EL EXTRAVAGANTE CASO DE UN MARQUÉS AREQUIPEÑO

30 abril 2013


Por Jorge Rendón Vásquez
 
En la tercera cuadra de la calle San Francisco, casi al llegar a la Plazuela 26 de Febrero, se alza la centenaria casona de sillar elegida para sede del Gobierno Regional de Arequipa y también para albergar una biblioteca llamada Mario Vargas Llosa. Grandes letras colocadas en la parte superior de la fachada indican ambas denominaciones.
El nombre del Escritor ha sido usado para designar otros edificios, como el anfiteatro semiesférico construido en el camino a Tingo y la casa del bulevar Parra, donde él naciera.
El visitante de Arequipa se siente tentado de pensar que una estatua del Escritor, de tamaño natural, será colocada pronto en una hornacina de la Catedral.
¿Por qué tantos homenajes?
Por la complacencia de los grupos de tradición oligárquica de Arequipa de contar entre los suyos con un escritor nacido en esta ciudad, aunque hubiera vivido en ella sólo unos meses luego de venir al mundo en una familia de abolengo en descenso, y galardonado con dos títulos honoríficos: el Premio Nobel y un marquesado.
¿Son realmente tan relevantes ambos títulos y, en particular, el segundo?
El 10 de diciembre de 2010, Mario Vargas Llosa recibió en Estocolmo el diploma del Premio Nobel de Literatura, una medalla de oro y un cheque por un millón quinientos mil dólares. Fue la digna coronación de una carrera que había comenzado en 1953, cuando el Escritor ingresó a la Universidad de San Marcos y poco después a una célula de la Organización comunista Cahuide, llevado por el idealismo y la sinceridad de su juventud. También en la Universidad de San Marcos eclosionó su vocación de escritor entre lecturas intensas y ejercicios de técnicas literarias a los cuales tal vez sólo él se entregaba. A mediados del año siguiente, asomándose tempranamente a la edad de la razón burguesa, se apartó de la Organización Cahuide, y, recuperado por la clase social de su familia, ingresó al Partido Demócrata Cristiano, del que se retiró años más tarde obnubilado por la Revolución Cubana, a la que, sin embargo, estigmatizaría algún tiempo después. (¿En qué momento se jodió Marito?) Siguió una marcha ya directa a los predios de la derecha y a su candidatura a la Presidencia de la República del Perú, en 1990. Fue una carrera regular hacia el neoliberalismo más visceral y agresivo contra el Estado de Bienestar, en el que asumió la función de ariete para arremeter y meterse donde le indicaran con artículos y declaraciones que deben de rentarle varios miles de dólares cada semana. Tan inobjetable hoja de vida prevalecía, para la Academia Sueca, sobre sus méritos como novelista que, en la ocasión, no importaban tanto, cualesquiera que hubieran podido ser.
El 3 de febrero de 2011, el laureado Escritor alcanzó las alturas de la apoteosis: el rey de España, Juan Carlos, expidió un real decreto confiriéndole el título de marqués. Si había probado hasta la saciedad ser uno de los suyos era de toda justicia incorporarlo a la aristocracia. Había, además, un precedente: a Camilo José Cela, un mediocre narrador, pero conspicuo militante del franquismo, delator de republicanos, plagiario y también Premio Nobel, el rey Juan Carlos lo había hecho Marqués de Iria Flavia, la parroquia de La Coruña donde había nacido.
Para una estimativa de lo que significa ser noble en España se requiere acotar algunos datos.
El noble era una persona dotada del poder de mandar sobre otros en la sociedad feudal. El conjunto de nobles, o la nobleza, conformaba la estructura del poder. Su origen se remonta a los primeros momentos de la Edad Media, luego de la descomposición del Imperio Romano.
La jerarquía nobiliaria es la siguiente: rey; infante o príncipe, hijo del rey; duque; marqués; conde; vizconde; barón; señor. Aparte, en un nivel más bajo, queda el hidalgo.
Los reyes atribuían los títulos nobiliarios con carácter hereditario. Cada uno iba acompañado de una extensión de territorio y su población sobre los cuales el noble ejercía jurisdicción absoluta o el poder de vida o muerte en la guerra y en la paz, salvo en materia eclesiástica, reservada a la Inquisición.
En España se distingue la Alta Nobleza, constituida por los grandes de España, que participaron en hechos considerados importantes, y cuyos descendientes conservan esta calificación, aunque nada hayan hecho de brillante y sean los más perfectos inútiles. Los demás nobles, incluido el ultralaureado Escritor, podrían ser llamados, por oposición, nobles menores.
Los regímenes republicanos suprimieron la nobleza, por ser la expresión del poder tiránico feudal. En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada por la Asamblea Francesa el 26 de agosto de 1789, se proclamó con la mayor claridad y sencillez posibles: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.” (art. 1º).
La Constitución republicana de España de 1931 abolió los títulos nobiliarios (art. 25º). En 1947, el dictador Francisco Franco los restableció por un decreto ley y, al mismo tiempo, se arrogó el derecho de concederlos. Expidió cuarenta a generales, industriales y políticos de su grupo. Entre ellos, en 1955, hizo Conde de FENOSA al dueño de la empresa eléctrica de este nombre, a quien se le erigió un busto en un hotel de la pequeña isla La Toja en Pontevedra. Fue Franco quien inauguró el modelo de título nobiliario sin vinculación a un territorio, como Duque de Mola, Marqués de Queipo del Llano, Duque de Calvo Sotelo, Duque de Primo de Rivera, y otros.
La actual Constitución española de 1978 nada dice sobre estos títulos, aunque reconoce a España como una monarquía parlamentaria (art. 1º-2). La ley indicada de Franco se mantuvo en vigencia, por el voto mayoritario de los partidos de derecha, y se ha considerado que la facultad reconocida al Rey “de conceder honores y distinciones con arreglo a las leyes” (art. 62º) incluye la de hacer nuevos nobles, aunque, según la ley, sin otorgar privilegios ni territorios.
Al ultralaureado Escritor se le ha nombrado, por eso, sólo Marqués de Vargas Llosa, sin un territorio.
Como, en la tradición de la nobleza, un marqués no podría estar en el aire y Vargas Llosa no es un territorio, no cabría otra cosa que completar ese nombramiento adjudicándole alguna porción de tierra como marquesado. Sería una tarea de la antigua y rancia oligarquía arequipeña, blanca y racista, que se precia de ser hispanista, y recuerda con orgullo los títulos concedidos a Arequipa por el virrey Francisco de Toledo en 1575 de “Muy noble y muy leal”, y por Carlos IV en 1805 de “Fidelísima”, al poder colonial español por supuesto, cuando ya la antorcha revolucionaria encendida por Túpac Amaru recorría América del Sur.
En concordancia con tales títulos, al novísimo Marqués podrían crearle tal vez una ermita deshabitada con su nombre en algún desierto o cerro eriazo muy alejados, porque la Arequipa de hoy, mayoritariamente mestiza y popular, es sólida y orgullosamente republicana y libertaria, y rechazaría como una broma de pésimo gusto el anacronismo de un marquesado que sólo puede lucir un monárquico, con la mente anclada en elancien régime, anterior a la Revolución Francesa de 1789.
A la derecha empresarial, explotadora de los trabajadores de la ciudad y del campo, el ultralaureado Escritor le pertenece de todo corazón, y lo expresa con las páginas enteras que los periódicos y revistas del poder mediático le dedican, elogiándolo sin límites y publicando sus agresivos artículos contra todo lo que contraríe al neoliberalismo. Ha dejado ya de sorprender que ciertos escritores y escribidores, autoproclamados izquierdistas, se sumen a esa algazara publicitaria con sus ditirambos en cuantas páginas les dan cabida, loando, como pretexto, su obra literaria,  aunque sin decir cuáles creen que son sus méritos, tal vez con la esperanza de ganarse alguito.
(15/4/2013)

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