Impertinente consejo a Humala en torno al indulto de Fujimori

05 abril 2013


César Hildebrandt
Pensaba escribir sobre el tema del indulto a Fujimori desde la perspectiva habitual de esta revista. Es decir, diciendo un NO sencillo a cualquier posibilidad de perdón. Pero creo que ha llegado la hora de matizar. Ese es el dictado intrínseco de esta columna.
Todos saben qué pensé y qué pienso de Fujimori. Para mí fue lo peor que pudo pasarle a la democracia peruana. Fue la encarnación de todo lo que siempre odié: el cinismo, el abuso, el asesinato de la buena fe, la corrupción como una de las bellas artes, el crimen como opción abierta.
Lo combatí antes de que fuera presidente y hasta junio de 1991, cuando ordenó el cierre de mi programa a los pobres diablos que dirigían América TV y se me cerraron todas -absolutamente todas- las puertas. Fui quien, en setiembre de 1991, en Lima, entrevistado por la agencia EFE, anunció el golpe que se venía y que se produjo en abril de 1992.
Me fui a España a ganarme la vida y cuando regresé, en 1996, lo volví a combatir con toda la furia de la que soy capaz. Muchos quizás recuerden aquel video grabado en el SIN donde Genaro Delgado Parker negocia mi cabeza para sacarme del canal donde en esos momentos trabajaba. Fundé el diario "Liberación", cuya colección muchos guardan con especial respeto, para seguir en la pelea.
Y ganamos la pelea. Todos aquellos a quienes la náusea había reunido terminamos ganando la pelea.
Fujimori fugó como el cobarde que fue siempre y renunció a la presidencia a través de un fax enviado desde Tokio.
Nos dejó un país moralmente podrido, Una constitución al servicio de Cecilia Blume y los suyos y un futuro harto complicado.
Y más tarde se vinculó a lo peor de la política japonesa, quiso ser senador japonés (lo rechazaron electoralmente) y fingió casarse con una buscona próxima a una de las mafias arraigadas en la política nipona.
Convencido por Carlos Raffo y una corte babosa de alucinados, quiso volver al Perú en olor de multitud. Para terminar de sondear las mareas pretendió instalarse en Chile el 2005. Su plan era pierolista: armar desde ese país un retorno tumultuoso que lo convirtiera en figura pública reivindicada "por el veredicto del pueblo" y candidatear y ganar en las eleciones del 2006.
Lo que pasó es que Chile lo detuvo y lo extraditó, a petición peruana, en el 2007.
La epopeya le había sido negada. El ridículo lo seguía persiguiendo. El ridículo se le había aproximado desde aquel día en que, con los ojos desorbitados, acompañado de una turba de hampones uniformados y de un edecán suyo disfrazado de fiscal, buscó los videos que lo comprometían en los escondrijos de su socio y secuaz Vladimiro Montesinos. Hasta que los encontró en la casa de Trinidad Becerra y separó los que lo incriminaban. Con ellos, y con 40 maletas, llenó el avión presidencial rumbo a la cita de Brunéi, desde donde desviaría la ruta hacia Tokio.
En el 2009 fue condenado a 25 años de cárcel por haber sido el autor intelectual de varias muertes horrendas. Y esto que no lo juzgaron por los asesinatos perpetrados por orden suya en contra de senderistas encarcelados (42 en una sola jornada, selecionados previamentedurante una cita del grupo colina).
Sin los delincuentes armados que lo servían, sin la organización asistencialista con que escenificaba su "altruismo social", sin la prensa inmunda que él mismo financiaba, sin el Congreso de piojos que se le arrodillaba, sin la televisión que lo presentaba con ínfulas de estadista, Fujimori es el trémulo pedidor de indultos que es ahora.
Tiene 74 años y, contando con la detención padecida en Chile, ha pasado bajo vigilancia judicial los últimos 8 años de su vida. Y la rabia que lo amarga se le ha convertido en depresión.
La generosidad siempre parece hija de la debilidad. Pero eso es mentira. El generoso siempre es mejor que el otro. Y al elevarse, limpia limpia el escenario. Demuestra que las reglas de la democracia no son las de las gavillas rencorosas.
Fujimori se ha hecho tomar fotos patéticas, ha enviado mensajes desorbitados exigiendo un trato especial, ha mandado a Kenji -el verdadero idiota de la familia- a matonear en los medios y a extorsionar a Humala con la amenaza del suicidio.
Es un hombre que jamás perdonó y que ahora pide perdón. Su "martirologio" popular consiste en una leyenda. Y esa leyenda es que lo condenaron sin pruebas, como si los cadáveres de Barrios Altos y la Cantuta no fueran literales "cuerpos del delito".
Deshecho ese mito, ahora queda el hecho de un anciano que, como todos los septuagenarios, está en riesgo de muerte.
El problema de Fujimori es que solicita un perdon presidencial sin haberse arrepentido de nada. Y la gente que espera el retorno de los Joy Way y los Yoshiyama (con otros nombre pero con el mismo desparpajo y el mismo apetito omnívoro) sigue diciendo que tras las rejas está "el mejor presidente peruano del siglo XX".
No se puede pedir perdón desde esa cumbre  de la infamia. Si yo pudiera darle un consejo a Humal le diría esto: dado que el indulto a Fujimori es un asunto político, no sería mala idea que el peticionario firme, antes de una hipotética gracia concedida a su ancianidad, una explícita solicitud de perdón al pueblo peruano por los crímenes cometidos -los económicos, los institucionales, los éticos y los de jurisdicción  abiertamente policial- durante su gobierno. Y si no hay pedido de perdón, dado que las razones médicas  se han extinguido según las pericias practicadas, que no haya indulto.
Liberar a un mafioso arrogante puede ser el peor de los mensajes. Desencerrar a un arrepentido devorado por sus malestares podría tener mucho de grandeza.

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