí, el hombre Martí, el patriota Martí, el poeta Martí, el visionario Martí, por 1891, año tutelar de Nuestra América, su texto fundamental de integración americana. “Por eso vivimos aquí –se respondía-, orgullosos de nuestra América, para servirla y honrarla”. Y en esa frase, “para servirla y honrarla”, está, sin duda, su resuelta identidad americana y su visionario compromiso con las realidades contingentes patrias: con su patria nutricia de su Cuba, y con su patria plural de su América.¿No se llamaba también Patria el periódico que fundó, para fomentar y proclamar la virtud donde quiera que se la encuentre y difundir su americanidad en el Nueva York de su residencia de esos años?
No sólo el autor de una obra literaria-poética iniciadora de modernismo y el autor de encendidas proclamas en lo mejor del siglo XIX (con proyección al XX y al XXI), sino que a la par, también, un hombre-ciudadano en su tiempo y en su ahora y en su porvenir. Se diría, conciencia viva de una época que resume en sus versos y ensayos, en sus arengas y elocuentes discursos, el ritmo vital de su Cuba, la faena de una América y la visión del mundo.
Madre América llamó, también, a nuestras repúblicas en una de sus permanentes preocupaciones que siempre, en todo momento y lugar, tuvo Martí por las cuestiones inmediatas y quemantes no sólo de su Cuba natal (“yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”), sino también en el saber conocer y gobernar los países de nuestro Continente, como único modo de librarlo de tiranías.
José Martí (1853-1895), que nos nace en una Cuba en pleno dominio-colonia de España, en la mitad ecuatorial misma del siglo XIX, no estará ajeno a los acontecimientos independentistas, educacionales, sociales, literarios, artísticos, periodísticos, revolucionarios e ideológicos que le tocó vivir tanto en sus fervorosos años mozos de su permanencia en Cuba como en los otros intensos muchos de su errancia-destierro por el mundo.
Tales sucesos no lo iban a dejar indiferente estuviera donde estuviera: en La Habana de su adolescencia asistiendo al advenimiento de aquella guerra primera por la independencia de su patria; en el México de Porfirio Díaz y los desmanes políticos de 1876; en la Guatemala de su profesorado normalista; en la Venezuela de su refugio americano, llegando a Caracas sin preguntar dónde se comía ni dónde se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar, ese hombre sagrado de libertad.
Así nacerán sus lacerantes y elocuentes e indesmentibles discursos- artículos-arengas (verdaderos ensayos de pasión y de verdad) que testimonian, no sólo un hablar y un escribir ese hablar por su voz, sino un denunciar y poner en alerta a un Continente, y hacer conciencia en las gentes-habitantes de ese Continente: “Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada; las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.
Y no sólo en la página escrita para el periódico o la revista del Continente, también, y por sobre todo, en las reuniones y asambleas entusiastas de la Sociedad Literaria Hispanoamericana, en Nueva York. O en el Liceo Cubano de Tampa. O en la Conferencia Internacional Americana de Washington (diciembre 1889). O en el Hardman Hall, de Nueva York. Y, en fin, aquí y allá, expresará su pensamiento cubano y americanista y su acción independentista sin titubeo alguno, sin metáfora y sin retórica. Las páginas de Nuestra América, ese texto magno de cartabón e identidad de lo americano, están llenas de ese pensamiento y de esa acción, y en sus convocatorias de acercamiento mutuos : “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos”.
Preocupado siempre del destino de su Cuba (“donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo”), José Martí siente esos patrios pulsos nacionales como una tarea histórica, como una urgencia de los tiempos. Hay en ella un apego profundo por la voluntad de una Cuba con sentido moral, que es su honra y su orgullo. “El deber de un hombre está allí donde es más útil. Que si caigo, será también por la independencia de mi patria”, le dirá en carta a su madre, con la verdad y la tristeza de un hijo, y confesándole “que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza”.
He ahí la ternura de Martí aún en la hora más compleja y difícil. No son inútiles la verdad y la ternura en él. Con razón su lema de vida y de batalla era siempre: Libertad sin odio, libertad sin ira.
Los juicios de Martí, en su oralidad o en su expresa escritura, tienen así la energía (y también esa ternura) que da la sobriedad y la verdad de su lenguaje, amén de una notable belleza de idioma en su castellano más rotundo. Por sus discursos, manifiestos, artículos y textos varios, que hacen su literatura, su ideario, su pensamiento y su acción, va y viene la historia sin mito de nuestros pueblos totales.
II
“Ya sabrá el mundo lo que tú eres”, expresa Rubén Darío –su contemporáneo- hablando de José Martí. El muy celebérrimo y azul modernista poeta nicaragüense, que conoció a Martí en el Nueva York de 1893, en pleno y arduo apogeo de activismo revolucionario hacia la causa independentista de Cuba, y que lo admiraba mucho, y que leía su prosa periodística en los diarios del Continente, esa prosa martiana profusa, llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música, nos caracteriza toda una muy reveladora estampa -modus y animus- de la personalidad del patriota cubano:
“Era de temperamento nervioso, dice. Delgado, de ojos vivaces y bondadosos. Su palabra suave y delicada en el trato familiar, cambiaba su raso y su blandura en la tribuna por los violentos cobres oratorios. Era orador, y orador de gran influencia. Arrastraba muchedumbres. Su vida fue un combate. Su cultura era proverbial. Su honra intacta y cristalina. Nunca la lengua nuestra tuvo mejores tintas, caprichos y bizarrías. Quien se acercó a él se retiró queriéndole”, recuerda, sin fabulación alguna, y a pesar de sus profanas prosas, el autor de Cantos de Vida y Esperanza.
III
José Martí, un muchachito ilustrado en su enseñanza primera por un maestro cubano, tan hombre de letras como patriota (Rafael María de Mendive), que se leía a su Byron y a su Shakespeare, que hojea su ojo por páginas de textos de historia antigua, tiene 15 años aquel octubre de 1868 cuando estalla la guerra cubana contra España (guerra que se extendería por una maltratada década), y el muchachito Martí clandestinamente escribiendo balbuceantes versos que adhieren a la “causa de Yara”, reclamando también el derecho de Cuba a su independencia. Cuba era, con Puerto Rico, la última colonia española en el Nuevo Mundo. Aquellos versos-proclamas –escritos expresamente para la patria- le traerían tempranamente no pocos maltratos y pesares pero, a su vez, determinarían casi proféticamente, su moral, su conciencia, y su destino.
Condenado a cárcel y a trabajos forzosos en las canteras de La Habana, su ciudad natal, pues allí había nacido un 28 de enero de 1853, hace hoy redondamente 150 años y, luego, a la pena de destierro a la mismísima España, no perderá su temple y su fe fuertemente patriótica a pesar del garrote vil del sufrimiento: “Mucho he sufrido, pero tengo la convicción de que he sabido sufrir”, le dirá en carta a su maestro Mendive. “Y si he tenido fuerzas para tanto y si me siento con fuerzas para ser verdaderamente hombre, sólo a usted lo debo y sólo a usted es cuanto de bueno y cariñoso tengo”.
Y Martí es, por entones, un joven que llega recién a sus veinte de edad, pero convencido de que en América, “está ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso, y quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura”. Por sobre todo convencido, también, de aquellas otras rotundas palabras que pone en boca del Padre Las Casas, el misionero por excelencia, salido de un cristianismo vertical:: “Porque la maldad no se cura sino con decirla, y hay mucha maldad que decir, y la estoy poniendo, en latín y en castellano, donde no me la pueda negar nadie”.
Piénsese que Martí vivirá años después, desde 1881 hasta los meses iniciales de 1895 (cuando sale al llamado definitivo de su patria), nada menos que en los Estados Unidos. Y en los Estados Unidos de la persistente doctrina Monroe –“América para los americanos”-, tan en boga y duradera, y en un momento en que aquella nación pasa de su capitalismo premonopolista, al capitalismo monopolista e imperialista que la llevará, inexorablemente, a arrojare sobre el mundo; en primer lugar sobre la América Latina, y en particular sobre Cuba. “El hecho de que su patria permanezca como colonia ostensible agudiza dramáticamente la sensibilidad de José Martí y su compresión de estos problemas, haciéndolo el primer antiimperialista cabal del Continente”, apunta el ensayista y poeta cubano Roberto Fernández Retamar.
“Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”, había dicho Martí.
IV
El hombre y su circunstancia tienen en Martí una misma identidad dialéctica, ideológica, activamente: ese amor batallador, en pensamiento y en verdad, que caracterizó su existencia. Ya fundando, por ejemplo, en abril de 1892, el Partido Revolucionario Cubano, ya poniendo en acción, por ejemplo, en marzo de 1895, el Manifiesto de Montecristi: “Éntre Cuba en la guerra con la plena seguridad de la competencia de sus hijos para obtener el triunfo, por la energía de la revolución pensadora y magnánima y de la capacidad de los cubanos para salvar la patria”.
Pero en ese amor batallador no sólo lo político y lo social. También la poesía en el hombre-poeta Martí, en un todo de relevancia y significación de su personalidad heroica, creadora y senstitiva. Su voto o su arte de vida: “Mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida” La poesía venía a ser en él una actividad sublime del espíritu y una de las ocupaciones sustanciales de la vida humana.
V
“Ganado tengo el pan: hágase el verso”. Martí va entrando en los treinta cuando publica Ismaelillo (1882), su primer e innovador libro, dedicado a su hijo José: Su único hijo en sus relaciones nupciales con Carmen Zayas Bazán :“Hijo soy de mi hijo / Él me rehace”, como escribe en Musa traviesa, uno de los romancillos tantos del iluminador libro. Libro escrito con toda su fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud. Y casi diez años después (1891) –repárese en su no atarantamiento publicante-, aparecerán sus ya clásicos y antológicos Versos Sencillos. Encendido fuego, llama ardiendo de sinceridad y de sentimiento es lo que está en cada una estas estrofas, cuartetas, coplas, redondillas. “Se imprimen estos versos porque amo la sencillez, y porque creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras”, estampa el autor en las palabras liminares a su libro.
Sin duda que los Versos Sencillos han hecho, en buena parte, el halo popular de Martí. Y habría que amarlos por esa razón, también.
Cultivo una rosa blanca,En julio como en enero.Para el amigo sinceroQue me da su mano franca
Y para el cruel que me arrancaEl corazón con que vivo,Cardo ni oruga cultivo:Cultivo la rosa blanca.
Ismaelillo y Versos Sencillos, los dos únicos libros poemáticos publicados en vida de Martí. Y sus libros póstumos, llamados nada menos que Versos Libres (“arrolladores como una lengua de lava”), y otros llamados Flores del destierro (”versos atormentados y rebeldes, sombríos y querellosos”), escritos, unos y otros, en lugares y circunstancias muchas –“así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje”- y centrados en un presente existencial, dejan de manifiesto que la poesía no fue en Martí un oficio lateral o una expresión ocasional de arrebatadas visiones, sentimientos y decires, sino un territorio poético muy acabado y amplio en él. Su oficio-idioma tan virtuoso y tan elocuente en el decir lo suyo más entrañable:
Con los pobres de la tierra / Quiero yo mi suerte echar.
VI
De su puño y letra, Martí escribirá para los niños del mundo su revista La Edad de oro. Revista primera y única dedicada enteramente a aquellos lectores de la infancia: “Para eso se publica La Edad de oro, para que los niños americanos sepan cómo se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras. Y para que los niños de América sean hombres originales y aprendan a querer la tierra en que viven”.
En 1889 Martí emprende, con esta publicación una tarea con personal ahínco y amor, como todas las suyas, y redacta, página a página esta singular revista, que trasciende lo meramente pueril para hacerse verdaderamente literatura: “Lo que queremos es que los niños sean felices. Y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: “¡Este hombre de la Edad de Oro fue mi amigo!”
VII
Martí, además, deja testimonio en las paginas de los periódicos del Continente de los más cotidianos sucesos y de los más sublimes también. El Martí fervoroso de espíritu y de sentido en el contarlo todo, en el escribirlo buenamente todo... Y contarlo y escribirlo bien, en un dejo mágico de su modo de contar y de saber su idioma, su lengua castellana.
Se diría que nada le fue ajeno en aquel Nueva York que se vivió desviviéndose: desde una exposición de pintores impresionistas a una estampa celebratoria en los setenta años de Walt Whitman. O desde una prosa elegíaca a la muerte de Emerson a la minuciosa y contagiosa descripción de las fiestas neoyorquinas el día inaugural de la Estatua de la Libertad, octubre de 1886: testigo él del acontecimiento: “Los que te tienen, ¡oh libertad!, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte”.
VIII
Apenas firmado el manifiesto de Montecristi, abril de 1895, aquel que decía “Éntre Cuba en la guerra emancipadora...”, Martí es ya la historia misma en toda su grandeza de amor a la patria y a la libertad. El afán revolucionario en campos y poblaciones es innegable. Martí bien cargado con su rifle al hombro, su machete y su revólver a la cintura. Y a su espalda la mochila con sus mapas de Cuba y su hamaca y sus libros (La vida de Cicerón, entre esos libros). Y a recorrer el Oriente entero de su Cuba , a paso de ansia, cubierto por su gente., y poniendo en acción esas sanas voluntades.
“Yo muero donde muera el General Martí”, grita un combatiente desde lo alto de unas lomas. Y la Libertad en lo azul.
Está muy turbia el agua, escribe Martí hacia las páginas finales de su Diario de Campaña, esas páginas tan libérrimas, tan humanas, tan épicas, tan resplandecientes de ternura. Escritas sin un gesto de malquerencia, sino por la mano y el corazón de un hombre Martí embriagado de amor humano, y de amor patrio.
Dos días después de esa frase –está muy turbia el agua-, 19 de mayo de 1895, José Martí, en la llanura de Dos Ríos, Provincia de Oriente, muere en combate contra las tropas españolas. Tenía 42 años.
“¡Maestro, qué has hecho!”, exclama Rubén Darío en su quejumbre y en su dolor universal el día de la muerte del patriota cubano. Pero el patriota cubano mismo lo había dicho premonitoriamente en su Manifiesto de Montecristi: “Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, cae por el bien mayor del hombre y en la confirmación de la república moral...” Y en página-carta a la niña María Mantilla Miyares, acaso el testamento de su corazón, le había dicho a manera de despedida: “Y si no me vuelves a ver, pon un libro sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres”.
Y Neruda en el canto a los Libertadores de su Canto General: Está en el fondo circular del aire, / está en el centro azul del territorio, / y reluce como una gota de agua / su dormida pureza de semilla. Y definitivamente nuestra Gabriela Mistral, martiana, de Martí total: “Todo es agradecimiento mi amor de Martí, agradecimiento del escritor que es el maestro americano más ostensible en mi obra, y también agradecimiento del guía de hombres terriblemente puro que la América produjo en él, como un descargo enorme de los guías sucios que hemos padecido, y que padecemos todavía”.
No sólo a Cuba, entonces, Martí pertenecía, y pertenece, a toda una raza, a todo un continente, ¡pertenecía y pertenece al Porvenir! “Mi porvenir –había dicho Martí- es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor”.
Santiago de Chile, 28 de enero, y 2003.
Jaime Quezada: Poeta y escritor chileno. Ex Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile. Actualmente es Director Ejecutivo de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral y Director del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda.
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