Danilo Sánchez Lihon
Machu Picchu,
más allá de ti no hay nada. En ti
está
la casa, el altar y la morada
de los dioses.
Más allá de ti ya no se sube
a ninguna parte.
Todo está en ti. Tú contienes
lo vasto
y lo hondo. ¡Aquí –en ti– es
cuándo,
dónde, qué, quién, cómo!
Nunca el hombre llegó tan alto,
vivió
tan alto, murió tan alto, sino en ti.
Nunca
se respiró más profundo que en tu
transparencia.
Y nunca
se padeció tan en el límite de otro
mundo
junto a las estrellas estupefactas
sino en ti.
Eres
piedra de eternidad Machu Picchu.
Nunca las manos, el aliento labraron
un período
una rosa y una flecha más penetrantes.
Jamás
el arpa y el violín aspiraron tanto.
El pincullo,
la danza, el baile y la pollera
extasiaron
hasta desaparecer.
No hay altar en el mundo
que tenga
tu altura, tu intensidad, tu perfume
arrebolado
ni el pedestal de nubes a tus pies.
Jamás
la tierra, el mundo y la vida se hicieron
más infinitas.
Porque
¿hay en el arte algo más etére
y exacto
que estas piedras hechas adoración
y milagro?
Alguna
fantasía ha puesto líneas
y trazos
que superen la perfección
de estas
edificaciones? Los hombres
y mujeres
que aquí vivieron hicieron
de lo excelso
lo llano, corriente y cotidiano.
¿Hay
escultura, arquitectura o enigma más
sutil
que estas piedras puestas en equilibrio
sobre
lo que es eterno e indescifrable?
Aquí
las piedras sienten, piensan y tienen
poder;
son espíritus dormidos o despiertos,
donde
la brisa tienen una voz acumulada
de milenios.
Aquí
he contemplado las estrellas
del firmamento
con el mismo candor con que lo hizo
el primer
hombre, cuyo pie se asentó sobre
la faz
de la tierra para labrar su destino;
y donde
hasta la esperanza es desafío y es
memoria.
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