Dentro de un sueño estaba emparedado.
Sus muros no tenían consistencia
ni peso: su vacío era su peso.
Los muros eran horas y las horas
fija y acumulada pesadumbre.
El tiempo de esas horas no era tiempo.
Salté por una brecha: eran las cuatro
en este mundo. El cuarto era mi cuarto
y en cada cosa estaba mi fantasma.
Yo no estaba. Miré por la ventana:
bajo la luz eléctrica ni un alma.
Nieve ya sucia, casas apagadas,
postes, autos dormidos y el valiente
corro de robles, altos esqueletos.
Negra y blanca la noche; los dibujos
de las constelaciones, ilegibles;
el viento y sus navajas. Yo miraba,
sin comprender. Miraba, con los ojos,
en la calle sin nadie, la presencia.
La presencia sin cuerpo. Con mis ojos.
El ser es reticente en su abundancia.
Miré hacia dentro: el cuarto era mi cuarto
y yo no estaba. Al ser nada le falta,
aunque nosotros ya no estemos. Fuera,
todavía indecisas, claridades:
el alba entre confusas azoteas.
Ya las constelaciones se borraban.
Cambridge, Mass., a 26 de Diciembre de 1975
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