CAMINO A BAGUA

24 febrero 2010

Nicolás Hidrogo Navarro:

Me llaman Loco Tallarines, pero de verdacito yo soy Childre Hidrogo. Lo de mi chaplín es porque en el kiosco del colegio devoraba todo lo que era y se parecía al tallarín. Tengo diecinueve años pero todas las historias que le pueden pasar a uno de a cien. Vivía en la calle Emiliano Niño de Lambayeque. Y digo vivía, porque ahora me encuentro en este camión de carga, camino a Bagua Grande. Yo nunca he sido malo, por diosito. Nunca he peleado, claro que a veces he robado algunas frutitas y algunos huevos de gallina del corral de mi vecino, pero nunca he fumado como los demás del barrio.
En la primaria, mi profesor “El Chino” me consideraba poco menos que un idiota, porque le dejaba los exámenes en blanco, pero cómo iba a llenarlo si eran pura memoria, tanto nombre y fechas terminaban confundiéndome más. ¿Por qué no dejarán que contemos cuentos, mejor? La verdad es que yo nunca fui bueno para la escuela. Sólo sabía la tabla del uno y del diez, nunca aprendí de los verbos pluscuamperfectos ni qué ocho cuartos, pero no los necesité para impresionarlos con mis relatos de duendes que me los contaba mi viejita Ana en las noches.
Cuando pasé a la secundaria a empujones fue peor. Por más que me esforzaba, nunca pude sacar más de once, el cinco se me prendió y lo celebraba cuando llegaba a doce. Yo sabía, de verdacito, sino que tengo una manía de olvidarme todo al último momento y hasta parezco flotar cuando estoy delante de los demás. Después del examen y los nervios me acuerdo todito.
En Primero, la profesora de Literatura “Heraldos Negros” -apodo que le pusimos porque vivía siempre cayéndose-, me hacía quedar para ensayarme en oratoria, pero yo sólo aprendí a tartamudear y a turbarme más con sus técnicas.
En Segundo, me acuerdo que el profesor López , al que decíamos “Agüita de manzana”, porque tenía una habilidad especial de motivación para aburrirnos y hacernos dormir en plena clase, me llamó para leer ”Tristitia”. Yo no quería salir ni de vainas. Es que nunca he sabido leer bien. Además, con todos los muchachos frente a mí, me ponía a deletrear y me atragantaba con mi propia voz. Todos se burlaban. El profe insistió. Y yo volví a negarme. Sopló fuerte mi apellido como corneta, el salón se volvió cadáver y hasta hubo una vibración trastabillante en las paredes, mi carpeta se desclavó y sólo se escuchaban las pequeñas explosiones de la arena pulverizada entre sus zapatos contra el piso. Y entonces, rojo como la cresta de un pavo enfurecido, el profesor se acercó, me insultó con sus ojos de sapo aplastado y me arrecostó dos correazos en el espinazo. Fue terrible; después de ocho años aún me siguen doliendo los huesos. Yo aguanté como un hombre; peor era salir al frente. Ni le respondí ni lloré. Me quedé calladito calculadoramente, no más yo tenía trece años, no podía mecharlo como ahora. Ahora tengo diecinueve. Repetí tres veces y me jalaron como en veinte cursos en toda la secundaria –que no la logré terminar-, mi libreta siempre fue un tomate y me he decidido no volver al colegio, tengo fuerza para levantar un saco de arroz y ya me puedo ganar la vida.

¿Mi familia? Yo ya no tengo familia, Carlincho es un drogo, Aguas es un pandillero y mi hermanito menor está con tifus. Teresa se metió a trabajar en la mala vida, dicen que la vieron en el “Tamarindo”, eso me lo contó un amigo del barrio, pero yo no le creo ni lo creeré jamás. El Número sigue en la cárcel. Y al Zúngaro lo llevaron a la frontera, a pelear contra los monos y le volaron una pierna. Él era el único bueno. Tal vez sea yo también un mal hijo. No sé pero aquella noche de navidad, después que yo me había matado vende y vende empanadas, había comprado para mi viejita su panetón, leche y chocolate. Bien contenta se puso mi viejita. Ah, y también le había traído su vinito. El pollo le compró el Zúngaro, con lo poco que había pagado ese viernes don Chepe. Estábamos el Zúngaro y yo en la sala, cuando en eso llegó el Viejo, oliendo como siempre a yonque de noventa grados. Nos espetó adonde habíamos robado todo eso; nos machacó a insultos; revolcó al hermano bueno hasta dejarlo en el suelo como perro envenenado, temblando más de miedo que de dolor por los patadones. Yo me escapé por el techo como culebra y me zampé como lechuza en la casa del vecino. Estuve nueve días metido en la covacha del Caballa, oliendo a terocal y a humos extraños, pero se los juro por mi viejita que no probé nada. ¡Ah, qué semana aquella, eso me ha dejado un sello de agua en el cerebro, mi mundo se redujo a un miserable hueco oliendo a caca, desde allí el mundo es rata!.
Pero aquí estoy, camino a Bagua Grande. Estoy seguro que mi tío Nico me va a ayudar. Él es bueno. Él tiene un chacrón de café; siembra plátanos, siembra arroz hasta en las piedras. Seguro que me dirá: ¿Y éste?, ¿Qué hace aquí? No te asustes tío, le diré; no es nada malo. He venido para trabajar contigo en tu chacra. ¿Te acuerdas que me ofreciste darme chamba? Pero, ¿Y tu familia?, Preguntará. Por eso mismo he venido: quiero trabajar para ayudar a mis hermanos que están fregados. ¿Y tus estudios?, Dirá. No tío, le diré ya va a ver que harto le voy ayudar. Los estudios son puro cuento, no hay trabajo, dicen que hay más abogados que juicios y más ingenieros que casas, se pierde el tiempo, al final para parar de barredor o ambulante, mejor arranco trabajando. Las chambas son muy difíciles, son pura política, si no tienes padrino y si no eres de su grupo te fregaste. Y él terminará por aceptarme.
Fuerte es este camión. ¿Cuándo tendré uno?. Debe tener un motor de oro, porque su dueño dice que es su mayor tesoro. Sus tablas de algarrobo parecen de acero de cañón. Ruge como toro embravecido en las pendientes, y corre sedita como trompo en medio del negror de la pista. De aquí se puede mirar bacán el paisaje como si viera una película a color: árboles grandotes y pasto hasta en la punta de los cerros, hay subidas y bajadas largotas, es bonito pero da miedo, a uno se le suspende el alma y hasta la orina, se pude ver todita la campiña de Lambayeque, Mochumí, Illimo, Pacora, Jayanca, Olmos, Pucará, Chamaya, Corral Quemado y a la distancia una gran avenida de cocos nos avisará que estamos ingresando a tierras del arroz y el calor infernal.
Como a las siete del día, -según el chofer- vamos a estar llegando. Ya nos han cobrado el pasaje en el camino por si nos escapemos. Allá se ven pueblitos chiquitos, con sus calaminas alumbrando y los perros bajando de los cerros ladra que ladra. El sol ha salido bravo hoy, la tierra está húmeda aún, dicen que no ha parado de llover desde el viernes. ¡Bastante chacra hay por acá! Arroces por allá y por allí, todo parece lluvia, calor y arroz. Y ese río Utcubamba roncando, achocolatado y bravo como una gigantesca anaconda reptando en medio de sauzales y mohenas, parecen sus aguas bajar del mismo cielo. Acostumbra a traer palos y gallinas muertas de más arriba. Dicen que le gusta comerse las chacras, pero su agua es buena para la gente, todos la queremos, da trabajo.

Mis compañeros de viaje están cansados, demacrados y con los estómagos sueltos, debe ser por el sol, el frío del Cuello y la falta de almuerzo. La cena de anoche parece que fue gallinazo y no gallina como nos dijeron. La noche transcurría en cámara lenta al son de sanjuanitos y pasillos del Ecuador, expulsados de un radio Nivico, se volvió más inmensa cuando el chofer se detuvo para descansar una hora y aún más los recuerdos se salían por mis ojos. Se me vino de un tajo a la memoria todo el colegio y hasta estuve soñando con que salía al recreo, mi espacio favorito, allí conocí a Maritcita, mi hembrita.
¡Oh, Dios mío! Perdóname si estoy haciendo mal. Y ayúdame para que me vaya bien. Ojalá mi tío Nico me deje trabajar con él, no importa si quiere le trabajo gratis un año, con tal que me reciba. ¡Difícil es la vida de los jóvenes pobres! Bonito es tener una familia buena, donde todos se ayuden. Pero en mi barrio todo lo ven bronca y en mi casa todo es griterío, por eso yo me escapé. Ya no quería ver que el viejo le pegue a la vieja. ¿Habré hecho bien en escaparme? No traigo más que mi mochila de colegio, dos camisas y un pantalón con huecos. ¿No abusará más el viejo de mi viejita?, ?¡Dios quiera que no! ¿Qué estarán diciendo en la casa?, ¿Seguro que ya se dieron cuenta? Le voy a escribir a mi prima Jomara para que cuide a mi viejita mientras yo hago un poco de plata acá. Le diré que no se preocupen que yo estoy muy bien, que estoy haciendo plata y que hasta me he comprado una radiograbadora. Pero ¿y si me rechaza mi tío alegando que no le he dicho nada a mi viejo? ¿Y si me trenza a palos y me hace agarrar por los tombos? ¡No, qué, vainas! Voy a tener suerte, voy a chambear duro y curar a mi viejo de su vicio, para darle chamba sana a Carlincho, para sacar de la cárcel al Número y para traerlos mejor a la selva, aquí la vida es tranquila como agua de tanque, por diosito que le compraré su casita con agua, luz eléctrica y por qué no, su cocina a gas.
Las gotas de lluvia caen perpendicularmente, son pequeñas y ya no tienen el frío, son las últimas que va cortando la calamina lánguidamente. Hemos llegado, mi corazón hace bum-bum y creo que tengo un nudo de piedras atravesadas en mi estómago acalambrado, porfa tío Nico ten tu puerta abierta, el suelo está pantanoso como una cocha, los chanchos se revuelcan alborozadamente, las llantas van chispeando las paredes y abriendo zanjas de agua. Es domingo, es mañana y son las siete, hay mucho movimiento de negocio de animales. Las pezuñas de los caballos van batiendo el barro como mantequilla, el aire parece estar lleno de agua que enjuaga la cara, cómo ha cambiado todo, ojalá que mi tío Nico, no.

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