siempre causa chismorreo:
«¿Cómo, celebra?», se enfada
Pedro, «¡si no cree en nada!».
«Pero qué barbaridad»,
se molesta Caridad.
«Hasta dónde hemos llegado»,
declara inquieto Conrado.
Dice, conmovido, Antonio:
«¡Son engaños del demonio!».
«Son malos, según mi abuela»,
nos lo recuerda Marcela.
Pero ya ven, el asunto
no es tan grave (lo barrunto).
Seas ateo (o creyente),
ser bueno es lo más urgente.
Ser amigo, solidario,
dar más de lo necesario,
compartir el sentimiento,
la palabra, el alimento,
dar de uno, dar de sí,
guardar poco para ti.
Que exista (o no exista) Dios,
importa el que tiene tos,
por eso dale la mano,
sin temor, al ser humano.
Si un ateo (como yo)
celebra, no digas «no»,
comparte con él la mesa,
festéjalo sin sorpresa,
su abrazo guarda el afecto
de cualquier hombre imperfecto,
que con (o sin) religión
tiene limpio el corazón,
que con (o sin) las doctrinas
lleva un alma sin espinas,
que con (o sin) bendiciones
canta alegre sus canciones,
que con (o sin) vida eterna
da su luz a la caverna,
que con (o sin) sed de Dios
carga el agua para dos.
Los ateos celebramos
que vivimos y que estamos,
que un año nuevo se acerca
(¡con otra vuelta de tuerca!),
que tenemos luz y amigos
(que son cobijas y abrigos),
que tenemos paz y amor
(¿puede haber algo mejor?),
que la vida es la sorpresa
más hermosa y más traviesa,
que los malos son los menos,
que son valientes los buenos,
que el canalla va al olvido
(ya se sabe, haciendo ruido),
que el humano va a la historia
(sin buscar ni querer gloria),
que nunca es tanta la herida
(¡y es sabrosa la comida!).
Por eso, por lo que amamos,
los ateos celebramos
(en junio o en Navidad)
con ilusión de verdad.
Toda ocasión es propicia
para hablar de la justicia,
para escribir los poemas
y confundir los problemas,
para animar al futuro
e iluminar a lo oscuro,
para subirnos al tren
de ser buenos y hacer bien.
Sin más versos, sin más cuestas,
a desearles me atrevo:
¡Un venturoso Año Nuevo
y unas muy Felices Fiestas!
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JOSE LUIS MEJIA
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