Viaje al centro de la noche
Salgo del bar,
voy al paradero,
levanto mi
cuello
y tambaleando
elijo cualquier autobús para que me lleve a ninguna parte.
Mi mirada
siempre será la misma:
como si hubiese
perdido algún objeto dentro de la ciudad
o como si tuviese
el temor de perder algo
que se reduce a
mi mochila con libros viejos,
mi saco negro
que tiene el color del frió,
una botella de
Jack Daniel’s que llevo en la mano
o la
indiferencia que tropieza con mi rostro marchito y me hace ser más humano que
ellos.
Yo también viajo
aunque muchos
aceleren el autobús cuando quiero subir
o se excusen
diciendo que los asientos están todos ocupados.
¿Por qué no me
dicen de una vez
que mi
desesperanza y mis olores
les incomoda
que mi presencia
afea su vivir?
Ustedes solo se
preocupan de leer el periódico del día,
escuchar su
reproductor,
ir a sus
gimnasios
o tener su ropa
limpia;
y yo
que no visto bien,
bebo todo el día
y los observo
desde la ventana del bar
lo sobrio, hermosos
y exitosos que son,
y me pregunto si
tengo el derecho de pensar
que puedo vivir
cerca de ustedes,
compartir su
bienestar,
sus ansias de
renovar,
cada año,
un televisor
cada vez más grande;
pensar en los
conceptos de paz y amor,
y discutirlos en
las grandes conferencias
donde el vino y
la palabra cariño son gratis
aunque sea por
esa noche.
Pero la verdad
es que yo no conozco
cómo se vive ni
cómo se muere con dignidad
porque a mí no
me consideran en el sector publico activo
ni en los
reportajes de personas exitosas que engrandecen a su patria
ni mucho menos
soy mencionado en las leyes de inclusión que delibera el congreso.
A mí me basta
seguir viendo sus rostros por la ventana del bar,
sintonizar
telenovelas mejicana que representan sus escandalosas vidas
o escuchar sus
inútiles argumentos sobre cómo vivir en paz.
porque de
cualquier manera sé que les incomodo
aunque ustedes
siempre viajen sentados
y yo viaje toda
la vida de pie.
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