Evelio Rosero. La tentación de los extremos

18 febrero 2012

Por: Cristian Valencia/ Tomado de Arcadia.

La primera masacre de civiles perpetuada en Colombia fue ordenada por Simón Bolívar y ejecutada por el Mariscal Sucre un 24 de Agosto de 1822 en Pasto. Aquello se conoció y se conoce como La Navidad Negra, y todavía lo recuerdan algunos pastusos que heredaron relatos de boca en boca. De ese hecho dieron cuenta algunos historiadores condenados en su época al escarnio público, y sus obras fueron prohibidas o mandadas a quemar en plazas principales. Uno de ellos, pastuso él, José Rafael Sañudo, tuvo el coraje de publicar Estudios sobre la vida de Bolívar en 1925, cuando más sectaria y cejijunta era la república conservadora. Y por supuesto despertó la ira nacional en todo el país, porque la imagen de Bolívar se había convertido en un baluarte de las buenas costumbres, del catolicismo y los principios conservadores.


Meterse con el Libertador en este país, en este continente, es casi tan grave como meterse con la imagen de Cristo, porque los mitos están ahí para eso, para que se los consuman distintas ideologías, los usen como marca registrada en favor de sus principios, y para perpetuarlos en la memoria, sin derecho a revisiones. Y por eso, precisamente, es tan valiosa —¿valiente?— la última novela de Evelio Rosero: La carroza de Bolívar. Porque vindica la memoria de José Rafael Sañudo y, de paso, la memoria de todo el pueblo pastuso, acusado en todos los estrados de pro monárquico, afecto a la causa del Rey de España, cuando se libraban todas las batallas independentistas en este continente.

Desde hacía mucho tiempo Evelio Rosero tenía ganas de escribir una novela sobre la gesta de Agustín Agualongo, ese indio bravo que derrotó a Bolívar en Bomboná, y que luego de la rendición de España proclamó la guerra contra la República, en parte porque el ejército libertador le impuso a los indígenas un régimen quizá peor que los de la corona. Y aunque esta novela no lo deja satisfecho al respecto, siente que de alguna manera pagó su deuda: “La idea de escribir esta novela es de hace mucho, pero siempre me estrellé contra el gran obstáculo: ¿cómo enlazar literatura con historia? Yo no quería repetir la historia novelada, a la que uno como lector se ha acostumbrado y, en cierto modo, deplora. Ese reto me animó a emprender la obra. A principios de los 90 acometí un Agualongo, plenamente fallido. Y ya en el 2000, mientras escribía En el lejero y Los Ejércitos, empecé a pensar otra vez en el tema del Bolívar, y diría que de una manera inconsciente. Los asuntos que alimentan esas dos novelas son consecuencia de lo ocurrido en la independencia”.

Pero La carroza de Bolívar no es una novela sobre la vida de Bolívar, aunque ese sea el trasfondo; es sobre la mentalidad de nosotros los colombianos, que nos vamos a las armas por un mal recuerdo, por una hipótesis, por una canción. En esta novela la violencia delirante la despierta una carroza alegórica, de esas que hacen en Pasto para los carnavales.

El personaje principal, el doctor Justo Pastor Proceso, afecto a la obra de Sañudo, despertó un sectarismo brutal durante el carnaval de 1966, cuando encargó a unos artesanos una carroza alegórica sobre Bolívar, que mostrara el talante del “mal llamado libertador”, como él mismo le decía. En ésta estaría Bolívar triunfante sobre una carroza jalada por doce infantas impúberes —como dice Sañudo que pasó un 6 de Agosto de 1813 en Caracas—. El rumor de aquel encargo comenzó a recorrer las calles de Pasto, y encabritó las dos mentalidades más cerreras de la ciudad: la de los ultraconservardores, encarnados en un general que la quiere destruir antes del desfile; y la de una naciente célula guerrillera, en realidad unos muchachos desubicados que no iban a permitir que un burgués de poca monta mancillara la figura del padre libertador.

Esas dos posiciones son las mismas que han prevalecido en el país a lo largo de los años. Si pensamos en la república Bolivariana de Laureano Gómez, o en la de Rojas Pinilla, o en las guerrillas bolivarianas o, hay que decirlo, el proyecto Bolivariano de Venezuela, de inmediato veremos que Bolívar da para todo, como bien lo anotaba Jorge Orlando Melo en una conferencia dictada en Caracas en 2008: “En el pensamiento de éste se encuentran ingredientes para armar menús muy diferentes, si se descartan algunos y se aumenta la dosis de otros”.

Lo más complicado (para Rosero) y polémico (para la crítica) que tiene esta novela a nivel formal, es la inclusión al pie de la letra de enormes apartes del Bolívar de Sañudo. La segunda parte de la novela (tiene tres) soporta todo el peso discursivo, la tesis histórica de la obra. Rosero se vale de un acertadísimo truco narrativo para poder citar a Sañudo sin tener que remendarlo ni parafrasearlo: durante la cátedra de Historia de Colombia, el personaje catedrático, Arcaín Chivo, revisa la figura del libertador frente a un puñado de estudiantes apáticos. Y, claro, cita al pie de la letra a Sañudo, parafrasea a O´Learly, refiere el perfil que hiciera Carlos Marx sobre Bolívar y hace anotaciones personales. Rosero sostiene que no tuvo alternativa en este caso: “Hubo varios intentos, como le ocurre al novelista con sus borradores. No me convencieron. Opté por trasladar varias de las páginas de Sañudo, literalmente, para dar soporte de veracidad al desarrollo de la ficción. Ese sí fue un gran reto, ubicar esas páginas, y enlazarlas con la respuesta de los personajes. La novela entera es una conversación. Y es allí donde pido la paciencia e indulgencia del lector, porque ya no es el Evelio Rosero que trabaja con base en la imaginación, únicamente, sino la información histórica, las fechas y datos ineludibles. No había alternativa. Parecía como si el mismo Sañudo pidiera la palabra, y era imposible negársela. La novela toda es un homenaje a la vida y obra de José Rafael Sañudo”.?En esa segunda parte también están los relatos de Hilaria Ocampo, Polina Agrado y Belencita Santacruz, víctimas de los apetitos sexuales del libertador. Esas historias son tristes, desgarradoras, cuentos dentro de la novela estratégicamente dispuestos, que recuerdan las niñas violadas por actores de este conflicto, en este país, en estos tiempos. Historias que no están en la obra de Sañudo pero que Rosero dice haber escuchado: “Las oí. Y alguna verdad deben tener, aunada a las otras verdades que impone la novela. Quiero decir, la novela aprovecha de todo, lo que se oyó y lo que se leyó, y confabula, al final, todo un universo representativo de lo que pudo ser la verdad: en este caso la verdad de esas historias tiene que ver con la concupiscencia de Bolívar”.

Aunque el trasfondo sea la revisión histórica de la vida de Bolívar, La carroza de Bolívar tiene unos personajes memorables, presos de una trama negra como un thriller policíaco, narrada en párrafos largos, muchas veces de una sola frase, que parecerían propios de un neocostumbrismo. La tercera parte es, quizá, la mejor descripción que he leído de un carnaval, sea este de New Orleans, Río de Janeiro, Barranquilla, Venecia o Pasto. Formalmente se desboca, sus personajes ebrios deliran con la barahúnda. El profesor anda de cachondo por todos lados, hay reuniones clandestinas para hablar mal de Bolívar; la carroza está desaparecida: la busca el general Aipe para destruirla, los muchachitos que juegan a la guerrilla, el mismo profesor; y en las calles andan todos borrachos: putas, militares, viudas, clérigos y gobernantes. Aunque suene rimbombante, es magistral la manera como Evelio Rosero pone a carnavalear por las calles de Pasto a todos los personajes que ha tocado la novela en páginas anteriores.

Hay un personaje femenino que despierta bajas pasiones a lo largo de la novela, así para los personajes como para los lectores y para el propio Rosero. Se Trata de Primavera Pinzón, la esposa del profesor Proceso; la amante del general Aipe; la que descubre la heroicidad de su propio marido luego de diez y seis años, cuando ya es tarde; la que mira desde un palco como las coces de un burro acaban con la vida de un orangután en pleno carnaval; la que enloquecía de pasión y odio al doctor Proceso: “Primavera Pinzón, los brazos en jarra, irremediablemente bella, pensaba el doctor, amarillecida a la luz de la chimenea, de pronto enrojecida, esfinge de pie, una pierna ligeramente adelantada, enardecida por los hombres, intempestivamente escalofriada en mitad de los demás ojos, sin saber qué hacer o qué decir, te dejabas adorar vestida de ñapanga (…)”. Para mi gusto uno de los personajes femeninos más entrañables de la literatura nacional. Para comprobar si era un asunto de apreciación personal, le pregunté a Evelio si había creado una mujer tan adorable y deseable como Primavera Pinzón. “Creo que no. Y todavía me hace padecer”.

El hombre discreto

Debo decir que la entrevista hecha a Rosero para este artículo fue por correo electrónico y no presencial. Lo prefiere así no por vanidad sino porque se engloba si está frente al entrevistador: “Me quedo mirando la cara del entrevistador, la historia de sus ojos y sus manos, y me pierdo en conjeturas, no puedo atender, podría hablar de todo el mundo y del mundo mismo, menos de mis obras, y mucho menos de mí”.

Así es Evelio y su silencio mediático de tanto tiempo. Deslumbrante escritor desde su reconocida trilogía, Rosero lo ha hecho todo con el lenguaje: Cada obra suya, cada novela, cada cuento, tienen su sello personal, aunque formalmente cambie de acuerdo a las historias. Ganador de todos los concursos en los que ha participado, Evelio, que antes firmaba con sus dos nombres y dos apellidos: Evelio José Rosero Diago, estuvo oculto para la prensa hasta que ganó el premio Tusquets con Los ejércitos. En su obra siempre aparece la muerte, siempre la memoria, siempre el olvido, siempre la infancia, siempre el país. Como bien anota Paula Andrea Marín Colorado en su enjundioso ensayo La novelística de Rosero Diago: los abusos de la memoria: “Las novelas de Rosero resimbolizan el pasado y dan forma simbólica al malestar sentido por el individuo colombiano, a su ‘memoria herida’, resignifican la subjetividad y la posibilidad de configurarnos como individuos dignos”.

Sin duda esta novela va a generar más polémica que las novelas de Vallejo; más que las versiones de sí mismos que escriben los secuestrados; más que ningún otro texto publicado en los últimos tiempos en Colombia. Otra vez estará Rafael Sañudo en la palestra. De nuevo saldrán socialistas, conservadores, militares, obispos e historiadores vindicando la imagen de Bolívar. Pero no debemos olvidar, pese a esta polémica, que la novela supera la historia, y que la obra literaria se sostiene más allá de la interpretación histórica. Con todo, muchos tomarán partido, y apoyarán o no esta versión de Sañudo, este redescrubrimiento que hace Rosero del gran historiador pastuso.

“Sañudo es, sobre todo, un historiador veraz. Es objetivo. Es cierto que tiene sus propias y originales conclusiones sobre la expiación y otros temas filosóficos y morales, pero a la hora de discernir sobre la historia no hay nadie como él. No es un historiador medroso, no se dedica a excusar a Bolívar y a inventar un mito. Sigue paso a paso la historia. La inteligencia de un historiador se demuestra a la hora de la interpretación de esos pasos. Esa obra no ha sido calibrada todavía en su real dimensión, pero no vamos a esperar semejante justicia de parte de los señores de la Academia de Historia. Eso sería pedir peras al olmo.”

Si El general en su laberinto levantó tanta inquina, sin tener de dónde, puesto que Gabo sólo humanizó el mito, lo puso a meditar largas horas en una bañera, lo pintó melancólico y a veces arrepentido. Si así fue, ¿qué podemos esperar de esta carroza con un Bolívar triunfante, jalada por doce niñas?

Un polvorín.

Nació en Bogotá en 1958. Es periodista, cuentista y novelista, y tiene una reconocida trayectoria literaria. Su creación incursiona tanto en la literatura para adultos como en la literatura para jóvenes y niños. Su obra para jóvenes y niños ha merecido varios reconocimientos nacionales e internacionales, como el premio iberoamericano del libro de cuentos Netzahualcóyotl, el premio nacional Fundalectura, el premio nacional Colcultura, el premio Norma-Fundalectura, el premio Enka, el premio Comfamiliar y la beca Ernesto Sábato para jóvenes escritores colombianos.

1 comentario:

leonardo dijo...

Pues da muchas ganas de leer esta novela que ya está dando mucha tela que cortar. Gracias por la presntación.
Un saludo