III Concurso Regional de Cuento y Poesía 2015 Filomeno Zubieta Nuñez. Tercer Lugar categoría Cuento.
HUELLAS
Y SOMBRAS
Por
Cathie Dollanganger
La ventisca marina era una suave caricia
rozando mis sensibles mejillas,recompensa obtenida por la rauda caminata,
rutina que me disipaba luego de duras madrugadas atiborradas con sueños
dolorosos, reiterativos durante casi un año. La representación onírica era la
misma, detalles de más, acciones menos duraderas, el sentimiento de calcinante
depresión al final, provocaba un agitado despertar.
El vaivén de las olas en la playa El Colorado
conserva el ritmo de aquella fatídica fecha, sus aguas aparentemente sosegada se guardan el
ímpetu de nadadores inexpertos, entregados al misterio de sus profundidades e
inesperadas correntiadas. En sus orillas siguen congregándose más de un individuo,evidencian culto, muestran
respeto y admiración por este ente acuático, yo, a un margen distante, percibo un agudo
silbido proveniente de mi pecho, no por la agitación del vespertino ejercicio
sino por resentimiento; la rabia subyace al entusiasmo de aquella gente, cuyos
rostros me resultan familiares, lucharon a mi lado en aquel día pasado por
salvar a mi alma gemela de la prepotencia del mar, de su apetito insaciable, me
venció en ese entonces, hundió mis esperanzas, la posibilidad de vivir al lado
de la persona que más he amado, la que aún extraño.
Sin brújula temporal,mi guía es un latente instinto de
supervivencia, estar frente al mar me entristece pero también revitaliza, llego
a diario hasta su vertiente para dedicarle subsistencia, provoco su histeria humedecer mis pies, recordándole el intento fallido por
subyugarme. La premura por colocar el reloj en la muñeca derecha me distrae,
últimamente no distingo entre horario y minutero, vivo confusa, aparento dilación en los compromisos que conlleva la
jefatura de sucursal del banco nacional
financiero, ascenso alcanzado por cualidades de liderazgo y empatía,
en la actualidad ello ha
variado,advierto miradas
evasivas de los empleados, soy responsable del cambio, me desplazo apática y ermitaña, mi
presencia parece no alterarlos tampoco entusiasmarlos. La oficina permanece
cerrada desde que Felipe dejó de asistir al cubículo contiguo, encontraba su
pícara mirada a través de un filamento limpio de la ventana pavonada, los
halagos por el trabajo en equipo nos colocaban a la cabeza de las proyecciones,
durante los encuentros mensuales de sucursales regionales desplegábamos
flexible criterio e imaginación, nos admiraban, nos respetaban, nos envidiaban.
La filiación no podía obviarse, caímos en un mutuo juego de seducción,
enlazados por casi tres años,el aroma de su cuerpo impregnólas sábanas
satinadas enviadas al departamento que alquilé cuando determinaron mi traslado
hacía la capital de la hospitalidad huachana, al inicio mostré vacilación, mi
proyecto vital no lo incluía, debía culminar la maestría, él con su atractiva
chispa brindaba experiencias vibrantes a mi parsimoniosa y premeditada vida;
concebimos el amor sencillo, sutil y natural, como las múltiples albas y ocasos
que disfrutamos sentados en nuestra
playa preferida, asolada o repleta de bañistas.
Seleccionamos el mutismo como estrategia
comunicativa, se enriquecía en la coincidencia de nuestras miradas, el marco
del cielo despejado sumado al sonido del oleaje nos trasportaba a aquella dimensión donde lo personal sucumbía
al nosotros, uno integrado al otro, tentados empezamos a creer en el mito del
amor eterno, me entregó una alianza, estaba más nervioso que a finales de año cuando
los balances nos mantenían en la oficina durante una semana sin comida ni
descanso, estaba sorprendida, como era costumbre el silencio fue protagonista
de nuestras acciones, un fino hilo enlazaba mi dedo anularen dirección al suyo, detecté un anillo
deslizándose hasta mi delgada falange, trepidante por la emoción,atiné a
afirmar con un delicado movimiento de cabeza, reímos hasta derramar algunas
lágrimas, la locura y felicidad nos bordeaba, nos abrazamos, nos besamos, nos
excitamos, contenidos por el arribo de un par de espectadores evitamos poseernos
sobre la tibia arena. Felipe se energizó, su emoción la enmascaraba con un
hiperactivo comportamiento,
saltaba de un lado a otro, hechizado por la adrenalina se desnudó, mofándose de
los presentes, se volcó hacia la
costa,gozaba cambiando de posturas
al nadar, encantada lo contemplaba, sus brazadas exhibían conquista, el
reciente compromiso, era el amo de aquel espacio; de pronto,una prolongada buceada empezó a incomodar,
anticipándome a sus acostumbradas tretas decidí esperar su salida, su flote,
luego de un tiempo mi corazón acelerado sugería ausencia, empecé a llamarlo, me aventuré a buscarlo,
ingresé al mar, sumergida traté de rastrearlo, entre
las turbulentas aguas logré divisar a otras personas que alertadas por mis
vociferadas no dudaron en empaparse para ayudar, grité y grité, mi clamor se
debilitaba con el paso de los minutos y
deglución de agua salada, me sacudía imaginando que él estaría en la
orilla burlándose, al no ubicarlo empecé a enloquecer, el aro se había resbalado y mis manos desnudas
enfriaban, sentía asfixiarme, recordé mi limitada capacidad de nado, la
garganta me ardía y una quemazón en la cabeza afectó mi visión, otros sentidos
cedían paulatinamente al espasmo;una súbita voz notificó sobre el hallazgo, me
dejé abrazar por el mar, por una
extraña
sensación de paz.
Voces de
niños riéndose irrumpen estas obnubilaciones, tres dispuestos en la ribera,
revolcándose y remojándose, libres, despreocupados y muy bronceados, se alertan
al observarme, uno de ellos me toca y cuestiona mi afligida apariencia, me avergüenza la exhibición
de estas notorias debilidades, les revelo la incapacidad de los adultos para
gozar abiertamente de juegos sobre el barro. Entre ellos se ojean, parecen
meditar sobre mis palabras, el más pequeño sonríe y con dulzura relata que
cuando está triste su madre lo consuela, el más grande tantea mi vestido,
fascinado y entretenido en elmeticuloso movimiento. El mediano más cauto,
mantiene la lejanía inicial, inspeccionándome de pies a cabeza, sugiere a sus
compañeros no acercarse, aclaro que no deseo hacerles daño destacando su actuar
reflexivo frente a extraños, deja entrever nerviosismo asolapado, jalonea a sus
acompañantes levemente, trato de alcanzarlo para reconfortarlo, él se aparta,
sobresaltado emite balbuceos ininteligibles, vehemente en mostrar algo que lo
ha impresionado apunta hacia el suelo, intensificando concentración logro
percatarme de una frase en azorado tono:
“¡No deja huellas en la
arena!, ¡No tiene sombra!, ¡Camina en el aire!”. Me auto examino, confundida con
el largo del ajuar trato de andar con firmeza, la maniobra ocasiona tambaleo y quedo tendida a
expensas de la baja marea, temo mojarme, volteo y me sobresalto, los niños
desaparecieron, vuelvo a incorporarme, caigo en cuenta que no experimento la
humedad del reciente remojo ni las chispas de la brisa salpicadas sobre mi rostro, desconcertada por lo ocurrido me retiro del litoral y el estado de asombro
invita a sentarme en algún rincón donde los recuerdos afloran con lucidez.
Una especie de plegaria romántica es
trasladada por el eco del viento, escucho con armónica claridad a Felipe,
agradeciendo por el amor que nos unió, percibo dolor en sus palabras, su perfil
se apertura en medio de la bruma, lo estimo próximo, guiándome hacia la verdad.
Mi desorientación, la difusa remembranza, mi
estancia prolongada en aquella playa, el asombro de aquel grupo de párvulos
camaradas, mi reciente incapacidad para sentir el calor, la brisa, neblina,
tempestad, fueron
un auto – ardid mental, la finalidad era empecinarme en la continuidad. La muerte
me alcanzó hace un año, Felipe no se ahogó, fui yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario