DANILO SÁNCHEZ LIHÓN: CREÍ QUE TODO ESTABA PERDIDO

10 junio 2013

Aquel día cambió totalmente su vida. Pero antes que eso ocurriera, Javier era un niño muy gracioso. Le gustaba que su mamá le pusiese el mameluco blanco, la corbata con estampas multicolores y siempre le pedía a su papá un pañuelo floreado de los más rutilantes.

Sabía cantar y bailar y hacía a todos desternillarse de risa.

De tanto que pedía corbata, la mamá había recogido aquellas que ya no usaban el papá y los tíos y que eran de mil colores vivaces.

Y cuando se las ponía le echaba el nudo por el lado delgado, porque si lo hubiera hecho por el lado normal le hubiera quedado tan ancha como un babero.

Pero cuando la mamá estaba apurada en otras cosas y él insistía en que le pusieran una corbata, ella le amarraba lo que encontraba a la mano. Entonces el pobre Javier andaba a veces por la casa con una media de colores colgada al cuello. Y ¡cuidado!, nadie se lapodía quitar porque para él era su corbata adorada.

Y así era: un chiquillo muy pedigüeño.

Le gustaban las cosas que lucían intensas, frescas y hermosas.

Un día se le ocurrió pedir que le compraran unos zapatos de charol que había visto en el bazar del pueblo.

Pero esos zapatos costaban carísimo para la familia. Más de lo que el padre ganaba en una semana completa de trabajo.

Desde esa fecha todos los días, ni bien se levantaba, pedía:

—Papá, ¡cómprame mis zapatos de charol!

Y seguía con su letanía en el desayuno:

—¡Cómprame mis zapatos de charol!

En el almuerzo otra vez estaba con la cantaleta:

—¡Cómprame mis zapatos de charol!

Se acostaba en la noche con el mismo disco rayado:

—¡Cómprame mis zapatos de charol!

Hasta que un día el papá, para sorpresa de toda la familia, le dijo:

—Te voy a comprar tus zapatos de charol.

Javier corrió a pasarle la voz a primos, vecinos y amigos del barrio:

—¡Mi papá me va a comprar mis zapatos de charol!

Pasados unos días, verdaderamente se los compró.

Pero ese mes ya no tuvieron cómo cubrir los gastos que demandaba adquirir azúcar, mantequilla, carne o pan.

Cuando se los puso, Javier se sentía en las nubes. A todo el mundo le enseñaba sus zapatos, que reflejaban como espejos los rostros de los niños que se acercaban asombrados a admirarlos.

Una mañana nublada en que andaba luciéndose como un pavo real, la mamá le ordenó que fuera a comprar un carrete de hilo a la tienda del señor Urquizo.

Cuando estaba de vuelta encontró en la calle a un niño muy pobre que tenía la camisa llena de agujeros, el pantalón hecho flecos; por ahí se le veían unas rodillas escuálidas. Los pies descalzos le sangraban.

Javier muy conmovido le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

El niño se encogió un poco asustado. Tenía el rostro reseco por el frío.

—¿En dónde vives?

Tampoco respondió nada.

—Y ¿tu papá?

—No tengo papá, atinó a escuchar Javier.

—¿Y tu mamá?

—Murió.

Javier se aproximó más a él. Vio que tenía los ojos casi llagados y las manos llenas de ampollas.

—¿Has tomado desayuno?

—Yo no tomo desayuno, respondió.

—Y ¿no te da frío caminar así, y con los pies que te sangran?

El niño no respondió.

—¿Y no te da hambre estar así sin desayuno?

Tampoco contestó y, al contrario, hundió la cabeza ensombrecida hacia su pecho.

—¿Y no extrañas a tu papá y a tu mamá?, preguntó con la crueldad ingenua de un niño.

Al niño se le enturbió la mirada y agachó aún más la cabeza.

Javier vio el cartílago transparente de sus orejas. Entre la ropa y la espalda doblada su débil piel morena pegada a los huesos. Y una mata de cabellos puntiagudos apareciéndole por la nuca.

Javier se sentó, se desató los pasadores y se sacó los zapatos de charol, mientras el niño miraba sin entender. Luego hizo que se recostara en la pared y le puso en los pies sangrantes, uno a uno, los zapatos relucientes.

—¡Te quedan bien! Son lindos, ¿no es cierto? ¿No te aprietan? Son tuyos. Te los regalo.

Javier pegó sus ojos a los ojos del niño haciendo piruetas. Danzó su mejor baile. Le hizo “el salto del gato” que tanto hacía reír a su abuela. ¡Nada! El niño no se reía.

Se despidió y Javier prosiguió su camino con los pies desnudos, sorteando a saltos las piedras ásperas de la calle y entró por la puerta de su casa.

—¡Qué te ha pasado!, gritó la mamá al verlo.

—Mamá, hice una acción muy buena. He regalado mis zapatos a un niño pobre.

—¿Qué? –dijo la mamá asombrada.

Javier entonces caminó hasta la habitación en donde estaba su padre.

—¡Papá! Hice una buena acción. He regalado mis zapatos de charol a un niño muy pobre.
—¡Cómo!, dijo el padre levantándose.

—Había un niño pobre, un niño que no tiene ni papá ni mamá.

Su ropa la tiene destrozada. Tampoco ha tomado desayuno. Y yo le he regalado mis zapatos de charol.

—¿Qué cosa dices? –increpó el papá, alarmado.

—¡Te los ha robado!, volvió a alzar la voz la mamá.

—¡No! ¡Yo le he regalado!

—¡Estás loco!, dijo fuera de sí el padre, –¿Por qué hiciste eso?

¿Has perdido tus zapatos que tanto me han costado? ¡Me los traes ahora mismo!, sentenció colérico.

Y fue hasta el sitio donde colgaba el látigo.

—No, papá. Los he regalado a un niño pobre.

—¡Cómo vas a regalar tus zapatos que tanto me han costado!

¿Quién te autorizó a hacerlo? ¡Me los traes en este instante!

Y enrolló el fuete en la mano.

—¿Y dónde está ese niño?, preguntó la mamá anhelante.

—Lo encontré al salir de la tienda.

—Entonces corre. ¡Vamos a buscarlo!

—¡No iré!, se enfadó.

Lo agarraron a la fuerza y lo arrastraron por la puerta.

Y no tuvieron que ir lejos porque ahí estaba el niño, esperándolos en la calle desolada.

Se había sacado los zapatos y los tenía acunados en los brazos.

—Señora, dijo, haciendo el mayor esfuerzo por hablar, tome estos zapatos. Yo no los necesito.

—Y tú, ¡por qué los tienes! –le increpó violenta.

—Me los regaló su hijo, que es un niño bueno. ¡No lo castigue por favor! Yo no quiero tener ahora esos zapatos–. Y se puso a gemir.

La mamá los cogió bruscamente. Jaló a Javier y ya de regreso le ordenó:

—¡Póntelos, que te lastimas los pies!

—¡No quiero ponérmelos!

—¡Póntelos, te digo!

—¡No me los pondré jamás! –dijo en un tono de voz que asustó a su madre y que por primera vez no era la de un niño.

Y Javier no se los volvió a poner, porque nunca más los volvió a considerar suyos.

Relucieron con un brillo triste en uno de los armarios de la casa.

Javier también dejó para siempre su mameluco blanco, sus corbatas con estampas encendidas y sus pañuelos de flores multicolores.

Y junto con otros objetos amados, los zapatos de charol, que él quiso tanto, se fueron quedando olvidados entre las cosas pequeñas y grandes de su infancia.

Hasta un día, ya joven, que vino acezante; con la mirada que le brillaba y agitado hasta las lágrimas.

Entró atropelladamente y los sacó de su armario:

—¡Son éstos! –decía– ¡son éstos!

Los envolvió y fue con ellos hasta la Plaza Mayor en donde aún continuaba la concentración donde el Presidente había dicho a la multitud desde el balcón de la plaza pública:

—Fue un niño de este pueblo quien me dio una lección que cambió totalmente mi vida; porque yo estaba vencido y sin ninguna esperanza y él me regaló lo más precioso que tenía: ¡sus zapatos!; por lo que fue duramente castigado delante de mí. No sé quién fue, pero él me enseñó un valor muy importante que debemos hacer prevalecer entre todos nosotros los hombres: la hermandad, la ayuda mutua, la solidaridad. Y mucho más cuando ella se hace a favor de un desconocido y nos cuesta dolor y sacrificio, como le costó a él.

Javier volvió a acariciar los zapatos y con ellos en los brazos escribió una nota donde decía: “Creí que todo estaba perdido en mi vida y ahora yo soy el que es salvado por usted”.

Pidió, al pie de la tribuna, con las manos que le temblaban, que alcanzaran esos zapatos al Presidente. ¡Que éstos eran aquellos zapatos que había referido en su discurso! Los guardaespaldas quisieron retirarlo a empellones al ver sus ojos enrojecidos, sus cabellos
desgreñados, y su cuerpo esquelético. Pero, cerca estaba un miembro importante de la comitiva que se aproximó a él y a quien dijo:

—¿Y tú eras el niño?

—¡Sí! ¡Y éstos son los zapatos a los cuales se ha referido el Presidente!

Quisiera que lo haga llegar como el obsequio prohibido que hasta hoy estuvo aguardando esta hora.

Y entregó los zapatos que en ese instante volvieron a relucir con su brillo antiguo.

Al pasar por una calle arrojó en una alcantarilla los últimos cigarrillos con droga que él mismo había envuelto y reservaba para fumarlos esa noche. Y desapareció entre la multitud, que seguía aplaudiendo, lleno de un gozo que no había experimentado antes y sintiendo que renacía hacia la vida.


Nació en Santiago de Chuco, La Libertad (Perú, 1944). Licenciado en Literaturas Hispánicas, graduado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú), con estudios de especialización realizados en Madrid, España. Ha dirigido el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo de la Educación, INIDE, institución encargada
de llevar a cabo todo el proceso de reforma educativa del país, en la década del 70. En dos oportunidades ha sido merecedor del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (Perú, 1985 y 1990). Ha recibido el Laurel de Oro de la Literatura Infantil y Juvenil, de Perú (XX Congreso de la APLIJ, Cuzco, 2001). Ha sido consultor de organismos internacionales como el Centro Regional para el Fomento del Libro y la Lectura en América Latina y el Caribe, la International Reading Association, la Organización de Estados Iberoamericanos.
Muchas de sus obras han merecido premios nacionales e internacionales. Dirige el movimiento “Capulí, Vallejo y su Tierra”, que realiza una romería anual a Santiago de Chuco Es profesor permanente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la Escuela de Periodismo “Jaime Bausate y Meza” y docente invitado a desarrollar cursos en diversas universidades de América Latina. Actualmente dirige el Instituto del Libro y la Lectura del Perú, institución que promueve el libro y la lectura en apoyo a la acción educativa y al desarrollo social, y es sede del Museo de la Fantasía en el Perú. Fundó y conduce la Colección de Poesía “Gárgola”.

OBRA LITERARIA:Escritor prolijo de casi cuarenta títulos entre poesía y narrativa para adultos, y para niños y jóvenes, además de apoyo teórico a docentes. Editados la mayoría por el Instituto del Libro y la Lectura (Lima, Perú), en coedición con algunas instituciones culturales. Además ha recreado mitos, leyendas y cuentos populares del Perú. En poesía:Crío una mosca (1981), Para niños: Érase Danilo un niño (1999); Camino a Santiago(1980); La rana y la luna (1995); Lobo, ¿qué estás haciendo? (1993); Aula de mitos y leyendas del Perú (2004); Cuentos del Perú profundo (2000); Aserrín aserrán (1998).Mil y una hogueras (1975); De vuelta a casa (1980); Cómo leer mejor (1989); Literatura infantil, magia y realidad (1982); Literatura infantil, dilemas y certezas (1996); La narración de cuentos (1998); Promoción de la lectura (2001); Literatura infantil en la cuna y el jardín (2002); La lectura en el hogar, la escuela y aldeas


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