Rosa Johana Via Bazalar: Huellas y Sombras

23 diciembre 2015

III Concurso Regional de Cuento y Poesía 2015 Filomeno Zubieta Nuñez. Tercer Lugar categoría Cuento.

HUELLAS Y SOMBRAS
Por Cathie Dollanganger

La ventisca marina era una suave caricia rozando mis sensibles mejillas,recompensa obtenida por la rauda caminata, rutina que me disipaba luego de duras madrugadas atiborradas con sueños dolorosos, reiterativos durante casi un año. La representación onírica era la misma, detalles de más, acciones menos duraderas, el sentimiento de calcinante depresión al final, provocaba un agitado despertar.
El vaivén de las olas en la playa El Colorado conserva el ritmo de aquella fatídica fecha, sus aguas aparentemente sosegada se guardan el ímpetu de nadadores inexpertos, entregados al misterio de sus profundidades e inesperadas correntiadas. En sus orillas siguen congregándose más de un individuo,evidencian culto, muestran respeto y admiración por este ente acuático, yo, a un margen distante, percibo un agudo silbido proveniente de mi pecho, no por la agitación del vespertino ejercicio sino por resentimiento; la rabia subyace al entusiasmo de aquella gente, cuyos rostros me resultan familiares, lucharon a mi lado en aquel día pasado por salvar a mi alma gemela de la prepotencia del mar, de su apetito insaciable, me venció en ese entonces, hundió mis esperanzas, la posibilidad de vivir al lado de la persona que más he amado, la que aún extraño.
Sin  brújula temporal,mi guía es un latente instinto de supervivencia, estar frente al mar me entristece pero también revitaliza, llego a diario hasta su vertiente para dedicarle subsistencia, provoco su histeria   humedecer mis pies, recordándole el intento fallido por subyugarme. La premura por colocar el reloj en la muñeca derecha me distrae, últimamente no distingo entre horario y minutero, vivo confusa, aparento dilación en los compromisos que conlleva la jefatura de sucursal del banco nacional financiero, ascenso alcanzado por cualidades de liderazgo y empatía, en la actualidad ello ha variado,advierto miradas evasivas de los empleados, soy responsable del cambio, me desplazo apática y ermitaña, mi presencia parece no alterarlos tampoco entusiasmarlos. La oficina permanece cerrada desde que Felipe dejó de asistir al cubículo contiguo, encontraba su pícara mirada a través de un filamento limpio de la ventana pavonada, los halagos por el trabajo en equipo nos colocaban a la cabeza de las proyecciones, durante los encuentros mensuales de sucursales regionales desplegábamos flexible criterio e imaginación, nos admiraban, nos respetaban, nos envidiaban. La filiación no podía obviarse, caímos en un mutuo juego de seducción, enlazados por casi tres años,el aroma de su cuerpo impregnólas sábanas satinadas enviadas al departamento que alquilé cuando determinaron mi traslado hacía la capital de la hospitalidad huachana, al inicio mostré vacilación, mi proyecto vital no lo incluía, debía culminar la maestría, él con su atractiva chispa brindaba experiencias vibrantes a mi parsimoniosa y premeditada vida; concebimos el amor sencillo, sutil y natural, como las múltiples albas y ocasos que disfrutamos sentados en nuestra playa preferida, asolada o repleta de bañistas.
Seleccionamos el mutismo como estrategia comunicativa, se enriquecía en la coincidencia de nuestras miradas, el marco del cielo despejado sumado al sonido del oleaje nos trasportaba a aquella dimensión donde lo personal sucumbía al nosotros, uno integrado al otro, tentados empezamos a creer en el mito del amor eterno, me entregó una alianza, estaba más nervioso que a finales de año cuando los balances nos mantenían en la oficina durante una semana sin comida ni descanso, estaba sorprendida, como era costumbre el silencio fue protagonista de nuestras acciones, un fino hilo enlazaba mi dedo anularen dirección al suyo, detecté un anillo deslizándose hasta mi delgada falange, trepidante por la emoción,atiné a afirmar con un delicado movimiento de cabeza, reímos hasta derramar algunas lágrimas, la locura y felicidad nos bordeaba, nos abrazamos, nos besamos, nos excitamos, contenidos por el arribo de un par de espectadores evitamos poseernos sobre la tibia arena. Felipe se energizó, su emoción la enmascaraba con un hiperactivo comportamiento, saltaba de un lado a otro, hechizado por la adrenalina se desnudó, mofándose de los presentes, se volcó hacia la costa,gozaba cambiando de posturas al nadar, encantada lo contemplaba, sus brazadas exhibían conquista, el reciente compromiso, era el amo de aquel espacio; de pronto,una prolongada buceada empezó a incomodar, anticipándome a sus acostumbradas tretas decidí esperar su salida, su flote, luego de un tiempo mi corazón acelerado sugería ausencia, empecé a llamarlo, me aventuré a buscarlo, ingresé al mar, sumergida traté de rastrearlo, entre las turbulentas aguas logré divisar a otras personas que alertadas por mis vociferadas no dudaron en empaparse para ayudar, grité y grité, mi clamor se debilitaba con el paso de los minutos y  deglución de agua salada, me sacudía imaginando que él estaría en la orilla burlándose, al no ubicarlo empecé a enloquecer, el aro se había resbalado y mis manos desnudas enfriaban, sentía asfixiarme, recordé mi limitada capacidad de nado, la garganta me ardía y una quemazón en la cabeza afectó mi visión, otros sentidos cedían paulatinamente al espasmo;una súbita voz notificó sobre el hallazgo, me dejé abrazar por el mar, por una extraña sensación de paz.
Voces de niños riéndose irrumpen estas obnubilaciones, tres dispuestos en la ribera, revolcándose y remojándose, libres, despreocupados y muy bronceados, se alertan al observarme, uno de ellos me toca y cuestiona mi afligida apariencia, me avergüenza la exhibición de estas notorias debilidades, les revelo la incapacidad de los adultos para gozar abiertamente de juegos sobre el barro. Entre ellos se ojean, parecen meditar sobre mis palabras, el más pequeño sonríe y con dulzura relata que cuando está triste su madre lo consuela, el más grande tantea mi vestido, fascinado y entretenido en elmeticuloso movimiento. El mediano más cauto, mantiene la lejanía inicial, inspeccionándome de pies a cabeza, sugiere a sus compañeros no acercarse, aclaro que no deseo hacerles daño destacando su actuar reflexivo frente a extraños, deja entrever nerviosismo asolapado, jalonea a sus acompañantes levemente, trato de alcanzarlo para reconfortarlo, él se aparta, sobresaltado emite balbuceos ininteligibles, vehemente en mostrar algo que lo ha impresionado apunta hacia el suelo, intensificando concentración logro percatarme de una frase en azorado tono:
“¡No deja huellas en la arena!, ¡No tiene sombra!, ¡Camina en el aire!”. Me auto examino, confundida con el largo del ajuar trato de andar con firmeza, la maniobra ocasiona tambaleo y quedo tendida a expensas de la baja marea, temo mojarme, volteo y me sobresalto, los niños desaparecieron, vuelvo a incorporarme, caigo en cuenta que no experimento la humedad del reciente remojo ni las chispas de la brisa salpicadas sobre mi rostro, desconcertada por lo ocurrido me retiro del litoral y el estado de asombro invita a sentarme en algún rincón donde los recuerdos afloran con lucidez.
Una especie de plegaria romántica es trasladada por el eco del viento, escucho con armónica claridad a Felipe, agradeciendo por el amor que nos unió, percibo dolor en sus palabras, su perfil se apertura en medio de la bruma, lo estimo próximo, guiándome hacia la verdad.
Mi desorientación, la difusa remembranza, mi estancia prolongada en aquella playa, el asombro de aquel grupo de párvulos camaradas, mi reciente incapacidad para sentir el calor, la brisa, neblina, tempestad, fueron un auto – ardid mental, la finalidad era empecinarme en la continuidad. La muerte me alcanzó hace un año, Felipe no se ahogó, fui yo.



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