Poemas de Torsos de las guerras: José Pablo Quevedo.

25 abril 2013


Obra plástica en hierro
 
(Gracias a Julian Assage y a Wikileaks)
 
Con el hierro en la mano
Caín mata a su hermano.
 
Con el carro de guerra
y con ojo de cíclope
se puede calcinar la rosa,
se puede convertirla la belleza en chatarra,
y el hierro puede más
en desalmar una obra de miles de años,
y miles de aldeas y cientos de naves.
 
Matar a los hombres como a pajaritos
sea con el garrote o la bala, 
o en salto de metralla,
es el tiro de muerte
que regresa al hombre
a la edad de las cavernas.

 
 
Contra una posible amenaza termonuclear
 
Perspectiva del plomo,
del árbol muerto
en la sed de los astros.
El viento seco sin huella.
El dolor, sin dolor, en su sombra.
 
¡Hiroshima!
El huevo encubado
en el agua de las máquinas
como un sol negro
ardió tu corazón.
 
Fue una nube radiactiva,
parida en un U.S.A.-laboratorio.
 
Lo recuerdo,
fue en 1945.

 
 
 
 

El último soldado caído

no se cuenta en una guerra
 
S.O.S.
Estoy herido en una zanja,
siento frío, de hielo son mis manos,
mis piernas están pulverizadas.
Sólo un mar de cadáveres
ante mí,
para que otro mar los limpie.
Pero lo que más siento
es que no se me contará
entre los 50 millones de muertos
cuando los historiadores
ya no tengan la prueba
de mi muerte.
 
 
 
Cuándo el hombre
 
Cuándo el hombre
no sea parido
por el huevo de la muerte,
todas las estrellas
nos parecerán las mismas
en los ojos.
 
Cuándo el hombre
no haya nacido
en un basural
de radiación atómica,
todos los colores
serán los de la luz
para definirnos.
 
Cuándo el hombre
y los pájaros ya no mueran
sin ojos en los pantanos de petróleo,
todas las rosas del universo
dejarán caer una imaginación infinita.
 
Maduros en el atardecer y amanecer
de la misma estrella,
seremos los mismos,
y otros, como al principio.
 

 

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