Eliseo León Pretell: La tragedia de tolé

20 junio 2013

CUENTO
 
En el pueblito de Tolé; apacible distrito Contumacino, ubicado en las orillas del río Cascabamba, que baja bañando pequeños caseríos, entre cerros verdes y peñascos inaccesibles, donde sólo anidan las águilas de pecho azul, los halcones peregrinos y las vizcachas madrugadoras.
Este lugar se hizo muy famoso en el norte peruano; porque fue el escenario de una de las tragedias de amor más sórdidas e infames que se haya registrado en esta tierra de gente trabajadora y pacífica.
En este lugar que no lo conformaban más de cincuenta familias, vivía Segundo Yepez con su esposa Natila Uriol, y sus dos hijos: Ella,  una niña de doce años y él, un jovencito de unos quince.
Segundo era un hombre maduro, seguramente entrado en cuarenta años o más; sin embargo su esposa Natila era una interesante mujer, mucho más joven, que talvez no pasaba de treinta.
Segundo, aparte de cultivar sus pequeñas chacritas, se dedicaba al tedioso trabajo de comprar ganado en las inhóspitas alturas, para luego llevarlo a vender en los centros de engorde de la costa. Este trabajo lo mantenía alejado de su esposa y sus hijos a veces por muchos días y hasta semanas. 
 Ocurrió, que por estos días, regresó después de mucho tiempo Raúl Carrera, un muchacho de una familia cercana,  que venía de cumplir su servicio militar en la frontera con el Ecuador.
La admiración y respeto por este fornido mozo, que regresaba triunfante después de defender con honor nuestra bandera en las Pampas de Zarumilla, se traducía en esmeradas atenciones de todo el vecindario, especialmente de las chicas y muchachos que lo escuchaban boquiabiertos, contar sus anécdotas y hazañas en la zona de conflicto.
Raúl se hizo muy amigo de los hijos de Natila y Segundo,  por lo que pasaba largas horas con ellos durante el día y la noche allí en su casa.
No pasó mucho tiempo, para que ese acercamiento sano y cordial, se fuera convirtiendo en un irrefrenable y satánico amor, que los fue arrastrando y envolviendo en un infierno de lujuria y vicio, a  Natila y Raúl.
Ocultaron su amor, hasta donde lo permitió el pueblo chico, que ya comenzaba con sus habladurías y chismes, los mismos que fueron avanzando al punto, que casi todos, algo sabían o sospechaban, menos Segundo que  seguía arreando sus reses por los estrechos y fríos caminos de la cordillera hacia la costa.
Una mañana después del desayuno, cuando los muchachos ya se habían ido a la escuela, Natila llamó a Raúl y lo condujo hasta la cocina diciéndole:
 << Sabes Raulito, quiero que sepas que te adoro con toda mi alma, pero ésto se ha puesto muy peligroso y ya no podemos  continuar, hay que separarnos Raúl, entiéndelo >>. 
Raúl sentado sobre un tronco de eucalipto junto a una mesa de adobe, se quedó oyendo esa terrible sentencia en silencio, jugando nerviosamente con una pequeña servilleta bordada que estaba sobre la mesa, donde irónicamente en una de sus esquinas se veía las iniciales:  S. Y. Z ( Segundo Yepez Zocón) Sin decir nada, moviendo apenas la cabeza, y con la mirada en ninguna parte,  se paró, y arrastrando sus manos por sus fuertes muslos, los introdujo lentamente en sus bolsillos dando unos pasos hacia la puerta. Natila que estaba sentada al otro lado de la mesa, no soporto la reacción de Raúl, y en un arranque desesperado dio un salto y se abalanzó sobre la espalda de este hombre que lo traía loca. Le sacó las manos del bolsillo, le levantó los brazos y los colocó sobre sus hombros, aferrándose con una desesperación que no podía controlar. Raúl, ordenándole sus cabellos le buscó los labios húmedos y dulces que ahora estaban salados, por las lágrimas que bañaban el rostro de su Natila, locamente enamorada. Se besaron con una locura indescriptible, sin palabras, sin decir nada, solo tratando de extraerle la ultima gota a su amor prohibido.
Sin darse cuenta, ya era casi medio día cuando se separaron; pero sin decirse adiós, solamente - dijo -Raúl << ya veremos que hacer, no te preocupes mi amor >>. Durante todo ese día, Natila pasó muy nerviosa pensando en la difícil situación, y asaltada por muchas ideas, en la noche, daba la vuelta sola en su cama, mirando al techo y de cuando en cuando, sus ojos se fijaban en algunas ropas de Segundo que colgaban de los ganchos de una repisa en la pared, iluminada tenuemente por algunos rayos de luna que se filtraban por la ventana entreabierta.
 Pasaron dos días, y Raúl no venía a la casa; pero Natila, desde su ventana, lo veía pasar no muy lejos con uno y otro amigo.
Esa noche, cuando todo el pueblo dormía, el ladrido de unos perros hizo que se levantara Natila a mirar, y es cuando ve la silueta de Raúl detrás de unos brotes de eucalipto, allí junto a la casa, talvez esperando asegurarse que no esté Segundo para entrar.
Natila, abrió la puerta sigilosamente, para no despertar a sus hijos, y salió a su encuentro. Caminaron algunos pasos y se ocultaron entre unos pencales para poder hablar con tranquilidad. Lo primero que él dijo fue: 
- << China, nos vamos este fin de semana >>
- ¿Adónde vamos a ir? respondió Natila confundida
- << No se, ya veremos donde, pero nos vamos >> replicó Raúl decidido. 
-<< No Raúl, yo no puedo abandonar a mis hijos, eso ni lo pienses >> contestó Natila  con convicción. 
- Raúl se quedó callado por varios segundos y reaccionó preguntando.
¿Cuándo regresa Segundo? 
<< El domingo debe regresar por la mañana >> - respondió - Natila
<< Me da ganas de esperarlo por ahí por esas peñas y matarlo >> – dijo - Raúl con mucha rabia.
- << Y después ¿Qué voy hacer, con uno en la cárcel y el otro muerto? >> – contestó – Natila con una sonrisa forzada.
- << Que cárcel, ni que nada, eso hay que saberlo hacer y nada más >> – agregó – Raúl, como para pasar a otra cosa.
Talvez, ni él ni ella se dieron cuenta; pero esas expresiones que al parecer surgieron de broma o como una reacción  de momento, se fueron convirtiendo en una semilla de maldad que fue germinando y clavándoseles como un garfio en sus torcidas mentes y oscuras entrañas, como si fuera la única solución a su problema. 
Al otro día, Raúl esperó que los muchachos salieran al colegio, y se acercó a la casa, ya  con la idea más clara para asesinar a Segundo. 
Entró  – diciendo – 
-  << Naty, ya tengo el plan >>.
Ella, lo miró interesada, mientras le servía una taza de café, luego alisándose con las dos manos el delantal, se sentó frente a él – diciendo – 
 << A ver, de que plan me hablas >>
<< Lo de matar a Segundo, que te hablé anoche >> - - contestó – Raúl.
<< ¿Y cómo haz pensado hacerlo, hombre loco? >> Agregó Natila?
Mira – dijo – Raúl, entrelazando sus dedos y acomodándose en un banco de tronco <>
<< ¡Para que vas a comprometer  a tu primo en esto! >> - contestó - Natila media disgustada y gesticulando con las dos manos.
<< No te preocupes china, el cholo es de confianza, y a mí me respeta y me quiere mucho, por eso me quiere ayudar pues >> -  respondió -  Raúl.
<< A mí no me gusta; pero haber como lo han pensado >> - respondió – Natila con curiosidad.
<< Mira, la cosa sería así: Tú nos dices el día y la hora que va a salir de la casa. Entonces nosotros lo esperamos armados con dos escopetas, escondidos entre las peñas del molino, en la parte mas angosta por donde tiene que pasar de todas maneras. Cuando ya lo vemos aparecer, esperamos que esté lo más cerquita posible y los dos disparamos al mismo tiempo, uno en la cabeza y el otro en el pecho, y ya está >>.
<< No me gusta >> - respondió – Natila. << Si usan armas, rápido sospecharían de ti, no-vez que recién ha salido del ejercito >>
<< Tienes razón >> - contestó – Raúl << estás en todas china >> finalizó.
¿<< ¿ Cuál es el otro plan? >> - preguntó – Natila, intrigada.
<< Es más largo, pero también es bueno >>  - dijo – Raúl pensativo.
<< ¿Cómo es? >> - inquirió – ansiosa Natila
Nosotros simulamos un viaje de trabajo a la costa, despidiéndonos de todos los que podamos, dos días antes del crimen, y nos quedamos escondidos en las cuevas altas de Huaynamango, allí estaremos esperando tu confirmación que ya salió de la casa, para nosotros estar listos
<< ¿Y con quien les voy avisar?, si nadie más debe saber >> - preguntó – Natila
<< Eso es muy fácil >> - Respondió Raúl – dispuesto a explicar. <> – le dijo – llevándolo a la ventana y señalando el lugar con el dedo, << y si va a salir después del medio día, tiendes una bayeta colorada, entonces nosotros bajamos al encuentro a esa hora. Fíjate como lo haremos >> - continuó – Raúl, muy tranquilo, ya con el mismo demonio dentro de él.
<< En la ladera de Huaynamango, cerca a unos “paucos” grandes, pasa el camino por un lugar muy estrecho entre dos cercos de pencas; Allí nos esconderemos uno a cada lado, y justo cuando va a pasar Segundo, saltamos sobre él y lo ahorcamos con su mismo lazo, y ya muerto, el cadáver lo echamos al río. Después regresamos a las cuevas y esperamos la noche para caminar río abajo, hasta que amanezca, luego nos esconderemos otra vez durante todo el día en alguna parte, y al anochecer continuaremos caminando durante la noche hasta un lugar donde ya no nos conozcan.
 Si descubren el cadáver, la gente y las autoridades pensarán que lo asaltaron para quitarle el dinero que llevaba para comprar el ganado >>.
<< Ese plan está mejor, solo me preocupa una cosa >> - dijo – Natila pensando << ¿Tú cuándo regresarás? >>.
<< será en unos dos meses, o viendo como van las cosas, se supone que nosotros no sabemos nada >> - contestó – Raúl, dando por hecho y aprobado el plan
<< ¿Qué fecha es hoy día? >> - preguntó – Natila, perdida en el tiempo.
<< Miércoles, miércoles 15 de junio >> - contestó –Raúl
<> – comentó – Natila, sin el tono, ni la intención de insinuar nada.
<< ¡Ese es el día, si, ese es el día¡ >> - explosionó – Raúl ya decidido a todo. Luego se retiró – diciendo - << voy a ver que hago >>
Por la noche, Raúl y su primo Jacinto ya corrían las voces entre sus amigos y familiares que se iban al otro día, a trabajar a la costa, en los sembríos de caña o arroz.
Amaneció el día Jueves, 16 de Junio, igual que el día anterior, apenas salieron  los chicos para el colegio, Raúl ya estaba en la casa de Natila para informarle los últimos detalles y supuestamente a despedirse. 
Cuando Raúl la quiso abrazar, Natila rehuyó a sus brazos – diciendo - << no sé, que es lo que vamos hacer Dios mío, cada vez, pienso más en mis hijos >>
- << Ya no hay marcha atrás >> - acentuó – Raúl, consolador.
El viernes muy de madrugada, Raúl y Jacinto con sus alforjas al hombro, se despidieron de sus familiares y partieron sin que nadie lo advierta, hacia las cuevas de Huaynamango, donde solo podían ser vistos por las vizcachas, las águilas y los zorros de esos enormes peñascos. En este fabuloso escondite, estuvieron parte del viernes y todo el sábado, coqueando, fumando y tomando licor. Cuando terminaron las “cachangas” que habían llevado de fiambre, comían papaya silvestre, “chimbiles de shongo”, panales de avispa y tantas cosas que ese lugar ofrece en esos meses del año.
Con el silbido de la vizcacha madrugadora  y el cantar de los “budos” y zorzales amaneció el día Domingo esperado. Ambos estaban adoloridos por la incomodidad de la cama de tierra y la cabecera de piedra de dos noches en esas húmedas y solitarias cavernas. Se  miraron entre ellos, se sacudieron, y tomando cada uno su sombrero se dirigieron a la zona alta de donde se vería la casa de Natila. En menos de veinte minutos, ya veían el “sol venado” de la punta de los cerros y como se iba lentamente expandiendo hacia el lecho del río.
Jacinto, que había avanzado en trepar unos cuantos pasos más, exclamó – diciendo –
 << ¡Ahí esta primo¡ >>
<< Es la sabana blanca carajo, hay que apurarse primo, no sea que nos vaya a ganar en llegar >> - respondió – Raúl.
<< Si, vámonos primito >> - dijo- Jacinto.
Descendieron rápidamente por entre la espesa vegetación, escupiendo el primer amargo de las hojas de coca, hasta que llegaron a una explanada de donde se veía el sitio previsto para el asalto. Se sentaron, por un instante sobre unas piedras coloradas, para calear el “bolo” y coordinar los últimos detalles. 
Calearon prestándose el “checo” con cal, y lo asentaron con un trago largo de alcohol compuesto.
- << ¿Todo está claro primo? >> - preguntó- Raúl medio nervioso
<> - contestó – Jacinto
Bajaron dando trancos hasta el callejón de pencas y cada uno se agazapó al acecho en su posición de ataque, según lo acordado. 
A los pocos minutos, escucharon a Segundo que subía cantando irónicamente las notas de un yaraví, muy conocido en el lugar:
 
<< “En la peña del molino
al ladito de un jardín
mataron a dos hermanos
A Juan Chico y a Martín.
 
Cuando Martín recordó
traspasado de balazos
y le llama a su hermano
con dolor desesperado
 
Y Juan chico le contesta
que pasó y que pasó
no se mata a ningún hombre
No se mata a la traición.
 
Donde esta mujer ingrata
¿Porqué no vienes a verme?
parece que no tuvieras 
Corazón para quererme. >>

<> – dijo – Raúl, en voz baja y moviendo la cabeza.
A uno cincuenta metros, avanzando por un estrecho ascendente, vieron aparecer a Segundo, con su pantalón de color kaki, ligeramente arremangado, con sus llanques de llanta, su poncho doblado sobre el hombro y su lazo de piel de res muy untado, a la bandolera. Trepaba, sudoroso y contento la pendiente, apoyándose en un bastón improvisado de rama seca. Cuando ya lo tenían a unos diez pasos, ambos se miraron por última vez, relamiéndose sus labios teñidos de la coca verde, y en un grito de ¡yaaaaaaaa! Se lanzaron como unas fieras hambrientas sobre el cholo Segundo. Lo hicieron con tanta fuerza, que terminaron chocando entre los dos y haciendo caer a Segundo por el suelo pedregoso del camino inclinado. Segundo, sorprendido y asustado; pero ileso todavía, se revolcó tres vueltas por la pendiente, mientras los atacantes se incorporaban medios aturdidos por el golpe entre ellos. Arañando a gatas se levantó Segundo, se puso su sombrero que se le cayó al rodar y tomó una piedra. Al reconocer a sus agresores les gritó <<¡¡Qué pasa muchachos, soy yo, Segundo!! ¿, , ¿Qué no me conocen carajo?>> (talvez pensando se habían confundido de persona) En ese momento se dio cuenta, que ellos también tenían piedras en las manos y que el asalto era en serio; Pero ya no tuvo tiempo de  sacar el dinero ni decir más; porque una pesada piedra arrojada con furia le cayó en el brazo que levantó para cubrirse la cara y luego otra en el pecho haciéndole trastabillar por la pendiente. Segundo, saltó herido el borde del camino, y se descolgó por la ladera agarrándose como podía de las “chamanas”, los arbustos y las espinas, perdiendo en ese momento su sombrero de junco, que protegía de algún modo su cabeza. Los agresores, ya convertidos en verdaderos demonios asesinos, lo siguieron apedreando cuesta abajo sin encontrar la menor resistencia de Segundo, que solo rodaba gritando y suplicando, << ¡¡No me maten por favor!!, ¡¡No me maten!!, ¡¡Qué es lo que quieren!!, ¡¡ Ayúdame Dios mío!!>>
En solo unos minutos, recibió tantas piedras, que nunca se sabrá cual de ellas, le hizo perder el conocimiento, ni de las manos de quien salió.
Ya sin sentido; pero vivo todavía, lo arrastraron hasta la orilla del río, donde lo remataron con una piedra en la cabeza.
Le ataron a su cuerpo dos pesadas rocas, y envolviéndolo con su mismo lazo lo fondearon en el remolino de una profunda poza.
El eco lastimero de sus alaridos de dolor, en esos desolados y agrestes peñascos, se fue ahogando lentamente con el murmullo del río, como se fue aclarando también, el agua teñida por la sangre de éste infeliz ganadero, en las incesantes vueltas del agua en el  remolino.
Los flamantes asesinos, con las manos manchadas aun, y sus ropas raídas por los abrojos de la ladera y el guarangal, treparon despavoridos la inhóspita faldada, hasta las cuevas de su escondrijo, donde esperaron la noche, para escapar hacia la costa, como era el plan.
Como no hay crimen perfecto, los asesinos no se percataron de la piedra manchada de sangre, conque ultimaron a su víctima, y que había quedado junto a la poza. Tampoco se dieron cuenta del sombrero de Segundo, que se había quedado a media ladera, colgando en las ramas de un “rumilanche”; pero visible a cualquier transeúnte que pasase  por el camino, de donde se podía ver con absoluta claridad, los arbustos doblados y todas las señas que habían dejado impresas, los actores del execrable crimen.
 En la tarde de ese mismo día, el sombrero de Segundo, fue encontrado y reconocido por unos vecinos que bajaban de Contumazá, quienes lo rescataron advirtiendo huellas sospechosas. Entonces lo llevaron a entregar a Natila. Ella haciéndose la inocente y sorprendida, avisó a los vecinos llorando y suplicando ayuda; pero dejando intencionalmente pasar las horas, para dar lugar a que los asesinos  se alejen más. << Ahora ya es muy tarde, y llegaríamos de noche, cuando ya no se ve, mejor saldremos mañana bien tempranito >> - dijo -  con tono de resignación.
Al otro día muy temprano, salió con sus hijos y un grupo de vecinos toledanos, a buscar a su esposo, quienes con mucha facilidad siguieron las huellas desde el cerco de pencas hasta el río donde encontraron la piedra ensangrentada al borde de la poza y luego se dieron cuenta que la punta de un lazo de cuero, flotaba dilatada, en el remolino de agua. 
Tomaron el lazo y jalaron con fuerza, hasta que lentamente fue apareciendo el cuerpo hinchado y blanquecino del difunto Segundo Yépez, ante el asombro y horror de la familia y vecinos que lloraban desconsoladamente preguntándose: << ¿Quiénes lo mataron?¿, ¿Por qué lo hicieron, Dios mío? >>. 
<< Cómo existe en este mundo gente tan mala, ¿Qué les a hecho mi Segundo para que lo maten así?, Si él era un hombre tan bueno  – repetía – Natila fingiendo llorar.
Horas después llegó la autoridad, ordenó el levantamiento del cadáver y tomó las primeras declaraciones a Natila. Ella, a medida que iba respondiendo al interrogatorio, fue cayendo en consecutivas contradicciones, que al final, en un llanto desgarrador, terminó confesando todos los planes, detalles y demás entretelones de este horrible crimen, que quedó registrado en la historia toledana y contumacina como: “ La tragedia de Tolé” 
Cuentan los pastores y la gente que recorre esos caminos, que en las noches de luna verde, se escucha el eco del llanto y los gemidos del alma de Segundo, que retumban en el fondo de los peñascos y en el ruido perennal  de las aguas del río Cascabamba. 
¡ No me matennnnnn................! ¡No me matennnnnnnnn.....................
Dicen que se escucha también, la voz quejumbrosa de un hombre que canta:
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No se mata a ningún hombre
No se mata a la traición.
 
Donde estás mujer ingrata
¿Por qué no vienes a verme?
Parece que no tuvieras 
Corazón para quererme.



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