WINSTON EL ALFARERO, UNO DE LOS POETAS MAYORES DE NUESTROS DÍAS

18 noviembre 2013

Por Jorge Rendón Vásquez

A mediodía del sábado 16 de noviembre, las nubes dejaron pasar los tibios rayos del Sol sobre la Plaza de Barranco. Las casas, la Biblioteca y los añosos árboles se iluminaron alegremente y la Primavera declamó sus multicolores pensamientos, petunias, geranios, rosas y claveles, agitándolos a coro en sus parterres. Frente al peristilo de blancas columnas una audiencia colmaba los asientos. Estaba allí, en este mágico escenario, porque Winston Orrillo iba a presentar su reciente libro “Poesía esencial”, una antología de cincuenta años.
Conozco a Winston desde los ya antiguos, pero perdurables tiempos de la Casona de San Marcos.
Como poeta, como intelectual y como ciudadano siempre han latido en él como valores guías: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la generosidad y la bondad, que ha compartido con sus amigos
Una antología de la obra poética de cincuenta años, vale decir de toda una vida, es una de las tareas más difíciles, porque, como él mismo dice: hay que sufrir “los desgarramientos que supone el dejar de lado a algunos de nuestros «consentidos»”. Esta pequeña asamblea de elegidos es sólo una muestra de su producción Y, sin embargo, constituye una prospección sincera de su ya largo recorrido parnasiano, recordando a cada paso cómo cada uno de sus poemas “era una victoria contra la nada, contra la muerte”.
¿Hay una cumbre cronológica en la poesía de Winston?
Es difícil decirlo. Cada poema suyo tiene su ADN.
Así como al ver un cuadro de Picaso se sabe instantáneamente que pertenece a este gran pintor, al leer un poema de Winston se entra de inmediato en comunicación con él, como si estuviéramos viéndolo y oyéndolo recitarlo.
En este ya largo caminar se advierte una progresión hacia una madurez más madura aún de la que ya exhibía al partir, cuando tenía veinte años y empezaba a poemar, una progresión alérgica a las caídas.
¿Que caracteriza, a mi juicio, a la poesía de Winston Orrillo?
Lo diré esquemáticamente.
Su poesía está embebida de transparencia; no se encuentra en ella las trashumantes opacidades de la bruma.

Hacer el amor
con el pálido
altar de
tus dos pechos, repisa
donde albergo
mi sed
de berebere;
con el árbol,
los pájaros
y el río
que nacen
cuando yaces
debajo de mi sueño.
(Epitalamio, 1982)

Su poesía no está hecha de palabras aglutinadas con cierta gracia. La forman imágenes conceptuales, se diría esencias. Alguien dijo alguna vez que la poesía era el culto de la palabra. Fue una declaración con la audacia de las falacias. Si así fuera sería sólo la adoración de los sonidos vocales y sus resonancias onomatopéyicas. La poesía es cualitativamente más que eso. Es la creación y la recreación de la imagen, como juicio lógico compuesto de conceptos reunidos para expresar algo distinto de su significación ordinaria.

Luego de varias muertes, les
juro, amigos míos, yo
volveré a estar vivo.
[…]
No lo sé
como sea.
Vivir sin
periscopios sin luces
de peligro sin
zócalos ni aduanas.
[…]
(Reincidir en la vida, 1991)

Winston posee el secreto órfico de tutearse con esas esencias, un raro privilegio de la inteligencia, gracias a la cual pudo advertir, en algún temprano momento de su vida, que podía percibirlas. Y así nació el poeta.
Los poemas de Winston son como pequeñas historias, en las que inevitablemente habrá un epílogo con la misión de justificar todo el poema, es decir, la reflexión, la exclamación o el grito del poeta.

Muchas gracias, buen padre,
por estos huesos largos
y estos ojos cansados
Que un día me donaste.
[…]
Te agradezco, buen padre,
y al padre de tu padre
y a todas las raíces
que en mi se avecindaron
y hoy azuzan a mi hijo
¡para hacerle que siga
robándonos el fuego!
(Prometeo, 1981)

Y ya instalado en ese laboratorio de la imagen, Winston comienza a subir sus escalones hacia los niveles más trascendentes para dar a conocer desde allí el mensaje confiado a cada imagen: lo que él desea que también sintamos, llevado de su indoblegable vocación ciudadana, inconforme y visionaria, que no abdica jamás de su sino popular y culto.
En la poesía de Winston Orrillo los personajes son el amor, aun a “León” y a “Benita”, sus engreídos e irreverentes gatos, la condición humana, la condición social; lo que somos y lo que deberíamos ser.

Amo a
     una mujer
          parecida
              a un ciclón.

Me trajo
     hasta la vida.
          Me empapa.
              Con su vida.
                   Me arranca
                        del insomnio
                            y me engrilla
                                 en el día
                                      allende mis
                                           noctívagos
                                               arabescos
                                                    autistas.
[…]
Yo aquí honro
     a aquella lumbre
          con que escalo
              hasta el cielo
                   que está
                        en el crisantemo
                            que tiene
                                 entre las piernas.
(Poema mujer ciclón, 2013)

En muchos de sus poemas emerge su mensaje socialista de protesta, como el relente en los campos al amanecer, y nos comunica, en seguida, una sutil convocatoria a la acción.
Así lo dice en su Poema “Un floripondio”, una flor de su infancia que su mamá cuidaba con amor y defendía, distinta de otra con la que se topó años después por azar, en Miraflores, que le hizo descubrir que también entre las flores había diferencias sociales.

He visto un floripondio en Miraflores.
Yo he nacido en los barrios populares.
En la calle Naranjos he atisbado
catorce inviernos juntos (¡cómo duelen!).

Y allí en mi vieja casa, y esmaltado,
un tibio floripondio como amigo.
Mamá lo defendía de los bichos.
Mis hermanos jugaban a su sombra.
[…]
¡Mucho tuve que andar sobre la tierra
buscando un floripondio y un amigo!
Y ahora está a metro y medio de mis manos:
en un lacio jardín de Miraflores.

Lo separan de mí las alambradas,
una placa en la puerta, un apellido,
un áspero mastín, todo un Sistema.

El poeta Winston Orrillo pertenece cronológicamente a la generación del 60, por haber nacido en 1941. Pero él se eleva sobre esa adscripción. Su obra no se quedó en la década del sesenta. Nunca dejó de producir.
Pienso que el registrar a una persona en un grupo determinado, reunido por el hecho del nacimiento, puede ser un sigiloso medio de encubrir los contrabandos, de mezclar a los buenos con los malos. Yo, por ejemplo, anduve por los claustros de la Casona de San Marcos de 1952 a 1954, cuando despuntaba lo que luego se llamó la generación literaria del 50. Y, sin embargo, tenía muy poco de común con ella, excepto que éramos alumnos de la misma Universidad y nos cruzábamos en sus patios. Nunca vi a esos literatos en ciernes en las batallas callejeras, en los cenáculos conspirativos contra la dictadura, en las páginas de algún periódico de protesta que tenía que ser clandestino y, por supuesto, nunca fueron huéspedes de las prisiones. Eran conscientes de que su silencio constituía el requisito para tramitar el pasaporte que les permitiría ingresar a los diarios y las revistas del poder mediático. ¿Qué de común podíamos tener con ellos, los que combatíamos? Tampoco Winston, alineado en la generación del sesenta, tiene nada que ver con ciertos poetas y narradores que coincidieron con él en su tránsito por la década del sesenta e incluso en los patios de San Marcos.
Hace mucho que Winston Orrillo ha ingresado a la academia ciudadana de la poesía, consagrado por cada uno de sus poemas.
Los vasos y las ánforas líricas de Winston, el Alfarero (que como tal firma sus correos), están hechos de una sustancia amiga del tiempo, y ostentan el sabor añejo de la técnica y al mismo tiempo la tozuda frescura de su rebelde espíritu juvenil.

Túpac Amaru, cacique claro,
cuatro caballos o cuatro truenos
no consiguieron desembarcarte
del heroísmo, que fue tu nave.

Fue en Tungasuca donde la afrenta
se hizo vindicta, fruta madura,
espiga indemne. Fue en Sangarara

donde la Historia, como doncella,
quitó sus velos, hizo la venia
y a la miríada de poblaciones

llegó la nueva: Túpac Amaru,
cacique claro, espuela al viento,
con la justicia se ha desposado.
(Cántiga por Túpac Amaru, 1973)

(16/11/2013)


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