SEIS RECUERDOS DE GONZALO FERNÁNDEZ GASCO SOBRE LUCHO DE LA PUENTE UCEDA

30 enero 2015

Versión de Ángel Gavidia

EL ECO DEL ABRAZO

Estábamos  ya en el Cuzco y nos llegó la noticia de que peligraba la guerrilla de Pataz. ¡Cómo íbamos a dejar la guerrilla sin ayuda!¡ Cómo! Entonces Lucho pidió a un experimentado compañero que se dirigiera allá. Disculpe compañero, dijo él, pero a mi me falta aprender mucho de usted; permítame seguir acompañándolo. Entonces yo me ofrecí. Ya, dijo Lucho, entonces te vas. Al día siguiente, muy temprano iniciamos el viaje. Pensé que iba ha ser más fácil despedirme. Pero no. Fue lo más difícil. Hubiera querido decirle a Lucho muchas cosas. Nos abrazamos fuerte, nos soltamos, nos volvimos  abrazar, nos volvimos a soltar y así por más de cuatro veces. No dijimos palabras. Y cuando descendíamos con los cinco compañeros que me acompañaban no quise mirar atrás por que sospechaba que podía flaquear. Bastaba un mínimo  gesto de Lucho para que me quedara. Y no, pues. Nuestro deber estaba en otro sitio. Pero aún lamento la hora en que lo dejé. Se me ocurre, sin razón quizás, que si me quedaba con él, Lucho no hubiera muerto. Se me ocurre y me labra el corazón.

LA ÚNICA VEZ EN QUE LUCHO SE PUSO DE RODILLAS
Me dices que el Che amaba la poesía. Me dices que encontraron en su mochila  Crepusculario de Neruda. A Lucho de la Puente no le gustaban los poetas. Decía que los poetas de alguna forma se masturbaban o algo así. Pero ante Vallejo no decía nada. O mejor dicho decía que le llegaba al corazón. Por eso estuvo deambulando tres días por el Cometiere du Montparnasse hasta dar con su tumba. Nadie daba razón, hasta que lo encontró. Allí, me dijo, me postré hermano. Caí de rodillas a pesar mío y todo mi cuerpo fue una oración para el poeta, mi paisano, César Abraham.

SU PRIMER AMOR EN NUEVA YORK

Lucho me contó también que la primera vez que llegó a Nueva York y estando en la Quinta Avenida, como puede estar un hombre del Perú; es decir, probablemente, algo intimidado, con toda  la nostalgia y con toda la soledad del mundo, supongo, pensó en su primer amor, una prima suya que residía en la gran ciudad norteamericana, su amor de adolescente, casi de niño. Habían pasado 15 años o  quizás más. Y mientras la recordaba ve una muchacha que caminaba junto a él. ¡Grimelda!, le dice; ¡Lucho!, contesta ella. El destino se había portado como amigo, qué amigo,  cómplice, esta vez.

LOS “COMUNES” NOS SALVARON

Un buen día nos llegó a nuestra celda el “boquillazo” que esa noche nos trasladarían a Lima. Estoy hablando de cuando estuvimos presos en la cárcel de Trujillo por la muerte de Sarmiento, el aprista que pretendió masacrarnos a Lucho y a mi. Nos llegó la información, pues, y ya teníamos el antecedente de Arévalo y la “ley fuga”. A Lima no llegamos vivos, pensamos. Y decidimos no dejarnos sacar de nuestra celda. La aseguramos con gruesas cadenas y candados y nos apertrechamos de botellas y otros objetos “contundentes”. Y esa noche, efectivamente, llegó el contingente que nos trasladaría a la capital. Les hicimos pelea. Pero nos hubieran doblegado de no ser por los presos comunes que se anoticiaron y comenzaron a sacudir las rejas hasta hacer temblar la prisión. Nuestros captores se atemorizaron con el endiablado estruendo y se fueron. Por eso no exagero cuando digo que los presos comunes nos salvaron la vida aquella vez.

EL HOMBRE QUE NO TENÍA MALICIA

Lucho no tenía malicia. Creía con una fe de niño en la gente. Yo digo, le faltaba calle, le faltaba barrio. Por dedicarse a estudiar, seguro, descuidó el contacto con la maldad. Te digo esto porque un compañero suyo del Colegio San Juan me contó que en los recreos, cuando todo el mundo jugaba, Lucho leía. Y eso explica por qué  se dejó impresionar por un maldito soplón que resultó su mano derecha en  México cuando lo deportaron por primera vez. ¡Un soplón junto a la cabeza del movimiento, hermano! La mujer con la que convivía Lucho en México le advirtió. La intuición femenina, seguro. Este hombre no me gusta, Lucho. Pero él, nada.  Y cuando Lucho retorna al Perú y  envía a este infiltrado a buscarme, yo lo veo de lejos, y  olía a policía a un kilómetro de distancia, hermano, y le digo a Lucho “oye, tu guarda espaldas es un soplón” y el me dice “me corto las manos por él”,  me hizo dudar, me hizo dudar, pero me quedé con la espina. Después, cuando hallamos a la prostituta, que fungía de  esposa  del soplón en México, y nos cuenta todo ya era tarde. Demasiado tarde.

LA PRIMERA IDEA DE LA LUCHA DE CLASES, SEGURO, LE VINO DESDE UN JUGUETE

Los hermanos De la Puente quedaron huérfanos de padre cuando aún eran niños. La madre de Lucho vivía en una casa hacienda junto con su hermana, la misma que tenía por esposo a un alemán. La hermana y el alemán tenían  hijos contemporáneos con los De la Puente. Esto que te cuento nos contó Lucho  en la prisión. Tú sabes, allí se cuenta todo.  Nos dijo que el alemán traía para sus hijos juguetes muy hermosos, todos “de tienda”, que los primos compartían, amigablemente, con él y sus hermanos. Pero un día el alemán se entera y  reprende  muy severamente a sus hijos. Entonces Lucho y sus hermanos se quedaron sin juguetes. Su madre  trata de suplirlos   haciéndoles juguetes artesanales. Los niños valoraron el esfuerzo pero no era igual. Allí, seguro, Lucho de la Puente, tuvo su primer contacto con la lucha de clases; porque,  esto, que para cualquier otro no hubiera pasado de una anécdota más o menos  triste, nos lo contó  llorando. Esto le marcó la vida. Al menos así pienso yo: la injusticia de los niños que no tienen un juguete para poblar su  infancia.
                  



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