Nací en Huacho el 24 de marzo de 1947, en una época en que el abuelo Luis Vaccari Calderón (Tacna, 1891) era concesionario de la Backus & Johnston en la ciudad de Huacho. Aún recuerdo el océano de botellas verdes y los camiones Ford cargados de cerveza para saciar la sed de miles y miles de anónimos borrachos.
Hacia 1952, la familia se traslada a Lima. Aprendo las primeras letras en el colegio San Patricio. El plantel estaba ubicado en la avenida Javier Prado Oeste, a corta distancia del cine Orrantia. La memoria, aunque deteriorada por el paso de los años, aún conserva las luces del aeropuerto de Limatambo hurgando el cielo nocturno de Lima y algunos nombres de sus compañeros de aula y amigos de la infancia: Ricardo Pratolongo, Juan Guanilo Caballero, Teddy Barker, Marcia Rivera, Gabriela Monteverde y los hermanos McCormick.
De nuevo en Huacho, permanezco en el San José durante los años 1955 al 1960. El aprendizaje se evaluaba al pie de la letra, bajo pena de severos castigos propinados por los hermanos maristas. Algunos de ellos, reacios a la pedagogía de Marcelino Champagnat, seguramente traumados por las confrontaciones bélicas, la canalla que secundó a Pizarro en el siglo XVI y los carceleros del fascismo que apretaban a España con alambre de púas.
Las vacaciones de verano significaban una verdadera liberación, con inolvidables conquistas amorosas igual que en toda localidad de la costa del Pacífico, bajo el cielo azul.
En 1961 llegamos a Barranca. Estudié los tres últimos años de secundaria en el colegio mixto San Ildefonso, dirigido por Alfredo Chuquisengo, maestro cusqueño algo excéntrico, quien solía irradiar música de Wagner, Beethoven y Tchaikovski en las horas de ingreso y de salida. Los estudiantes cumplíamos las tareas sin dejar de lado el arte, la literatura y la cultura física. En vez de las aguas bellas de hoy y de los gruñidos de la Marisol, la radio ofrecía calidad extraordinaria: Morochucos, Romanceros Criollos, Lucho Barrios, Julio Sosa, Panchos, Cinco Latinos, Pérez Prado, Sonora Matancera, Ray Charles, Modugno, Rita Pavone, Fausto Papetti y Ray Coniff, entre otros.
Con el propósito de estudiar medicina, llegué a Buenos Aires a fines de 1965. Las difíciles condiciones económicas desalientan los planes académicos en el país del Plata. Con los amigos de Paramonga Alejandro Minaya y Roberto Achong, el huachano Antonio Pacheco y el germano-argentino Johann Gëtz trabajé en 1967 para una flota griega que transportaba ganado Holstein desde el puerto de Rosario hasta Valparaíso, a través del Estrecho de Magallanes.
De vuelta a la patria, anduve como agente de ventas de la librería Difusora Cultural en Huaraz y sobreviví al terremoto del 31 de mayo de 1970. Escasos de noticias suyas y dándome por muerto, los amigos Jesús Tasso y José Rey Cano cubrieron a pie el tramo Casma―Huaraz para rescatar mis restos acaso insepultos. Pero el susodicho se encontraba colaborando con las brigadas de remoción de escombros en busca de otros sobrevivientes. En medio de la tragedia, el reencuentro fue celebrado con galletas de soda, sólido de atún y agua de cedrón.
En 1974 contraje nupcias con Gilda Consuelo Silva, inseparable compañera de estudios en la Facultad de Ingeniería Pesquera de la Universidad Nacional José Faustino Sánchez Carrión. Gilda me ha dado tres hijas maravillosas: Dina, Katiushka y Fiorella. El primer nieto, Adrián, comparte conmigo la pasión por el arte y la literatura.
Sigo enamorado de las musas, aunque éstas nunca me prestaron la mínima atención. El único galardón que he obtenido en mi vida es la Pluma de Plata en los Juegos Florales de la Universidad de Huacho (1978) al presentar un poema inspirado en el paro nacional del 19 de junio de 1977 contra la dictadura militar de Morales Bermúdez.
Como periodista he trabajado en Iquitos, Pucallpa, Piura, Trujillo, Chimbote, Chincha, Barranca, Lima y Huacho. Gracias a un contrato con el Spanish Herald de Australia, visité Madrid y Málaga entre marzo y octubre de 1986. En setiembre de 1987, Bogotá y Cali.
Guardo muy buenos recuerdos de los años en las publicaciones Cambio (1987), El Río (1994), Barricada (2006), Propuesta (2010) y Actualidad (2008-2011).
En la actualidad estoy dedicado a la corrección de textos y la diagramación de libros. He trabajado antes en construcciones metálicas y ejercí algún tiempo como profesor de ajedrez, teatro, pintura para niños y redacción castellana, con una metodología propia, poco ortodoxa pero efectiva, que denomino Aprender para enseñar.
Admiro la poesía de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, César Vallejo, Miguel Hernández, Javier Heraud y Marcos Yauri Montero, la narrativa de Balzac, Gabriel García Márquez, Jorge amado, Ernesto Sábato, Eduardo Galeano, Julio Ramón Ribeyro, Arturo Pérez Reverte y la cinematografía de Peckimpah, Bernardo Bertolucci, Lina Wertmüller y Clint Eastwood por su veracidad y calidad humana.
A los 64 años de edad, me entristece que la red de redes sea utilizada en un 95 %, igual que la televisión, para enviar y recibir basura a escala planetaria. Solamente un 5 % y tal vez menos, se anima a buscar las obras de Picasso, Sorolla y Goya, los versos de Neruda, las canciones desgarradas de Edith Piaff, la nostalgia de Charles Aznavour, la alegría de los Cantores de Híspalis, los viajes de Marco Polo, la defensa de Stalingrado, los héroes de Trelew, las aves del litoral del Pacífico, las teorías de Vigotski, las investigaciones de Ruth Shady, las jornadas antisistema de los indignados de España y el levantamiento de los pueblos del sur peruano en defensa de la vida.
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