¿ES LA NOVELA UNA MENTIRA?

14 agosto 2013

Por Jorge Rendón Vásquez

En la introducción de su libro La verdad de las mentiras[1] —una colección de comentarios a treinta y cinco novelas de autores distintos—, Mario Vargas Llosa afirma rotundamente que “las novelas mienten —no pueden hacer otra cosa—”, “Porque jugar a las mentiras, como juegan el autor de una ficción y su lector, a las mentiras que ellos mismos fabrican bajo el imperio de sus demonios personales, es una manera de afirmar la soberanía individual y de defenderla cuando está amenazada”.
A pesar de la aparente osadía de la tesis, ella no es original. Antes ya la había proferido el novelista francés Jean Lartéguy en el epígrafe de su novela Los reyes mendigos[2], aunque sin tomarse el trabajo de justificarla. “En esta novela todo es falso —dice—, todo es mentira. Lo afirmo yo que soy, como todos los narradores de historias, un gran mentiroso. Marzo de 1957”.
En busca de apoyo, el laureado escritor peruano se remonta a los tiempos de la Inquisición. “Al prohibir no unas obras determinadas sino un género literario en abstracto —escribe—, el Santo Oficio estableció algo que a sus ojos era una ley sin excepciones: que las novelas siempre mienten, que todas ellas ofrecen una visión falaz de la vida. (…) En efecto, las novelas mienten —prosigue— no pueden hacer otra cosa …”
 Mario Vargas Llosa no llega a probar, sin embargo, su afirmación central, tomada en préstamo, en las treinta y dos páginas de esta introducción, desbordante de asertos, ejemplos y comparaciones, como un relleno literario, ni le interesa hacerlo.
Para formular una afirmación tan categórica debería haber partido de la definición de los conceptos verdad y mentira. Pero los ignora. Y esto le permite divagar.
La verdad es la afirmación de que los hechos materiales e ideales son como realmente se presentan o suceden, o como cree el sujeto que son. Contrariamente, la mentira es la afirmación deliberada de que esos hechos son distintos a como son o han sido en realidad.
Por ejemplo, si la puerta de la casa contigua a la mía está abierta y yo digo que lo está, expreso la verdad; si una persona me desagrada y lo digo, también expreso la verdad. Si, por el contrario, digo que la puerta está cerrada o que esa persona me agrada, miento.
No se miente, en cambio, cuando se hace una afirmación errónea por desconocimiento; en este caso, la persona se equivoca.
Los hechos son objetivamente. Constituyen la realidad exterior a nosotros o existen en nuestra conciencia. Las que pueden ser verdaderas o falsas son las afirmaciones sobre ellos.
Las novelas relatan y describen a personajes, cosas y sucesos imaginados, aunque no totalmente ideales. Por más inventados que sean, como en las de ciencia ficción, se basan en ciertos hechos reales. Los personajes actúan en una ciudad o en otro medio, visten de alguna manera, realizan acciones que por lo general son semejantes a los de personas reales, etc. Es mayor la confluencia de la realidad con la imaginación en las novelas históricas, en las que sobre ciertos sucesos realmente acaecidos o que se presume ciertos se construye una trama creada y se inventa personajes, situaciones y cosas. Es evidente que León Tolstoy para escribir La guerra y la paz tuvo que documentarse muy bien con datos de la historia. Se puede decir otro tanto de Margaret Mitchell respecto de su magistral novela Lo que el viento se llevó, que es una recreación de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos. En una y otra novela, los personajes y la trama son imaginarios, pero el fondo en el que actúan y se desarrollan es en gran parte real.
Obviamente, la ficción en general no es una mentira, porque no niega deliberadamente la realidad.
El escritor puede escribir lo que quiera y hasta mentir. El lector, si está informado de los hechos reales elegidos como sustrato de la trama, juzgará si son verdaderos o falsos.
La obra ficcional se convierte, al contrario, en real. Es una creación del espíritu y, como tal, comienza a existir desde el instante en que es escrita y, con mayor razón, si es publicada. Es como la música que comienza su existencia al ser compuesta.
La afirmación sobre una novela, una poesía, una sinfonía o una canción sería una mentira si se les atribuyese ex profesamente caracteres que no poseen objetivamente. Por ejemplo, si se dijera a sabiendas respecto de la novela Los miserables, que Jean Valjean perseguía a Javert para hacerlo encerrar en una prisión, cuando es a la inversa: era Javert el perseguidor. O si se afirmase que la Novena Sinfonía no fue compuesta por Beethoven, sino por Schubert.
La novela se acerca a la realidad en grado diverso. Las hay que son casi crónicas de sucesos reales, como A sangre fría de Truman Capote, que narra el horrendo asesinato de una familia, realmente acaecido, la pesquisa, el juicio y la ejecución de los acusados convictos. La primera novela de León Uris, Grito de Guerra, es una crónica de las mortíferas batallas de Midway y Guadalcanal en el Pacífico, donde perdieron la vida decenas de miles de marines de los Estados Unidos y de soldados japoneses. Uris recuerda: “Para hacer justicia a una historia del Cuerpo de Infantería de Marina consideré que lo más adecuado era apoyarse en una sólida base histórica. La Segunda División de Marines, sus batallas y sus movimientos, son materia de dominio público. Hay muchos casos en que se ha introducido un elemento de ficción en los acontecimientos, en aras de la continuidad del relato y del efecto dramático.” Y él estuvo allí como marine cuando eso sucedió.
Mario Vargas Llosa sólo acude a dos novelas suyas, como ejemplos, menos épicos y dramáticos que los citados: La ciudad y los perros y La tía Julia y el escribidor. En la primera, el escenario es el Colegio Militar Leoncio Prado, y los personajes representan a cadetes de éste. Uno y otros existían y siguen existiendo. Pero el ambiente y varios personajes son reproducciones, por decirlo con un término indulgente, de la novela del escritor austriaco Robert Musil Las tribulaciones del joven Törless (1906).[3] Vargas Llosa atribuye a sus cadetes ciertos caracteres ajenos a sus modelos. Él fue alumno de este Colegio. ¿Miente al considerarlos tan inciviles y desalmados como los internos del Reformatorio de Menores, situado en la misma avenida? Él dice que sí, que mintió, y no miente al decirlo. ¿Y si mintió fue para agraviarlos? ¿Por qué? ¿Qué le hicieron? Me salen estas preguntas como ex alumno del Colegio Militar Leoncio Prado. “Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones —parece responder—: las mentiras que somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y frustraciones (…) Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida.” En La tía Julia y el escribidor, la narración de sus amores arrebatadamente juveniles y matrimonio con su tía política Julia Urquidi, doce años mayor que él, es cierta, en cambio, párrafo tras párrafo. La repite en El pez en el agua, con otros términos. Y ese relato ya no es, por lo tanto, una novela, aunque la interpole con la historia del pobre escribidor Camacho; es parte de su autobiografía.
Lo que quedaría en claro con su afirmación de que la novela es una mentira es su intención de justificar su conducta como narrador y como articulista. “La novela es, pues, un género amoral —afirma—, o, más bien, de una ética sui géneris, para la cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos”. Él, como el agente 007 en otro campo, cree tener licencia para mentir, en particular si de atacar a gobiernos populares se trata, en artículos bien pagados.
Con la introducción que comento es posible que Mario Vargas Llosa haya logrado su propósito de épater les bourgeois (asombrar, escandalizar a los burgueses), incluidos sus admiradores, literatos o no, declarados y vergonzantes, de la llamada izquierda. Es parte de la función que se ha impuesto como ocupante de uno de los asientos, cada vez más vacíos, de la academia literaria de la derecha.
(5/8/2013)



[1] Edición de Santillana Ediciones Generales, S.L, Lima, 2002, 2007.
[2] Buenos Aires, Ediciones Emecé, 1976.
[3] Ed. Oveja Negra, 1984.


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