CELEBRANDO EL DÍA DEL POETA

24 abril 2010

Por: Fransiles Gallardo:


Hoy es quince de abril y quiero celebrar y muy a mi estilo, el día del poeta peruano. Entre gente ligada a la poesía y la literatura, recordar a nuestro César Abraham Vallejo Mendoza quien se murió “un día en que Dios estuvo enfermo, grave…”.

Hasta el mediodía y en forma acelerada he cumplido con mis obligaciones como Ingeniero Civil y como buen peruano, que no programa nunca nada; porque “las cosas que no se programan, salen mejor y en el Perú, las cosas se arreglan solas o no se arreglan nunca, me dije: “En Quilca encuentro a toda la gente” y con un entusiasmo a toda prueba, unos soles de mi quincena y algunas libros míos bajo el brazo; bajo en la esquina entre Tacna y Colmena.

Me dirijo al Averno y está todavía cerrado, paseo entre las galerías de los vendedores de libros piratas y de los otros, donde uno que otro estudiante de academia, pregunta por los solucionarios de los exámenes de ingreso.

Ingreso a Don Lucho con la esperanza de encontrar un rostro conocido. Sólo un par de parroquianos hablan de negocios. Entro al Queirolo y mi mirada atraviesa los tres ambientes aún despoblados y no hay nadie conocido o que me conociera (que supongo, es más difícil y más triste); cruzo la calle y enrumbo a Don Quito donde algunas veces con Ricardo Virhuez y su collera de escritores nos tomamos una cervezas; pero este mediodía solo dos solitarias oficinistas saborean un menú.

“Veremos más adelante” me digo y doblo hasta el jirón Ocoña, subiendo las escaleras del Yacana y lo encuentro cerrado “la muchachada está durmiendo la tranca de anoche” me dice una voz a mi espalda.

“Haré tiempo”, comento protegiéndome de este sol de 30 grados, “seguramente están en el develamiento de la placa al querido César Abraham”, y haciendo una venia ingreso al Hotel Bolívar, sentándome en el hall que da a Colmena; a ver si transita por una de sus veredas, algún rostro conocido.

Termino mi catedral de pisco sours y en lugar de alguien conocido, una marcha de cuatro gatos, no se de que sitio, reclamando no se que cosas; se disuelve al llegar a la plaza San Martín. Me acuerdo de las marchas de los años setenta, donde cuadras de cuadras de miles de universitarios en todo el país, nos trajimos abajo el gobierno de Morales Bermúdez.

Imagino que a esta hora, el jirón Quilca comenzaría a poblarse y desandando mis pasos, ingreso a Don Quito y pido la oferta de pisco tours, acomodándome cerca de las mamparas de vidrio, con la secreta esperanza de ver si algún rostro amigo que me mirara y me reconociera.

Sólo oficinistas en su hora de refrigerio pasan presurosos y una que otra minifalda, muestra sus temerarios muslos en este otoño, aún ardiente.

“Ya deben estar en el Queirolo” supongo dándome ánimos y nuevamente una repasada por los viejos ambientes hasta llegar al baño.

Me siento en la esquina del segundo ambiente, entre los retratos de Germán Vegas Garay y el gran Hudson Valdivia. Dos cervezas al polo y un caucau para celebrar. Entre las aún desiertas 8 mesas y 27 sillas, una pareja brinda con un Magdalena, en otra mesa un solitario como yo, toma una cerveza y ojea un libro; tres muchachos mochila a la espalda, entran, miran y salen.

“En Don Lucho seguro es la cosa” me digo saliendo con mis libros bajo el brazo, sentándome en la segunda mesa de la entrada, para chequear a los ingresantes y saludar a algún conocido.

A la segunda cerveza me gana la nostalgia y me invade la tristeza.

Recuerdo mis épocas de estudiante de la Universidad de Cajamarca. Básicamente algunos fines de mes, cuando la Municipalidad me entregaba un sobre por ser su Relacionista Público y Radio Cajamarca por hacer periodismo.

Pletórico de entusiasmo salía a buscar un amigo, un compañero universitario o algún conocido siquiera, para tomarnos un café en el Salas o un roncito para combatir el frío y la soledad, que como una garra de gato rabioso arañaba mi pecho. Las siempre hermosas y orgullosas cajamarquinas, ni me miraban, siquiera.

Daba dos vueltas por la Plaza de Armas y no encontraba a nadie que me conociera o lo conociera y mi búsqueda terminaba en La Limita del la plaza Amalia Puga junto a otros provincianos solitarios como yo, probando sus variados preparados o en el Ojo Duro en la mesa más aislada o lo que era peor; en la tiendita de una esquina del jirón Dos de Mayo comprando una botella de ron y una coca cola y en la soledad de mi cuarto alquilado al viejo Gonzalo, brindaba solo.

Mi amigo Marwin Burgos me miraba con compresión y desaprobación. Creo que los transeúntes del jirón Quilca también: Dicen que no es bueno ver a un hombre tomando solo.

Igual me siento este 15 de abril en el día del Poeta Peruano y en una ciudad como Lima, donde habito desde hace 30 años y en la cual sigo siendo un foráneo, un extraño, un expatriado, mejor.

Son casi las 6 de la tarde y un airecillo invade las calles, cuando Manuel Sánchez, el impresor de los libros de Arte Idea, desde una camioneta me dice: “Ingeniero, Jorge Luis Roncal está en la imprenta”.

“Al fin se arregló la tarde”, me digo lleno de contento y enrumbo hasta el jirón Moquegua.

Jorge Luis está en un café bar de la esquina, donde múltiples veces compartimos cafés, cervezas, proyectos y poesía. Está junto a dos poetas, a quienes por el apuro de una llamada a su celular, no pudo presentarnos.

“Regreso en diez minutos” dijo y yo se lo que eso significa: puede ser treinta, una hora o dos o tres.

- Una cerveza- les ofrezco pletórico de entusiasmo.

- Gracias- me dicen a dúo- pero tomamos leche.

Me quedo perplejo. Los miro asombrado queriendo entenderlos y dándome media vuelta, ingreso al bar contiguo; pidiendo dos cervezas a la azafata.

Otra vez estoy solo, en el día del Poeta Peruana esta tarde del 15 de abril y pienso en Cesar Abraham, que probablemente en Lima o en París cuando recibía sus cheques, como pago por sus artículos publicados en Variedades o El Comercio, gastaba suelas buscando un amigo, un conocido o un paisano y no los encontraba.

Yo, acabo de encontrarlos; pero los poetas ahora toman leche.

Que nos está pasando César Abraham: los poetas en esta caótica Lima ya no brindan con pisco, ron o cerveza; sino con leche. Creo que ni siquiera leche materna, o de vaca; sino de tarro.
He sacado una botella de aguardiente de caña de mi tierra del bar de mi casa y brindo; pero sólo. Como antes, como hoy, como siempre.

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