Let it be

01 enero 2012

Escribe: Ángel Gavidia Ruiz.


La división del tiempo es arbitraria. Los chinos, por ejemplo, celebran el año nuevo a fines de enero o comienzos de febrero. Nosotros, en poquísimos días, casi solo dentro de algunas horas. Y esta suerte de atado de meses que son los años son también una forma de estrategia para soportar mejor la vida: hasta acá fue, el otro año será diferente. O para prender, como una velita misionera, la ilusión que casi siempre termina siendo solo eso, una ilusión de iniciar el próximo año empresas memorables, vuelos que nos alejen definitivamente de la mediocridad , cambios de vida disciplinados y saludables : a partir del primero de enero, comienzo, decimos, pero mejor a partir del dos o del lunes tres, impostergablemente… y, así, soportamos mejor la caminata sobre esta línea en forma de culebra interminable que nos abrumaría si pensamos en su monótona piel o en los escasísimos puntos de la recta que a penas ocupamos, aunque algunos sabios dicen que el tiempo es una curva.

Y está bien. A nadie hace daño un poco de ilusión. Puede, incluso, producirse el quiebre anhelado, y la disciplina y la perseverancia, implantados en nuestra desordenada vida como una suerte de arteria de teflón, traernos algún logro. El cambio siempre es posible y sospecho que la esperanza debe albergar en su genoma importantes porciones de sabiduría. Pero en lo que no estoy de acuerdo es en la orden general de que todos riamos, de que todos seamos felices estos días, escandalosamente felices, que andemos por las calles como sonajas, como tortas pirotécnicas cargadas de felicidad prestas a explotar en cualquier momento.

Yo me rebelo. Camino en sentido contrario. Además, la reflexión es un ave de parajes silenciosos. Acomodando estoy mis desengaños y el rosado de llaga de mis falsos trajines, dice Vallejo. Y yo, que por circunstancias que desconozco siempre soy el aguafiestas, saboreo estas palabras como si se trataran de un caramelo de La Ibérica. Y algo me dice que, aunque parezca lo contrario, la cordura está de parte mía. Que es este tiempo de balances y liquidaciones. Pero al observar la caudalosa alegría que corre por mi calle, por mis amigos y hasta por el hospital, me quedo aquí, paralizado, por temor a enturbiarla. Y termino condescendiendo como siempre. Entonces echo mano a Juan Gonzalo Rose que seguro alguna vez se sintió como yo, y lo transcribo emocionado:

Pero violo el contrato con mi alma/
y créceme en el pecho un abrazo tremendo:/
feliz año, arbolito de mi calle,/
 feliz año, baúles de mi casa…//
Que tenga feliz año/
la sombra ya sentada de papá,/
 los sueños nacionales,/
 las gaviotas y el mar.

Trujillo, 29 de diciembre del 2010.

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