Sergio Aranda Klein: BASE IDEOLÓGICA DE LA FORMACIÓN DE LA CULTURA

19 marzo 2011

Desde que Darwin propusiera la teoría de evolución, son muchos los que se han preguntado, cómo podrían los diferentes mecanismos con que eventualmente ella se produce, llegar a generar las condiciones para el surgimiento de una especie de funcionamiento tan complejo como los seres humanos. (Esto, por supuesto, desde el punto de vista de los propios humanos).

De entrada, no hay aparentemente una forma de vincular los procesos biológicos inherentes a la teoría evolutiva con aquellos que hemos llamado culturales, los cuales relacionamos, de hecho, con las conductas cuyo origen, creemos, se encuentran principalmente en el uso del pensamiento y la imaginación. Demás está decir que es justamente la dificultad de establecer las causas orgánicas de estos fenómenos, lo que históricamente ha servido de justificación para suponerles un origen extraordinario.

Así las cosas, a lo largo del tiempo se desarrollaron múltiples creencias para explicar lo que en ese momento era a todas luces inexplicable, con el agravante de que las preguntas acerca del cómo, y porqué funcionamos de la forma que lo hacemos, han sido recurrentes en la mayoría de los seres humanos de toda época, incluso en los niños pequeños. Entonces, dada la importancia de hallar una respuesta, resultó perfectamente natural y hasta necesario encontrar alguna, que con sus afirmaciones, diera por zanjado el tema de modo definitivo, sobre todo si además, ésta le otorgaba algún poder a quien la imaginaba. Soluciones como estas deben haber sido las que desde los albores de la humanidad, dieron origen a la creación de toda una constelación de dioses y razones igualmente misteriosas, desde las más simples hasta las más estructuradas y complejas. Nada muy diferente de lo que las madres hacen cuando tratan de explicar a sus hijos pequeños, problemas que ellas saben que los niños no entenderán.

Sin embargo a quienes la solución mística no dejó conforme, trataron de resolver la “cuestión humana” desde otros puntos de vista. De este modo, tomando cierta distancia de las explicaciones de origen divino recurrieron a otras creencias cuyos argumentos se centraron en los procesos físicos o reales, sin embargo este nuevo enfoque creó un nuevo problema mucho más complejo, que tiene que ver con los tipos de creencias.

Los métodos de la ciencia resultan muy eficaces cuando se trata de evaluar fenómenos objetivos en el mundo real, sin embargo muchos aspectos de la cuestión humana, no tienen nada de objetivos y tampoco de reales.

Desde el principio todas las hipótesis están fundadas, o son, ideas preconcebidas que pretendemos poner a prueba para demostrar su valor de verdad, por lo tanto ellas están basadas inevitablemente en creencias, es imposible que sea de otro modo, puesto que cualquier cosa que imaginemos que puede ser posible, constituye en principio una creencia, incluidas las hipótesis científicas.

Las creencias que los seres humanos reconocemos ordinariamente como tales, son muchísimas menos que las que realmente elaboramos. Esto sucede porque lo normal es asociar la idea de creencia con aquello que es muy difícil o imposible comprobar que ocurra en la realidad, y es por ello que tiene sentido designar como una creencia a cualquier cosa imaginada cuya supuesta materialización implique ir contra toda experiencia y sentido común. No obstante existen otro tipo de creencias cuya materialidad es mucho más difícil de evaluar y comprobar, y esto es así porque siendo perfectamente imaginarias resulta que funcionan. Estas creencias son todas las que rigen o se dan en torno a las relaciones sociales en cualquiera de sus aspectos, puesto que, cada norma, regla de conducta o relación social, y cada una de sus proyecciones, corresponden a construcciones basadas en la imaginación y por lo tanto no tienen una base real en ninguna ley natural. Cualquier fundamento para una organización social pertenecerá al ámbito imaginario. Ejemplo, si una organización se funda en torno a la obtención de la justicia, basará sus principios en lo que sus integrantes imagen que es la justicia, puesto que en la naturaleza no es posible hallar nada que pueda ser equivalente. Lo interesante de este tipo de creencias es que si bien parecen funcionar como si existieran realmente, lo hacen porque son los propios individuos los que les dan vida y valor al aceptar sus normas y actuar en consecuencia, pero en rigor no están obligados a ello por ninguna función orgánica.

Luego, son muchas las creencias que sostenemos como hechos, siendo que estas son sólo válidas en la realidad imaginaria de las relaciones sociales, por lo tanto no tienen una expresión material en el mundo real. Cuando hablamos por ejemplo de racionalidad, de razón, o de ética, estamos describiendo conceptos que sólo existen en la realidad de las relaciones sociales.

Definitivamente no podremos encontrar nada que nos indique que estas ideas tienen una expresión en las leyes de la naturaleza. Así pues, estos conceptos equivalen a creencias que en rigor sólo se diferencian de las religiosas en sus argumentos. Algo así como los mandamientos divinos, sin la necesidad de un dios, sino que por el propio acuerdo de quienes tengan el poder para definirlos y hacerlos valer. (Independientemente de que esas personas puedan afirmar además, que tienen derechos divinos, o simplemente un mejor derecho, para hacerlo).

Lo anterior constituye un impedimento intelectual para comprender la verdadera naturaleza de los procesos mentales, sobre todo porque muchas veces quienes los investigan están buscando lo que no existe en la realidad material en la que queremos encontrar las soluciones. Con certeza no encontraremos ningún órgano relacionado con la ética, la razón, el razonamiento o el pensamiento religioso, en los términos que normalmente los entendemos. Este es el motivo por el cual, otorgar a algunas creencias un valor que vaya más allá de la realidad imaginaria en la que existen y funcionan, distorsiona la búsqueda de los elementos reales implicados en procesos igualmente reales.

Pues bien, sabemos que las conductas de la mayoría de las especies están predeterminadas totalmente por instrucciones genéticas o instintivas, y también es aceptado que los humanos respondemos con este tipo de instrucciones a muchas situaciones, las cuales son particularmente evidentes durante la infancia. Ahora bien, el número y alcance que le hemos atribuido a las respuestas instintivas humanas es menor que el que realmente tienen.

Es cierto que las conductas aprendidas dominarán la mayor parte de las actividades humanas, particularmente la de los adultos, y sin embargo la capacidad de aprender tiene su origen en las instrucciones instintivas que la hacen posible, pues, ¿de donde más podrían venir?

Que queramos o no reconocer este hecho, tiene que ver más con las expectativas que con cualquier otra cosa, y por supuesto toda expectativa está fundada en una creencia. Entonces el camino que nos llevará a responder las preguntas acerca de la naturaleza de las facultades mentales humanas, debe comenzar, necesariamente, por reconocer las funciones instintivas ocultas tras nuestros autoproclamados “elevados” procesos mentales.

Una función instintiva es aquella que se activa de forma mecánica cuando condiciones objetivas disparan ciertas reacciones orgánicas de naturaleza físico-químicas. Al buscar relacionar este tipo de reacciones y respuestas con las que operan en los procesos mentales, surge de inmediato la pregunta, cuales podrían ser las que cumplen con el papel de dar comienzo al proceso del aprendizaje, el conocimiento y toda consecuencia posterior.

Resulta que hay un tipo de instrucción instintiva, que nosotros hemos llamado inespecífica, y que opera en todo momento y lugar frente a cualquier evento perceptivo, desencadenado así respuestas que van desde una acción enérgica, hasta algunas muy sutiles y casi imperceptibles. Estas respuestas corresponden a las que conocemos como sensaciones. A través de la historia las sensaciones han sido descritas una y otra vez, como fenómenos asociados al conocimiento empírico y por lo tanto a los sentidos. Sin embargo la comprensión de su verdadera relación con la obtención del conocimiento, se ha visto obstaculizada justamente por las diversas ideas preconcebidas respecto de lo que se supone debe éste debe ser.

Sabemos que cualquier función orgánica depende de reacciones materiales reales, así que cada acción es parte o la resultante de un proceso. En este contexto de causas y efectos sucesivos, las sensaciones se inscriben como reacciones orgánicas a la percepción, que tienen su punto de partida en las señales emitidas al cerebro por los órganos sensoriales.

Luego, no hay otra posibilidad que atribuirles un origen genético o instintivo, puesto que ellas se producen al margen de la “voluntad” y del conocimiento previo. Lo que es más, sus distintas “manifestaciones” nos serán totalmente desconocidas hasta que se activen por primera vez. Esto significa que nadie podrá conocer ni recordar las sensaciones que producen un sabor, un aroma, un sonido, etc. que no haya percibido antes.

De esto podemos obtener una importante conclusión y ella es que la información genética, a la cual pertenecen las instrucciones que generan las sensaciones, se encuentra almacenada en una memoria distinta de la adquirida, ya que no es posible recordar una sensación que no se ha producido, aún cuando exista el potencial para que ello ocurra.

Pero, ¿qué son las sensaciones? Creemos que toda sensación es una respuesta instintiva a determinada señal sensorial que tiene asociado un valor de alteración orgánico o cambio de estado fisiológico. Este valor de alteración o cambio de estado equivale a una respuesta analógica, que dará lugar a distintos procesos dependiendo de su magnitud. Algo similar a las campanadas de los experimentos de Pavlov, sólo que en este caso el equivalente de las campanas estarán y formarán parte de las instrucciones genéticas contenidas en el cerebro.

Ahora bien, ¿qué hacemos los seres humanos frente a estos cambios de estado? ¿Qué significan para nosotros? Resulta que el organismo interpreta estas alteraciones, como variaciones en lo que podríamos llamar genéricamente el gusto, en cualquiera de sus formas y grados, de tal modo que todo cuanto apreciamos en el entorno tendrá el potencial de generarlos, dependiendo siempre de lo que estemos buscando.

Definitivamente será el gusto provocado por las sensaciones lo que nos permitirá evaluar una percepción. Digamos que ante un proceso exploratorio de una situación desconocida, la primera y necesaria conclusión de cualquier ser humano, es una relacionada con el gusto, por muy “racional” que pretenda ser el análisis de ella.

¿Y que pasa cuando “sentimos” una sensación agradable o una desagradable? La respuesta a esta pregunta constituye la clave para entender el origen de las conductas humanas, y dentro de estas, la función del propio aprendizaje. Es del todo evidente, un hecho, que todo aquello que provoque satisfacción o placer impulsará al individuo a prolongar su obtención, y llegado el caso, a buscar más.

Por el contrario, cuando algo no le guste, motivara su alejamiento de la fuente que lo cause. Ambas respuestas generarán acciones y toda acción es parte de una conducta. Ahora bien, tan importante como “sentir” gusto o disgusto, es la capacidad de memorizar las fuentes que los provocan, y ocurre que la memoria adquirida se formará precisamente con el registro de los valores de reacción que causan las sensaciones. En otras palabras, la memoria adquirida contendrá exclusivamente referencias a las sensaciones que hayamos experimentado.

Lo interesante de todo esto es que la memoria adquirida registrará las percepciones que le resulten significativas a un individuo particular, puesto que, aunque los valores que activan las sensaciones sean similares entre distintos individuos, el punto específico dentro del rango de reacción personal, será lo suficientemente variable como para que los gustos, y por lo tanto los recuerdos construidos con ellos, no sean idénticos entre quienes perciban una misma situación.

Los valores de las sensaciones no constituyen en si mismos información ni conocimiento, sin embargo el nivel de gusto que provoquen corresponderá obviamente a un primer elemento de discernimiento o discriminación. La transformación de un valor de sensación en información o conocimiento ocurrirá cuando una referencia de él, registrada en la memoria adquirida, sea posteriormente recuperada. Sólo en ese momento se evidenciará el efecto del conocimiento.

Si el fenómeno de las sensaciones es tan difícil de relacionar con la obtención del conocimiento es porque en verdad resulta complejo entender su funcionamiento. El caso es que, como los valores de las sensaciones no se encuentran en la memoria adquirida, sino en la genética o instintiva, no se podrán recordar hasta que hayan sido activados y esto sólo puede ocurrir mediante la percepción. Una vez que dicho valor ha sido activado, una referencia suya quedará en la memoria adquirida. Pero este traspaso tiene doble efecto, por una parte es cierto que crearemos un recuerdo de la sensación, pero el efecto siguiente es que ésta disminuirá frente a la repetición de la situación que la produjo, justamente porque ya se ha creado la referencia en la memoria adquirida. Esto tiene una enorme implicancia, puesto que cada vez que se repita la situación inicial, las sensaciones sucesivas irán disminuyendo hasta que al final su efecto sea casi imperceptible. No obstante su recuerdo se irá consolidando. En consecuencia las sensaciones son reemplazadas por su recuerdo, el cual de todas maneras quedará asociado al gusto que provocó su formación. La importancia de todo esto radica en que el pensamiento opera sobre los recuerdos contenidos en la memoria adquirida y no en la genética.

Lo anterior ocurre porque todas las sensaciones posibles de “sentir” pertenecen a un conjunto de valores de reacción y respuesta instintiva muy especial, uno que hemos llamado “reacción instintiva inespecífica”, siendo los gustos la “respuesta instintiva inespecífica”. Su origen más probable puede estar en el proceso evolutivo de crecimiento y expansión del cerebro. Digamos que al aumentar el número de neuronas responsables de activar una respuesta instintiva específica (las que normalmente reconocemos como innatas o instintivas) algunas de ellas fueron quedando alejadas de la configuración principal, reaccionando así aisladamente a valores de percepción distintos de aquellos que disparaban la respuesta principal o específica.

Por otra parte, las respuestas instintivas específicas se producen cuando ciertos valores de percepción coinciden en forma más o menos precisa con aquellos de origen genéticos que tienen asociada una respuesta igualmente precisa. Aunque parezca difícil de “creer” estas respuestas se dispararán mecánicamente sin producir sensaciones previas, es decir se activarán inmediatamente sin que medie ningún otro proceso mental, y toda sensación posterior a este tipo de respuesta obedecerá a los efectos residuales que persistan una vez que se haya ejecutado la acción concreta. Por el contrario, las respuestas instintivas inespecíficas se originarán cuando una percepción registre valores cercanos pero no iguales a los necesarios para activar la respuesta específica. En estas condiciones las sensaciones constituyen respuestas parciales, algo así como versiones atenuadas, que no son capaces de generar por si solas movimientos específicos, pero en cambio nos permitirán evaluar una percepción en términos de gusto. Veamos un ejemplo, al poner la mano sobre un objeto que está ligeramente caliente nos tomaremos un tiempo para decidir si esa temperatura nos agrada o no, esta actitud corresponde a la operación de la respuesta inespecífica. Por el contrario, si el objeto está muy caliente retiraremos la mano de inmediato, casi sin sentir realmente, está respuesta corresponderá a una específica. Las sensaciones que evaluemos posteriormente, mientras nos soplemos la mano, corresponderán a los efectos residuales de haber expuesto la mano a un calor excesivo.

Resulta entonces, que las sensaciones por no constituir respuestas específicas, no forman parte de las instrucciones instintivas que han evolucionado por medio de la selección y que responden a las acciones biológicamente más importantes que el organismo debe ejecutar para asegurarse su subsistencia y reproducción. Digamos que las sensaciones nos permitirán explorar sin rumbo fijo, toda vez que siempre nos podremos dejar llevar “libremente” por nuestros gustos, hasta que una condición orgánica apremiante nos apresure a satisfacer ese requerimiento mediante las instrucciones instintivas especificas. Un ejemplo de esto puede ser la comida que ingerimos simplemente por que nos gusta, pero que nuestro cuerpo no necesita realmente, por el contrario, cuando la falta de alimento es importante, el cuerpo la exigirá al margen del gusto, y es así como en esas condiciones estaremos dispuesto a comer cualquier cosa. Un segundo ejemplo algo más prosaico, se produce cuando nos dan ganas de ir al baño, si la necesidad es menor, buscaremos con paciencia un baño que nos agrade, esta búsqueda la haremos con la calma suficiente como para respetar las buenas costumbres, ahora bien, si la urgencia aumenta perderemos toda parsimonia y compostura hasta el punto en que buscaremos satisfacer nuestra necesidad de cualquier modo, aún en las peores condiciones, una vez resuelto el problema, recién ahí, nos pondremos a alegar de lo malas que eran esas condiciones.

Todo esto ocurre de forma tan natural, tan habitual, que nos parece perfectamente lógico que así sea, no tiene nada de extraño. Pues bien, de eso trata toda esta explicación, de hallar respuestas que expliquen sin acomodar ni sesgar los hechos, cómo es que las cosas perfectamente normales tienen una explicación en procesos biológicos igual de normales.

Otro elemento indispensable en la formación de conductas relacionadas con los procesos mentales humanos, es la posibilidad de combinar los elementos de los diferentes recuerdos para formar unos nuevos.

Hemos afirmado que todo recuerdo tendrá su origen en el registro de referencias de las sensaciones provocadas por los actos perceptivos, luego, como cada parte o elemento dentro del conjunto percibido generará sensaciones distintas, ellos podrán ser recuperados en forma independiente, así al recordar un color, podremos hacerlo con total prescindencia del objeto que lo contenga, lo mismo que una forma, o un olor, etc. Este hecho es tan notorio, que invariablemente la descripción de cualquier recuerdo comenzará por aquello que más nos haya llamado la atención, o lo que es igual, que nos haya provocado las sensaciones más intensas. Al respecto es interesante destacar, que muchas de las cosas cotidianas que percibimos de adultos, no nos parece que causen ninguna sensación, y esto es precisamente así, porque esas cosas fueron incorporadas como recuerdos hace mucho tiempo, cuando las vimos por primera vez, y cuando sí nos llamaron la atención.

Por otra parte, la recuperación de un recuerdo se producirá cuando se de una coincidencia espontánea entre éste y una percepción, (asociación inconciente) o cuando el organismo requiera satisfacer un requerimiento orgánico que demande realizar una búsqueda externa que implique pensar. (Búsqueda conciente)

Toda búsqueda que el organismo requiera ejecutar, sea conciente o no, comenzará siempre al interior del mismo, lo cual significa que antes de que un individuo emprenda cualquier acción en el medio externo, las instrucciones que generan la búsqueda, procesarán todos los contenidos relacionados con ella que se encuentren tanto en la memoria genética como en la adquirida. (Es posible que en ese mismo orden) La parte de este proceso en que se revisan y evalúan los contenidos de la memoria adquirida, es la que llamamos pensar. Luego, no existirán búsquedas “concientes” sin pensamiento. De hecho la conciencia surge (emerge, dirán algunos) en el acto mismo de pensar, puesto que lo que normalmente asociamos con ella implica necesariamente evaluar los recuerdos de las actuaciones propias. A mayor cantidad de recuerdos de experiencias diversas, mayor conciencia. (En rigor no hay búsqueda que no sea ordenada por el organismo, la aparente existencia de un yo distinto e independiente, es bastante más largo de explicar, pero la explicación existe).

Durante el proceso de pensar, los elementos recordados podrán ser combinados libremente, (por el propio organismo) si la relación entre ellos es consecuente con lo que se busca para dar satisfacción a la necesidad que la motive. Tal vez lo que podría generar algunas dudas sea justamente la naturaleza de las necesidades humanas. Respecto de esto, afirmamos sin duda alguna, que todas ellas son de origen orgánico, pues si bien, es evidente que existirán las relacionadas directamente con la operación de procesos metabólicos y de reproducción, las vinculadas al gusto también serán de origen orgánico, justamente porque el gusto es el resultado de la operación de las respuestas instintivas inespecíficas. (Si de repente sentimos una necesidad imperiosa de tener un auto nuevo, ello se deberá a que nos gustaría tenerlo, por el puro gusto, y esa será la necesidad orgánica, eso si, una perfectamente prescindible).

Claramente, los elementos de memoria que utilizaremos con mayor frecuencia a la hora de buscar una solución cualquiera, serán aquellos que tengamos más presentes, que nos gusten más, o dicho de otro modo, nuestros preferidos, así que, construir soluciones con ellos resultará lo habitual. (Toda forma de actuar de un individuo particular, contendrá multitud de elementos recurrentes).

No obstante la gente no anda por ahí diciendo que cree en dios porque le gusta, ni emprende una batalla, o defiende causas varias por la misma razón, sin embargo tras las declaraciones, hay procesos mentales cuya lógica biológica está fundada en el gusto y las preferencias, a pesar de que queramos que nuestras decisiones parezcan surgidas como frutos de análisis objetivos, “racionales”, o carentes de “emocionalidad”. Pues resulta exactamente lo contrario, no existe decisión propia que no esté influida por nuestro gusto, aún aquellas que representen el mal menor, o la menor cantidad de disgusto. (La satisfacción, o consuelo del que se flagela o inmola por cualquier causa, debe ser mucho mayor que el dolor o sufrimiento que se infiera. Si no fuese así, no existirían entre otros, el boxeo o los deportes de alto riesgo).

Con todo, lo más importante de los procesos mentales con los cuales construimos soluciones, mediante la combinación de diferentes elementos de memoria, es que estos, precisamente por pertenecer a recuerdos distintos, no representan en su conjunto a un recuerdo real obtenido en un mismo evento perceptivo, sino que esta construcción representará a uno imaginario o fruto de la imaginación. Es muy probable que la mayor parte de todos los recuerdos de los seres humanos, contengan elementos imaginarios. De hecho, es posible que no existan en lo absoluto los recuerdos que abarquen toda el área de la percepción y sean estrictamente literales. Sin embargo también es cierto que habrán combinaciones de elementos que den como resultado, unas situaciones imaginarias más posibles que otras.

Consecuentemente con todo lo anterior, una creencia surgirá de una elaboración mental que implique, básicamente, el deseo (necesidad de satisfacer una búsqueda basada en el gusto) de encontrar una respuesta, explicación, o forma de solución de un problema cualquiera, a partir de imaginarla como real, o posible de alcanzar.

Hecha esta descripción sumamente resumida de los principales aspectos a considerar en la formación de las conductas humanas de origen mental, veremos como ellos constituyen el elemento central en la construcción de la cultura.

Digamos que al igual que toda conducta individual, las colectivas o sociales, también estarán determinadas inicialmente por instrucciones instintivas específicas. Como estas instrucciones se encuentra en la memoria genética, se activarán cuando las condiciones orgánicas coincidan con las que sean percibidas en el medio ambiente, o dicho de otro modo, cuando el individuo esté receptivo a los cambios en éste. En estas circunstancias no se entiende la existencia de una memoria adquirida sino como una alteración o un exceso, en la capacidad de percibir y reaccionar a percepciones para las cuales no existen o no se han formado respuestas instintivas específicas. Es muy probable que la mayor parte de estas respuestas se originaran con anterioridad al surgimiento de los mamíferos.

En cualquier caso, y sea como fuere, siendo un hecho que la memoria adquirida existe y que ella registra valores de sensaciones. Podemos afirmar, que a diferencia de lo que ocurre con el “conocimiento genético”, que será interpretado del mismo modo por todos los individuos de la especie, los recuerdos (adquiridos por la vía de la percepción y la experiencia) serán distintos entre cada uno de ellos. (Siempre dentro de ciertos rangos).

Así que la primera condición indispensable para el desarrollo de una “cultura” es que las conductas de los individuos estén, al menos en parte, motivadas por el registro y uso de sus propias experiencias, y esto no puede lograrse sin la existencia de una memoria adquirida.

La segunda condición indispensable es que, una vez generados los recuerdos, debe existir la capacidad de combinar sus diferentes elementos para crear con ellos recuerdos imaginarios originales. Sólo cuando estos sean utilizados para proyectar situaciones que no se han vivido, pero que se suponen posibles, se producirán las creencias. Las creencias pueden ser tan simples como por ejemplo, esperar a que algo ocurra sólo porque se recuerda que ya ocurrió antes. Así que el principio motor de las creencias puede estar presente en muchas especies. Es posible que, mientras más complejas sean las construcciones imaginarias, más complejas serán también las creencias y las relaciones sociales que se puedan elaborar con ellas.

En consecuencia, si cada miembro de una agrupación comienza a actuar de acuerdo a sus experiencias, y a las ideas que pueda deducir de estas, lo más probable es que el ancestral orden genético de relaciones sociales tienda a romperse, lo mismo que ocurre en una familia numerosa cuando cada uno quiere hacer lo que le quiere, (por que le gusta) al margen de la colaboración en la satisfacción de las necesidades del conjunto. Tanto en caso de la familia como en el de una comunidad mayor, la solución a este problema comienza con el establecimiento de reglas. La enorme diferencia entre las reglas instintivas específicas, con las que adopten los miembros de la agrupación con ideas propias, es que estas últimas serán obtenidas por medio de acuerdos originales, que eventualmente pueden ser discutidos y rechazados, posibilidad que no existe entre las de origen genético. La gran variedad de acuerdos distintos que los seres humanos pueden alcanzar, obedecerá exclusivamente a los argumentos imaginarios que los integrantes de cada comunidad en particular sean capaces de crear y aceptar.

Así que la cultura comienza con la construcción de acuerdos aún cuando sean tácitos y se hayan alcanzado a través de gestos, siempre y cuando estos no obedezcan a formas instintivas de comunicación (las abejas no tienen una cultura, lo suyo es una forma de operar instintiva específica). Obviamente todo acuerdo o consenso se buscará para coexistir (por muy precaria o efímera que sea la coexistencia) pero el hecho de que la haya, implica un modus vivendi que significará la obtención de alguna ventaja para quienes participen de él.

Luego una cultura determinada surge espontáneamente como modelo de relación social, cuando individuos pertenecientes a una o diferentes agrupaciones, intentan comunicar algo que debe ser explicado para obtener la colaboración o participación de los demás, puesto que de hecho los elementos culturales siempre deberán ser explicados. (Las creencias desarrolladas en solitario obviamente no influirán en la comunidad si no son expuestas)

Por otra parte, toda explicación constituye la manifestación de una creencia, aún cuando ella este referida a hechos o eventos ocurridos en el entorno natural, puesto que quien los expone necesariamente interpreta la realidad para poder comunicarla, y toda interpretación no es la realidad, ya que ésta es una sola y es ella misma. Es precisamente en el evento de la explicación que surge la comunicación y el lenguaje. (Las instrucciones instintivas específicas no requieren ser explicadas ni comprendidas, simplemente ejecutadas, el valor de la realidad para estas instrucciones está en la propia selección natural)

Así que lo que comparten (nominalmente) todos los individuos de una misma cultura son sus creencias, las cuales influenciarán todos los demás actos de sus vidas. Las creencias de individuos particulares son la causa primera de la formación de una cultura, de su transformación, y de su extinción. Por mucho que posteriormente hayan otros aportes, también individuales, que contribuyan a la expansión y diversificación de las creencias.

Resumiendo diremos que, una forma cultural cualquiera constituye un modelo de relación social, basado en la coexistencia consensuada entre creencias diferentes, las cuales norman las relaciones y las actividades de los individuos dentro de esa comunidad. El predominio de ciertas expresiones concretas dentro de cada cultura, representarán el balance de poder de cada creencia en particular.

Como toda cultura se estructurará en torno a lo que sus integrantes imaginen y crean, es decir, surja de la combinación de múltiples elaboraciones mentales individuales, sus fundamentos serán tan abstractos como las ideas en que se base, aunque aquellos tengan su origen primigenio en la observación de fenómenos reales o naturales. Las obras materiales desarrolladas en el contexto de las creencias de esas culturas, sólo tendrán pleno sentido para ellas mismas y para quienes las compartan.

Sergio Aranda Klein
Chile

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